lunes 08 julio 2024

A plena luz o el activismo documental fallido

por Germán Martínez Martínez

En un país en condiciones como las de México —de crimen organizado rampante y fracaso de un gobierno tras otro para siquiera contenerlo— es acto de valentía apuntar, a través del medio documental, a individuos e instituciones que son probables responsables de asesinatos y siguen activos. Las autoridades actuales y pasadas lejos de garantizar seguridad —única justificación para su existencia— son fuente de impunidad e incluso pueden ser origen de graves daños cuando se han corrompido. En este sentido, el director Alberto Arnaut Estrada (Ciudad de México, 1987) tanto con su primer largometraje documental Hasta los dientes (2018), como con el ahora estrenado A plena luz: el caso Narvarte (2022) merece la notoriedad pública que ha obtenido. Es necesario, no obstante, deslindar esa cualidad personal de la calidad cinematográfica de su obra.

Las cinco víctimas de asesinato en la Colonia Narvarte de la Ciudad de México.

El director ha realizado series documentales para cadenas menores de televisión (trabajando cercanamente con su tutora, la cineasta y profesora María del Carmen Lara). Arnaut Estrada también rodó el cortometraje documental Ciruelos agrios (2009), quizá como parte de sus estudios de la licenciatura en comunicación social. Con el periodista y documentalista Diego Osorno, codirigió el corto Adrenalina (2021). No obstante, el hito en la carrera de Arnaut Estrada fue Hasta los dientes, acogido por Ambulante, festival que le dio centralidad y promoción. Esta película, considerada su primer largometraje fue recibida con interés principalmente por su tema —la tragedia del asesinato, por ineptitud y abuso del ejército mexicano, de dos estudiantes del ITESM en 2010— y, quizá, por su orientación política contraria a la perniciosa política militarista del presidente Felipe Calderón y de su fallido gobierno. A Arnaut Estrada se le llenó de elogios y premios, incluyendo el Ariel como mejor documental.

Hasta los dientes, sin embargo, no es un buen reportaje, ni una película de peso; si se la ve intelectual y cinematográficamente. Pero el director, por el ambiente que se creó a su alrededor, pudo haber supuesto que se había logrado como cineasta; aunque hubiera más apegos políticos que artísticos en la recepción de su trabajo. El temprano reconocimiento de una obra puede tener efectos perniciosos en creadores que no estén comprometidos con búsquedas estéticas, por ejemplo, un realizador audiovisual —al no cuestionarse ni explorar— puede nunca llegar a filmar un documental atendible en términos cinemáticos y, en cambio, repetirá lo que le ha ganado aplausos. La difusión de Hasta los dientes —incluyendo proyecciones para legisladores y alguna privada para la secretaria y el subsecretario de gobernación— fue uno de los elementos que motivaron al actual gobierno a pedir perdón en una ceremonia por estas acciones cometidas durante el periodo de Calderón. Como activista, alguien puede creer que tal solicitud de disculpa sería un punto de inflexión que daría pie a impedir, o limitar, daños causados por la institución armada. Sin embargo, cualquiera puede observar que con el gobierno que se adornó con ese gesto, la influencia militar no ha hecho sino avanzar y puede causar todavía más arbitrariedades: esta semana, la autoridad local insinuó sabotajes y desplegó más de 6,000 miembros de la guardia nacional, militarizando el metro capitalino.

En el documental A plena luz hay una reconstrucción del multihomicidio.

A plena luz se refiere al multihomicidio —ocurrido en la Colonia Narvarte de la Ciudad de México el 31 de julio de 2015— en que fueron asesinados Rubén Espinosa, Mile Martín, Alejandra Negrete, Yesenia Quiroz y Nadia Vera. Diego Osorno fungió como productor ejecutivo, por medio de Detective, su empresa productora. Se trata de un caso que involucra desgracias y diversos crímenes posibles: tráfico de personas, prostitución, feminicidio, narcotráfico y narcomenudeo, incompetencia policiaca y de justicia, espionaje gubernamental en contra de abogados de las víctimas, probable dolo que deformó la pesquisa.

El documental es convencional: están intercaladas imágenes originales, entrevistas y pietaje de archivo; además de contar con la nueva convencionalidad, como los desplazamientos internacionales —en este caso a Bogotá, para hablar con familiares de una de las asesinadas— y el uso de imágenes filmadas desde drones. Una pieza clave del acontecimiento, como da cuenta la cinta, fue que el fotoperiodista Espinosa fuera una de las víctimas. Él había abandonado recientemente el estado de Veracruz por amenazas tangibles asociadas al gobierno de Javier Duarte. El horror estaba ahí, pero sucesos semejantes son desatendidos por los medios de comunicación. Como lo menciona la madre de una de las asesinadas, porque Espinosa estuvo ahí hubo atención pública al crimen.

La imagen de Javier Duarte, actualmente preso, del fotógrafo Ruben Espinosa.

Además de su investigación de archivo, que recupera materiales como noticiarios de esos días, entre la adecuado se cuenta que A plena luz muestra la impericia de personajes que deberían haber resuelto el crimen y llevado a los culpables ante la justicia, exhibe cómo sus reacciones denotaban la prioridad de protegerse a sí mismos y sus camarillas, haciendo lo que fuera, como ocultar y deformar evidencias. Su plena incapacidad se revela, cuando ante la solicitud de activistas por encontrar la “verdad”, alguno de tales burócratas responde que eso sería “una exquisitez”. Sin embargo, entre las torpezas de la cinta están la falta de naturalidad de lecturas en momentos clave y, sobre todo, su carácter estrictamente comunicativo. El documentalista convoca a peritos para filmar afirmaciones sobre el caso, herramienta que, junto con el montaje decidido, sólo tiene la consecuencia de enumerar posibilidades, incluyendo las políticamente correctas. Arnaut Estrada exhibe incapacidad de observar y capturar imágenes: acude a recursos como el uso de una maqueta del departamento que fue escenario del crimen y a la reproducción de ese espacio para recrear lo sucedido con personas enfundadas de pies a cabeza.

Salvo por su relación con personas afines, y su propio activismo, no se indica por qué Espinosa habría sido perseguido por Duarte o gente cercana a él (esta afirmación no pone en duda que Espinosa corría peligro, sino que apunta a que para la narrativa del documental habría convenido compartir sólidamente la situación del fotógrafo). Quedarse en esbozar el ambiente de acoso y ejecución de periodistas, como hace el documental de Arnaut Estrada, no es proceder detectivesco sino despachar el asunto con apresuramiento. Esta y otras deficiencias semejantes parten del error intelectual de suponer que bastan algunas etiquetas para resolver las cuestiones: que Espinosa sea descrito como “rebelde” tendría que develarnos a la persona y ganar nuestra simpatía maniquea; si se consignan acciones indebidas, aunque no se expliquen siquiera someramente, debería convencernos del carácter represivo del gobierno veracruzano (para lo que quizá haya pruebas pues Duarte se encuentra preso por multimillonarios actos de corrupción). El resultado puede ser caricaturizar acciones reprobables y punibles, pues las perpetradas contra Espinosa podrían terminar viéndose como capricho, producto sólo de patología psicológica de Duarte (aunque esto no sea descartable, lo cierto es que hay factores sociales, políticos y criminales más esclarecedores). En vez de enfatizar lo complejo del acontecimiento, el multihomicidio se opaca: cuando se multiplica la exposición de hipótesis, se disuelven las responsabilidades.

El documentalista Alberto Arnaut Estrada ha dirigido dos largometrajes.

Señalar la falta de rigor no significa esperar que un documental se convierta en policía, fiscal y juez de un hecho; apela a lo que un filme del género puede ser. Tampoco pretende sugerir que no hubiera intenso trabajo en la producción de A plena luz, pero hay que reconocer debilidades. Es problemático que la supuesta verificación de datos (“fact checking”, según los créditos) esté hecha por dos de los cuatro investigadores y guionistas, pues esta clase de procedimiento requiere de alguien ajeno al trabajo que se esté revisando. Esto lleva desde omisiones sencillas, como que no se sabe cómo consiguieron un registro de llamadas entre teléfonos celulares, hasta otras más importantes. El marco de referencia no puede constreñirse al medio cinematográfico mexicano, sino que ha de asomarse a características verificables en otros lugares. Aunque haya excepciones —que reveladoramente tienden a publicarse como libros— en los medios mexicanos se llama con ligereza periodismo de investigación a trabajos que corresponden, si acaso, a lo que haría un equipo del New York Times en la primera semana de acercamiento a un tema, con todavía meses de indagaciones, antes de publicar cualquier texto. Es muy probable que la diferencia no sea de capacidad intelectual, sino de condiciones laborales: la investigación es tarea crucial que requiere tanto de entrenamiento sofisticado como de certidumbre económica y tiempo suficiente.

Además de investigación defectuosa —o inhabilidad del director para lidiar con la información— también hay impericia narrativa, atribuible al documentalista. En una secuencia convergen ambos problemas. En A plena luz se muestra una fotografía de Duarte y hay énfasis en ella, pues se usan segundos de la entrevista en prisión realizada con el exgobernador para oírlo decir que sería una “muy buena foto […] me gusta” e incluso que la tendría enmarcada. Lo que no explica el documental es que uno de los rumores circulados por el periodismo nacional fue que esa fotografía habría desatado la ira de Duarte contra Espinosa. En aquel momento, tratar de comprender el rumor llevaba a preguntarse si eso se debería a que la imagen mostraba la obesidad de Duarte. Además de Duarte, entre los señalados con alguna clase de responsabilidad, se entrevistó también al político Miguel Ángel Mancera; de ambas conversaciones se muestran pocas imágenes —fuera de toma— acaso para ridiculizarlos. En estos y otros momentos de A plena luz no hay libertad para que los miembros del público piensen por sí mismos; simplemente falta información y una pertinente toma de posición del realizador audiovisual.

Hasta los dientes fue el primer documental de Arnaut Estrada.

Con los documentales de Arnaut Estrada estamos ante una confusión: considerar intenciones sociales y políticas como justificación de una obra. Habría que ubicar la dimensión de A plena luz: es un producto bien hecho técnicamente, que sería sólo un documental televisivo en un país desarrollado. En esas sociedades difícilmente sería tomado por gran denuncia, o fracasaría al ser promocionado como tal, por sus deficiencias de investigación, intelectuales y de falta de posicionamiento. Arnaut Estrada tendría que contar con un equipo tanto de investigación como de reflexión y con financiamientos privados que le permitiesen producir, con mayor frecuencia, documentales para el público masivo: sólo así se vería hasta dónde podría llegar su trabajo.

Es probable que las condiciones políticas y sociales de México hagan actualmente necesario el activismo en todos los campos. Alberto Arnaut Estrada no logra en sus dos documentales una síntesis que supere las diferencias entre arte cinematográfico y actividad sociopolítica, más bien muestra que es un técnico competente, pero a pesar de su arrojo personal —y el de su equipo— su labor queda a deber como intervención política por su inefectividad. Afirmo esto tomando en serio los paradigmas que A plena luz plantea en sí mismo, pero puede también tratarse —con todo y su tema— de una película de Netflix para pasar el rato; sin visión política por parte de su director y que, más bien, se complace en halagos acríticos de diminutos círculos sociales que se celebran y creen legitimarse entre sí, cuando, en realidad, carecen de trascendencia cultural.

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