En política el tiempo es oro. El expresidente Enrique Peña Nieto debe estar arrepentido del desperdicio que significaron los meses posteriores al triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador.
Quien tenía el mandato de gobernar a México hasta el último día de noviembre de 2018 dejó de hacerlo y entró en una desidia que es la que ahora lo tiene acorralado.
Pudo establecer una relación distinta, haciendo valer el control que todavía tenía y que habría significado la protección de instituciones, la garantía para miles y miles de servidores públicos que hacían un trabajo especializado que ahora no tienen y ya nadie realiza.
En eso consisten los procesos de transición, en la entrega inteligente de la administración, contenida en el propio mandato legal, pero al mismo tiempo en la necesidad de conservar un patrimonio construido por todos y en muchos años.
Insisto, el panorama sería distinto si Peña Nieto se hubiera ocupado de las responsabilidades que se tienen cuando se transfiere el mando en un esquema democrático.
Por supuesto que no se trata de componendas para evadir a la propia ley, sino de acuerdos para que esta no se vulnere. Los corruptos, que sin duda los hay en legiones, deben ser castigados, pero es un error inmenso el dejar a la burocracia a su suerte.

Es cierto que el tamaño de la derrota era tan grande que el margen de acción se hizo pequeño, pero debió ser aprovechado.
Peña Nieto nunca se ocupó de lo que pudiera ocurrir a sus subordinados y se engañó al pensar que no procederían contra él. Lo harán cuando sea oportuno y ya lo vienen intentado dentro de su círculo cercano, ofreciendo beneficios a quienes estén dispuestos a narrar una historia que empalme con la premisa de que se vivió por tres décadas, en un país donde solo imperaba la voracidad y la corrupción.
Subestimó lo que podría ocurrir en el futuro y en los hechos se convirtió en un rehén mediático, en una pieza que funciona a conveniencia del poder y que puede ser maltratada.
En el fondo, el ex mandatario renunció a su liderazgo y a defender su propio legado. En la actualidad el Pacto por México no solo es descalificado, sino que es motivo de acusaciones y entre ellas las de traición a la patria. Una locura desde el punto de vista jurídico, pero de enorme utilidad en el plano de la política.
Es probable que Peña Nieto decida mantenerse en el silencio, a la espera de que la tempestad amaine, pero esta última no lo hará, y menos en un contexto como el que se está viviendo.
Quizá el ex presidente esté cometiendo un error todavía más grande, porque, quienes tuvieron la más alta responsabilidad pública, no pueden huir de los balances y los problemas, los que no se desvanecen, ni siquiera en Madrid.