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miércoles 11 diciembre 2024

Prejuicios familiares que matan

por Antonio Medina

El tercer fin de semana de septiembre, velaron en su casa a “Sony”, una niña de 13 años que hace algunos meses informó a su familia que era lesbiana.

La noticia escandalizó a su mamá y a su papá, pero sobre todo a su abuela paterna, la matriarca de la familia, quien sin medir sus palabras cuando se enteró, dijo: “prefiero tener una nieta muerta que una nieta lesbiana”.

La sentencia de la abuela retumbó en los oídos y la existencia de la púber,  lo que le generó un comportamiento suicida con el paso de los días, las semanas y los meses. En varias ocasiones se flageló los antebrazos y cortó sus venas sin lograr su cometido.

Finalmente, la tarde del pasado viernes 24 de septiembre, luego de la ingesta de medicamentos sin receta y el  debilitamiento físico por bulimia, el odio de la abuela se materializó con la muerte de la niña en el área de urgencias de un hospital público en el norte de la Ciudad de México.

“Sony” no quiso vivir más porque su familia no la quería como era. Sufrió el odio y el desprecio familiar, aún de sus padres, sumado esto a la vergüenza que le provocó el rechazo de su abuela ante sus familiares y otros conocidos de la familia.

La abuela de “Sony” es una mujer de carácter fuerte, manipuladora, machista y muy religiosa, relata dolido a quien esto escribe uno de los primos de la jovencita: “ella es quien lleva las riendas de toda la familia. Es muy dicharachera… ella opina sobre la vida que deben llevar sus hijos y sus hijas, sus nietos y nietas; hasta sus hermanos y hermanas. Juzga a los vecinos -a partir de sus prejuicios- y opina sobre qué deben o no hacer los demás”.

“Sony” se dejó morir. El peso del estigma fomentado por su abuela en comentarios discriminatorios y la repercusión en cómo la veían y trataban los demás a partir de esos prejuicios, le generaron depresión y ganas de no vivir.

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Esta situación se agravó por el hacinamiento derivado de la pandemia del Covid, como han informado organizaciones civiles en defensa de la diversidad sexual, pues las largas horas de convivencia cotidiana en casa han generado mucha violencia intrafamiliar, y uno de los grupos más afectados por esta situación han sido niños,  niñas y jóvenes LGBT+, que han salido del clóset o les han “descubierto” sus familiares por husmearles sus pertenencias, sus celulares o “cacharles” en actitudes que les develan como gays, lesbianas o trans.

“Sony” dejó de vivir por culpa de los prejuicios de su entorno familiar y el vaivén con “psicólogos” que de poco sirvieron, pues el cometido que tenían sus padres al llevarla a terapia psicológica, era que la niña “dejara de ser lesbiana”. No faltaron los rezos y las mandas con santos para que de manera milagrosa la niña “corrigiera su anormalidad”.

No es posible que en pleno siglo XXI  se coarte la vida de una niña que a su corta edad sabía que no era como las demás niñas. Hoy esa vida ha sido extinguida por el odio y la ignorancia desde el interior de una tradicional familia mexicana.

Este lamentable suceso obliga a reflexionar si es suficiente con tipificar la no discriminación por preferencias sexuales y tener leyes excelsas sobre los derechos de niños, niñas y jóvenes, cuando en la vida cotidiana de nuestras infancias, en el seno de las familias, se les sigue violentando y no se garantiza lo que insisten las instituciones sobre el “bien superior de niños, niñas y jóvenes” y sus derechos, en este caso, a ser y existir de acuerdo a sus orientaciones sexuales o identidades de género.

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