Parece haber muchos votantes de López Obrador ya decepcionados, pero aún indispuestos a votar jamás por algo tan aberrante como la alianza opositora (PAN-PRI-PRD). No parece importarles que el régimen esté hecho de lo peorcito de esos tres partidos, ni que impulse las peores políticas de sus facciones extremas, o que en estos tres años haya erosionado todos los contrapesos y las instituciones de la democracia liberal: no pueden prestarse a semejante mácula, lo cual es esencialmente un argumento obradorista, además de que le hace el juego al régimen.
Se cierne sobre nosotros la peor amenaza a la democracia en nuestras vidas. Si el régimen mantiene la mayoría calificada en la Cámara de Diputados, puede consolidarse definitivamente una restauración hegemónica y autoritaria. Está anunciado. No es una predicción apocalíptica, es la tesitura jacobina de los primeros tres años de gobierno y las propias advertencias presidenciales entre las que se cuentan, ni más ni menos, la de destruir al árbitro electoral o contravenir la Constitución para ampliar el periodo del ministro de la Suprema Corte que le sirve a modo. Si eso no es evidencia para los puristas, nada lo será.
Está demostrado que la alianza es –matemáticamente– la única posibilidad de quitarle la mayoría calificada al régimen en la Cámara de Diputados. No es que los de la Alianza sean moralmente superiores (aunque sí tal vez menos incapaces), sino que actualmente encarnan la última posibilidad de contar con el contrapeso necesario para salvar a la democracia. Madison lo tenía más claro que nadie en su Federalista 51:
“La ambición debe ponerse en juego para contrarrestar la ambición… Quizás sea un reflejo de la naturaleza humana que este recurso sea necesario para controlar los abusos del gobierno […] Si los hombres fueran ángeles ningún gobierno sería necesario.”
Lo que quiere decir Madison es que en las luchas de poder no hay líderes morales, aunque así se disfracen. Por tanto, es mejor tener a dos o más rufianes peleándose el poder, a que un rufián lo tenga todo. Es historia política básica y naturaleza humana: el poder concentrado en manos de una sola persona deviene en tiranía. Es frustrante tener que aclararlo en México, como si no tuviéramos experiencia en la materia.
Enfundémonos los ropajes puristas y concedamos que la Alianza es una pandilla de ladrones. Hay ahí un poquito de Atlacomulco robarelojes, tantito panismo de moches mochos, otro tanto de perredismo clientelar franelero. Bien. Es mejor que esos rufianes se peleen el poder contra el rufián que lo quiere todo para él solito, a que éste nos aplaste a todos. No es que unos sean santos y el otro un diablo (aunque sí representan diferentes grados de ambición, perversidad y autoritarismo); se trata sencillamente de que, en ese choque de fuerzas, ninguno de los dos lados quede con el suficiente poder para ejercerlo sobre quien discrepe. Aunque parezca increíble, esta colisión nos protege a todos y salvaguarda a la democracia.
Esto no es un asunto de fobias partidistas o ideológicas sino de compromiso democrático. Tenga usted la seguridad de que si llegasen al poder un panista de cilicio, o un perredista garnachero, o un priista de bigotito recortado con arrolladoras mayorías dispuestas a aplastar a la democracia, lo más recomendable sería votar por un contrapeso de rufianes pero rufianes comprometidos con la democracia.
Cómo, entonces, mejorará la clase política, se preguntará usted. Muy sencillo: cuando mejore la ciudadanía, pues ellos son engendros de nosotros. Pero para eso ya habrá tiempo. Si no actuamos ahora, no habrá oportunidad de mejorar ninguna de las dos.