El miedo es una de las emociones básicas del ser humano que ha sido analizado ampliamente por la neurociencia. Está relacionado directamente con la supervivencia. Del miedo se desprenden dos acciones: atacar o huir. Como dice Facundo Manes, destacado neurocientífico, “se trata de un estado emocional negativo generado por el peligro o la agresión próxima. Cualquier otra emoción puede ser pospuesta. El miedo no” Traigo esto a colación porque en el México de hoy en comunidades, pueblos, municipios y hasta capitales de diversos estados del país la gente está atemorizada. Impera el terror ante el implacable poderío de grupos criminales que actúan con total impunidad, ante la inacción de la autoridad y el fracaso de una estrategia que primero se basó en abrazos no balazos, y después a contracorriente de lo siempre expuesto le apostó a militarizar todavía más al país, sin que esto diera ningún resultado positivo.
Los últimos días reflejan la situación en la que nos encontramos, y también el desvarío desde el poder que se niega a afrontar esta realidad. Hay de todo. Comunidades desplazadas y comunidades armadas. Unos huyen. Otros enfrentan. O son asimilados por esos mismos grupos delincuenciales, porque ante el abandono, ahí en el territorio, en lo más lejano, no tienen otra alternativa.
Dentro de este contexto general. Hay casos verdaderamente preocupantes. Ya lo es el hecho de que el 81 por ciento del territorio según la nota de El Universal basada en un estudio de AC Consultores esté controlado por 175 organizaciones criminales. Es decir, 108 millones de mexicanos están en riesgo. Por eso cuando uno recorre el país, cuando habla con la gente y, sobre todo con las mujeres, lo que sale a relucir es el temor. Cómo me dijeron en Guerrero ya hasta miedo les da ser mujeres. No es casual. Son las más perjudicadas por este clima de inseguridad, que es cierto, no es de ahora, pero que se ha agudizado en los últimos cinco años cuando nos prometieron todo lo contrario. Muchas estrategias relacionadas con la construcción de paz fueron abandonadas como la de Ciudades Seguras para las Mujeres, o las políticas preventivas con un enfoque ciudadano. Se dejó a un lado el fortalecimiento de una policía federal que se encargara de las tareas de la seguridad pública y, por supuesto, se rechazó la discusión de un mando único policial para las entidades, modelo propuesto en el sexenio pasado y que tenía por objetivo fortalecer la seguridad ciudadana, atendiendo incluso a modelos de proximidad. Esta negativa es una sinrazón. En la Ciudad de México y en otros lugares como Monterrey este esquema ha dado muy buenos resultados. El hecho es que ahora tenemos más muertos, más violencia y más poder del crimen organizado en detrimento del poder del Estado.
Basta con revisar algunos de los últimos acontecimientos. El asesinato de Hipólito Mora, líder de las autodefensas michoacanas, en la localidad de la Ruana, nos demuestra este poderío. Unas semanas antes de este lamentable hecho, él mismo había anunciado que “le quedaba poco tiempo, que no llegaba vivo a Navidad”, porque seguía amenazado por el grupo criminal de Los Viagras quien, según la fiscalía michoacana, fue el presunto responsable de este sangriento crimen, pues de acuerdo a esa institución se realizaron más de mil disparos contra la camioneta en la que viajaba. Y frente a esto, la declaración del gobernador morenista de Michoacán es simplemente inaceptable, cruel, inhumana: le pedimos que no se fuera de Morelia. Igual que como nos dicen a las mujeres: tú tienes la culpa porque sales de noche, porque te vistes de determinada manera… En el fondo, lo que nos dicen nuestros gobernantes es que nos quedemos en nuestras casas porque ellos son incapaces de protegernos, como sucedió con el líder michoacano.
Paralelamente, la explosión de un coche bomba en Celaya causó heridas a diez integrantes de la Guardia Nacional, sembrando con ello el terror en un estado que vive asolado por los grupos delincuenciales. Simultáneamente, otro coche bomba se detectó a tiempo y fue desactivado en la comunidad de Teocaltiche en Jalisco, después de que se registró un enfrentamiento entre grupos varios grupos, entre ellos algunos vinculados al Cártel Jalisco Nueva Generación.
Los 16 trabajadores secuestrados por grupos delictivos fueron también noticia nacional. Afortunadamente regresaron con vida, pero no precisamente por la terrible amenaza del presidente de acusarlos con sus mamás y abuelitos, sino porque imponen sus condiciones en un estado que hoy se caracteriza por la violencia y la inseguridad. Y rayando en el ridículo tenemos a la alcaldesa de Tijuana que se fue a vivir al 28 Batallón de Infantería (había recibido amenazas), dejando en la orfandad a quienes gobierna que reciben con esta acción un pésimo mensaje: yo me protejo, ustedes háganle como puedan.
Pero lo sucedido en los últimos días en Guerrero habla ya de una ingobernabilidad insostenible por más que el senador Salgado Macedonio atribuya el clima de violencia y de incertidumbre a la derecha conservadora, y no a la incapacidad de la gobernadora (como sí lo hubiera hecho en otros tiempos) que como todos sabemos es su hija. En Quechultenango inició la rebelión que hemos visto en los últimos días. Justo en el lugar en el que el entonces líder de Morena, López Obrador, fue a decir que podría haber una amnistía para los delincuentes. Ahí en la tierra de Los Ardillos, cuyo líder fue fotografiado recientemente con la alcaldesa de esa capital, que vive en la noche un práctico toque de queda pues nadie se atreve a salir de sus casas. Y unos cuantos días después pobladores de ese municipio, se manifiestan, toman rehenes, bloquean la autopista del Sol, y derriban muros del Congreso y de la Casa de Gobierno con un vehículo militar del que se adueñaron. La semana pasada el bloqueo de la autopista estuvo a cargo de los maestros pensionados, porque a las y los que debieran gobernar ese estado les gusta más la pachanga y el canto. Ah, y también les encanta llenar de espectaculares promoviendo una candidata con recursos que nadie sabe explicar de dónde proceden, pero que soterradamente señalan provienen de las arcas de un estado asolado por la violencia, la muerte, la pobreza.
Todo esto en un país en el que hay más de 80 homicidios al día, y se asesinan a diez mujeres, sin contar la cifra negra de los desaparecidos. Y el presidente enfrascado en su polarización y su campaña de odio. Y los responsables de su gabinete con declaraciones contradictorias. Y su secretaria de Gobernación totalmente ausente. Porque lo que único que importa es el fin último, superior, ganar la elección presidencial, sin importar los medios y mucho menos si en el marco de esta anticipada disputa el país se desangra poco a poco, o a borbotones.
Y la oposición, ávida por llenar un espacio, un vacío, y enfrentar la ilegal campaña de las corcholatas, se concentra también en lo electoral, dejando atrás las causas, no entendiendo que la mejor campaña es estar con la gente, acompañarla en su dolor y en su miedo, en decirle ahí donde están sufriendo que no están solos, mostrando un poco de compasión por lo que ahora sufren, por las víctimas de este terror, de este sufrimiento.
Pero más allá de eso interesa destacar que este clima beneficia, desde luego, al crimen organizado. Pero también a quienes desean detener el poder en sus manos. Porque el miedo desalienta. Porque el miedo encierra, aprisiona, e impide que la gente participe libremente, que salga a votar. Por eso hoy más que nunca, si se quiere un cambio y terminar con esta tragedia, la primera tarea, la más importante hoy es vencer ese miedo y obligar al gobierno a actuar.