jueves 21 noviembre 2024

Napoleón, maestro del Marketing Político

por Pedro Arturo Aguirre

Con el estreno de la película de Ridley Scott, Napoleón se ha puesto de moda en todo el mundo, y justo en esta época de resurgimientos autoritarios y con la presencia de tantos “hombres fuertes” al frente de cada vez más gobiernos. La admirable saga de quien se encumbró viniendo de la nada hasta llegar a ser el emperador del país más poderoso de su tiempo a base de un incomparable talento político, genio militar, constancia y sabiduría ciertamente no tiene parangón en la historia, así como casi tampoco tiene paralelo la atrocidad de sus ingentes errores, fruto de su delirio megalomaníaco, lo cual lo llevó al desastre y a la muerte en el exilio. Fue el corso uno de los primeros estadistas en utilizar de forma hábil y exhaustiva a la prensa como vehículo de autopromoción. Gracias a una extraordinaria campaña publicitaria, Napoleón pudo ganarse a la opinión pública en su carrera al poder, y ya en el gobierno supo con el auxilio de eficaces colaboradores glorificar todas sus acciones militares y de gobierno para presentarlas como la obra de un genio. No es que como militar y gobernante le hayan faltado méritos, pero la manipulación de la opinión pública contribuyó en mucho a la creación de la leyenda napoleónica. 

Todo esto empezó a fraguarse durante su primera campaña militar. Corría el año de 1896 y Francia se hallaba atosigada por los embates internos de la Revolución y por el acoso de las potencias monárquicas en el exterior. El país era torpemente gobernado por el llamado “Directorio”, fruto de la reacción terminodoriana que había derrocado a Robespierre y al terror jacobino. Al país, desmoralizado y agitado por años de turbulencias revolucionarias, le urgía enamorarse de un héroe y tuvo en el joven general Bonaparte (28 años) la oportunidad de hacerlo. A la sazón el hermano mayor del general, Luciano, fungía como como presidente del Consejo de los Quinientos. Era un diestro político que maniobró exitosamente para conseguirle a Napoleón el comando de la embestida militar que la República habría de iniciar en Italia con el propósito de frenar la amenaza que representaban los Habsburgo austriacos. Esta invasión fue un éxito rotundo, pero la sagaz campaña de prensa instigada, sobre todo, por Luciano la hizo aparecer como si hubiese sido la hazaña de un nuevo Alejandro Magno. La influencia dentro del gobierno y las sólidas alianzas con los altos mandos del ejército del hermano mayor fueron determinantes para que la prensa divulgara las victorias de Napoleón de forma sistemática e hiperbólica. Nació de esta forma el mito del general invencible, a la vez héroe revolucionario, destinado a propalar los ideales republicanos de Libertad, Igualdad y Fraternidad. 

Sin duda Napoleón tenía un talento natural para saber aparecer siempre como el hombre del momento y aprovecharse todas las oportunidades para tener su nombre asociado con la acción heroica y victoriosa. ¡Pero vaya si había fundamentos para esto! En el transcurso de un mes el general doblegó la resistencia del reino de Cerdeña, más tarde ocupó Milán desde donde, ignorando las presiones del Directorio (que deseaba dirigir el ejército de Italia hacia las ciudades de Roma y Nápoles), se dirigió al este, concretamente al Véneto. Derrotó ahí a los austriacos en Mantua y limpió el camino a Udine desde donde ya podría soñarse con conquistar la mismísima Viena. El gobierno austríaco se vio así obligado a firmar el tratado de Campoformio, de acuerdo con el cual Bélgica, parte de Renania y Lombardía pasaban a poder de Francia. Extasiados, los periódicos franceses comparaban al asombroso comandante de las tropas francesas en Italia con el genio estratégico de Julio César, Aníbal o Alejandro.

Al regresar triunfante de Italia todos estaban ansiosos de saber más sobre los antecedentes del “nuevo Aquiles”. ¿Quién era este hombre que al parecer había salido de la nada para lograr milagros en el campo de batalla? En un intento de responder a esta pregunta se escribieron decenas de biografías populares de bajo costo, las cuales se podían encontrar fácilmente circulando para su venta en las calles a partir del otoño de 1797. En alguno se podría leer: “Hay que apelar a la mitología y la historia para encontrar un mote adecuado para darle al gran general… Las plumas de los escritores no son lo suficientemente rápidas para mantenerse al día con sus victorias. Algunos dicen que un héroe, otros un semidiós, algunos, los más modestos, lo consideran la maravilla de nuestro tiempo… Cada día, nuestros legisladores comienzan sus sesiones de ambas cámaras con largos discursos en su honor. No son estos logros magros para alguien tan joven, más joven incluso que Alejandro Magno cuando conquistó el mundo”.

Como complemento de estos escritos era indispensable en una sociedad mayoritariamente analfabeta complementar la estrategia propagandística con elementos de la cultura popular. S e multiplicaron las canciones y poemas en loor al general, así como las obras de teatro y todo tipo de parafernalia napoleónica: imágenes, retratos, medallas, etc. Artistas de renombre se unieron a la causa napoleónica. Quizá la obra de arte más interesante de glorificación fue el magnífico lienzo Napoleón Cruzando los Alpes, de David, pintado en ocasión del éxito de la segunda campaña italiana (1800) del ya para entonces primer cónsul, perfecto ejemplo de propaganda iconográfica política que se convertiría en prototipo de la relación arte-poder. 

En el otoño de 1799, el general inició la osada empresa de tratar de conquistar Egipto en una ruta fantástica que lo llevaría, según sus megalómanos cálculos, a arrebatar a los británicos la mismísima India. Soñaba con superar a su héroe Alejandro, quien vio frenado la expansión de su imperio en las orillas del río Indo. Objetivamente hablando la expedición fue un desastre desde el punto de vista militar, pero Luciano y sus aliados se encargaron de venderle a la opinión pública que la aventura había sido todo un éxito. Para noviembre de 1799, el engranaje propagandístico que había transformado a Bonaparte en un icono de la Francia triunfante, el conquistador, el pacificador, el mecenas de las artes y el hombre por encima de la política, el único capaz de salvar a la patria. El camino estaba pavimentado para que el general se hiciera del poder con el golpe de Estado del 18 de Brumario. Y no es que las técnicas y herramientas de la estrategia propagandística utilizadas por los hermanos Bonaparte hayan sido nuevas, pero sí supieron emplearlas en una escala y en formas nunca vistas, convirtiéndose en unos de los primeros maestros del arte del marketing político. 

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