“Vanagloria (de vana, frívola, y gloria) f. (Ser, ser pura; Por) Alabanza de sí mismo o cualquier clase de expresiones, actitudes, o medios con que alguien pretende aparecer como superior a los demás”
María Moliner, Diccionario de uso del español
La Secretaría de Educación Pública planea sacar al vapor los libros de texto para la educación básica con el objetivo de generar la imagen o la impresión de la existencia del triunfo histórico de la llamada “cuarta transformación”. La maniobra y el mecanismo son demasiado burdos y explícitos. Se trata de “sacar cuanto antes” los libros de texto gratuito para los años tercero, cuarto y quinto de primaria, los cuales contendrán en la materia de historia una versión completamente tergiversada.
Los actores de las “innovaciones” son conocidos por sus opiniones y acciones, aunque ninguno cuenta con la experiencia más elemental en la edición y producción de libros, ni mucho menos en el diseño de contenidos educativos (Marx Arriaga, Beatriz Gutiérrez Müller). El primer motor del movimiento para esta empresa, el presidente Andrés Manuel López Obrador, nos ha regalado una fina estampa de lo que pronto descubriremos: anunció urbi et orbi la modificación a los libros de texto gratuitos; pero no fue solo eso, pues se tomó el tiempo –con la agilidad verbal que lo caracteriza– para acusar que los “teóricos de los oligarcas” habían cambiado los textos para que se olvidara la historia.
Es inútil preguntar –en esto como en cualquier otro tema– por las fuentes de sus aseveraciones. Pero algo queda claro: el presidente tiene una visión particular de los cortes del tiempo histórico pues, según sus recurrentes narrativas y simbología personal, la historia nacional se inicia con la derrota de los aztecas –entendido como el único pueblo originario– a manos de los “invasores”, “los españoles conquistadores”, que obraron de manera tan sanguinaria, despiadada e injusta, y por eso él –López Obrador– exige hoy que la Corona Española se disculpe con México por semejante brutalidad. No lo dice explícitamente, pero tal parece que algo así como que la “esencia de la nacionalidad mexicana” tiene en los mexicas su origen y, sobre todo, algo así como su fortaleza étnica. Por mi raza hablará la Historia. Esta fortaleza, según esa visión, ha resistido la humillación de la Conquista.
López Obrador no comenta nunca nada sobre la Colonia. En su narrativa él la ve como un periodo de transición que, como tal, no cuenta. Por consiguiente, las aportaciones culturales coloniales de todos esos siglos es, según las omisiones de esa narrativa, como un mal sueño del que mejor no se habla. Véanse si no sus “promocionales turísticos”, donde invariablemente aparece de fondo una construcción prehispánica. Si alguna vez lo vemos junto a monumento colonial será por un descuido, o porque no le quedó de otra.
Siempre dos y solo dos visiones
Escuchemos la voz del camarada Mao, vertida en un libro que se leía con profusión en la Facultad de Ciencias Políticas en la década de los años setenta:
“En la historia de la humanidad existe el antagonismo de clase, que es la manifestación particular de la lucha de los contrarios. Vemos la contradicción entre la clase explotadora y la clase explotada. En una misma sociedad, sea la esclavista, la feudal o la capitalista, estas dos clases coexisten por largo tiempo y luchan entre sí; pero solo al alcanzar cierta etapa en su desarrollo, la contradicción entre las dos clases adopta la forma de antagonismo abierto y se convierte en revolución. De igual manera se verifica la transformación de la paz en guerra dentro de la sociedad de clases”.
El presidente siempre hace alusión a su “coherencia personal”. No habla en sus intervenciones didáctico-históricas de la Colonia. Vive en Palacio Nacional. Se expresa en español (¿alguien le ha escuchado alguna otra lengua, no digamos el inglés que le resulta imposible, sino una lenguaje indígena…, vamos, siquiera una palabra?). Su fenotipo es de un europeo. Sus hijos están muy lejos de presumir que tienen el color de la tierra. Su esposa actual tiene raíces alemanas o germánicas. Con todo esto, ¿cómo concilia, si es que lo hace, con su discurso sobre la historia?
La guerra de Independencia es, para López Obrador, “la primera transformación”. Tiene la connotación de una revancha contra las imposiciones de la Corona Española. Desde España le han preguntado a qué país se dirige, porque parece que en México hay una dinámica de cambios nacionales mientras que en Europa todos son los mismos desde el siglo XVI hasta ahora. Aquí cambios, allá estancamiento. Además, el presidente omite mencionar que el movimiento de Independencia lo emprendieron, realizaron y consolidaron los criollos. Esta excepción equivale a la omisión que le impide reconocer que los aztecas fueron una organización militar, sanguinaria y opresora.
La “segunda transformación” sigue con las omisiones. Lo que caracterizó al proceso encabezado por Benito Juárez fue el imperio de la ley. El presidente repite frecuentemente, casi como uno de sus mantras, “nada por encima de la ley”. Aunque aquí cabe la referencia biblica: “Por sus hechos los conoceréis”.
Por otro lado, la omisión sobre la Reforma es que Juárez formó parte de lo que podríamos considerar la clase media del siglo XIX, pero eso no cabe en la narrativa del oficialismo. La otra exclusión: Juárez supo agrupar a los mejores cerebros de la época. Un solo dato: encargó a Gabino Barreda la creación de la Escuela Nacional Preparatoria, cuyos fundamentos era los conocimientos científicos y humanísticos más avanzados de la época. Sería una aberración para el juarismo negar talentos y saberes.
El periodo del presidente Juárez se mantuvo por las relecciones (ojo con las identificaciones inconscientes) y una oposición entre liberales y conservadores. De ahí las frases que saturan la terminología de las mañaneras. ¿Eran los mismos de ahora?
La “tercera transformación” ocurrió con la Revolución mexicana. El presidente tiene sus afectos y desafectos. Del villismo nada, del zapatismo algo, del carrancismo poco, del obregonismo nada. De Madero, bastante más (quizá por una pulsión oculta ante el martirio). Pero el fondo de esto es la recuperación del “nacionalismo revolucionario” que, según ha mostrado Roger Bartra en su libro Regreso a la jaula (Debate, 2021), es la única ideología que anima la “cuarta transformación”. Ese nacionalismo fue, en la narrativa oficialista, traicionada por los “neoliberales”, una especie de personajes siniestros que serían la resurrección de los afanes voraces y desmedidos de lo que fueron, según la narrativa oficialista, los partidos conservadores del siglo XIX. Así la 4T tiene un nicho ideológico que vuelve al momento anterior al neoliberalismo: el populismo de Echeverría, con las mismas fobias y con menos filias.
La cultura priista en plenitud
Bartra señala: “El partido oficial, Morena, es muy deficiente, está profundamente fracturado y vive en permanente querella interna. El nacionalismo de López Obrador ha quedado resquebrajado por su sumisión a los dictados del expresidente Donald Trump. La identidad nacional que preconiza el régimen es una mezcla de moralina reaccionaria y de folklore indigenista mal digerido. La cultura priísta se observa en el comportamiento de muchos altos funcionarios y dirigentes de Morena, pero no logra institucionalizarse a la manera antigua” (p. 185).
¿Dónde está, pues, la novedad de la “cuarta transformación”? Solamente es una realidad discursiva, cuya existencia únicamente responde a los resortes de la era de la posverdad. Un juego de espejos, de apariencias, de simulaciones y una serie continuada y chafa de símbolos. Del abandono del laicismo, de la oposición a la ciencia y la cultura, del centralismo que ahoga a los estados los libros de texto no hablarán. Destacarán otros temas.
Por ejemplo, se busca crear en la mente de las niñas y los niños que el gobierno actual es la consolidación de las luchas históricas que han marcado los momentos centrales del devenir nacional, como la Independencia, la Reforma y la Revolución, para concluir que el actual gobierno es el heredero directo de todos esos anhelos nacionales. Para ello les van a contar mentiras; por ejemplo, que la fundación de México-Tenochtitlán ocurrió en 1321, fecha que contradice la versión documentada por especialistas de que tal acontecimiento pudo haberse dado en 1325. ¿Por qué el cambio de fechas? Porque si se acepta que fue en esta última no podría celebrarlo el presidente ya que quedaría fuera de su sexenio.
Por otra parte, se fomentará la visión histórica del conflicto: los españoles conquistadores victimizaron a los aztecas, sin mencionar que estos eran los opresores de los pueblos prehispánicos. Igual con los otros periodos: el pueblo –palabra que se usará una y mil veces en los libros, sin ninguna definición– habría enfrentado históricamente los abusos y las exclusiones “de los de arriba”, sin dar ninguna nota u observación sobre el origen social de los caudillos y las personas que hicieron los grandes cambios. ¿Con qué finalidad? Para dejar en la oscuridad la importancia de los actores políticos de los sectores medios de la población. El sentido de la democracia y sus valores quedarán reducidos a la “consulta al pueblo”.
Se repetirá, obsesivamente, página tras página, la palabra “pueblo”; también figurará la palabra “corrupción”, junto con los de nación y soberanía. Sin definirlos ni caracterizarlos. Esta es la mejor manera no de educar sino de manipular. Los contenidos relativos a la historia son de interés para el gobierno, en contraste con los que se refieren a las matemáticas y las ciencias naturales, donde lo que realmente cuenta es el conocimiento y no las versiones ideológicas. Además de que el actual gobierno no suele llevarse nada bien con estas áreas.
Tener los libros antes de las elecciones
Otro aspecto que va más allá de las tergiversaciones. Nos preocupa también la precipitación con la que se están manufacturando los libros de texto gratuitos. Desde que empezó esa extraordinaria labor de creación y distribución masiva de los libros, bajo la inspiración y apoyo de Jaime Torres Bodet, el gobierno federal ha recurrido a especialistas en todas las áreas del conocimiento. Historiadores, filólogos, matemáticos, editores, artistas plásticos, pedagogos con muchos años de experiencia, mexicanos y extranjeros que hubieron de poner sus mejores talentos para el diseño, la revisión y exposición de los contenidos educativos. En las últimas décadas también han participado, además de profesoras y profesores, miembros de las organizaciones de padres de familia, que han vertido sus opiniones y juicios.
Cualquiera puede darse cuenta que este proceso llevaba mucho tiempo, el necesario para poder elaborar, diseñar, dar sustento y ensayar las mejores formas de presentación de los contenidos respectivos. Literalmente, se invertían muchos meses y en ocasiones años para esta labor.
Aún no se conocen los planes y programas educativos de la “nueva escuela mexicana”. Los libros de texto gratuitos actuales son consecuencia de los planes y programas de 2011 y 2017. Por consiguiente, salta la pregunta: ¿en qué se sustentan los libros que piensa repartir López Obrador? Y ya se sabe que la afición por las ocurrencias sin sustento es también rasgo característico de la 4T.
Hoy todo se hace contra reloj: nada de consultas con expertos. Se nota el desprecio por el conocimiento (histórico y de cualquier otra área), el ninguneo por la cultura y la profesionalidad de quienes intervienen en la producción de textos educativos. No hubo ningún tiempo para ponderar alternativas y mejorar materiales. Incluso los que trabajan en la SEP para estos menesteres han sido desplazados. A los pedagogos ni por teléfono se les consulta. Las maestras y maestros son ignorados completamente.
Se menciona una lista de 220 participantes, pero nadie los conoce y sus currícula son tan secretos como el autor del logo del aeropuerto Felipe Ángeles. Lo que importa es que los libros estén a la mayor brevedad. ¿Con qué fin? Que el presidente de la República recoja una fotografía entregando “a la nación” los libros de texto gratuito, para así igualarse –solo en foto– con el presidente Adolfo López Mateos. Una muestra de vanidad y prepotencia.
Lo que hacen en la SEP es crear una narrativa de que el presente es la mejor expresión actual de un pasado “luminoso”. ¿Cuál pasado? El que quiere y le conviene al gobierno, así, sin matices, sin reflexión y sin datos fidedignos. Un presente con una sola figura: el presidente de la República, ícono y tótem.
Cualquiera puede darse cuenta de que la precipitación es mala consejera. Los libros serán “feitos”, pero, nos dirán, llenos de “emoción”. Sin embargo, nada de eso ayuda a la formación ciudadana de las alumnas y los alumnos. Solamente los convierte en súbitos de un Estado que impone sin miramientos un solo pensamiento –el pensamiento único– y una sola verdad. La mentalidad colonizada, como también ha señalado Bartra, es un destino del discurso y la praxis populistas. ¿Será que los perpetradores de los libros de texto gratuitos eso buscan?
Por todo eso advertimos que costará mucho esfuerzo erradicar los errores y las falsificaciones que se hacen actualmente en nombre de la educación. El gobierno está decidido a avanzar contra viento y marea, porque le importa generar una imagen de que existe algún sentido para hablar de la “cuarta transformación”. Como no hay logros en salud, empleo, economía o seguridad, queda el reducto de la narrativa. Esta es fácil de hacer si se tiene el poder político y los recursos para inundar con letras lo que no se hace en la realidad.
Sin embargo, no podemos perder el sentido crítico y no debemos dejar de señalar que los procesos educativos no son propiedad particular de un gobierno, de cualquier gobierno, sino que son patrimonio de la sociedad, de la sociedad civil —término que, por cierto, el gobierno ha soslayado. No dejemos el futuro de la educación en manos inexpertas y perversas.