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martes 08 octubre 2024

“Quirón” y la burocracia

por Germán Martínez Martínez

El libro de poemas Quirón (2023) de Christian Peña ganó el Premio Xavier Villaurrutia. El galardón deriva buena parte de su prestigio como distinción al mejor libro literario del año en México por las obras que lo han recibido con anterioridad —entre las que se cuentan Pedro Páramo (1955) y El arco y la lira (1956)—, por los autores previamente distinguidos —Arreola, Elizondo, Garro y Vicens, por ejemplo—, y porque no tiene la apariencia de concurso ya que se le conoce como reconocimiento de “escritores para escritores”. Actualmente lo otorga la Sociedad Alfonsina Internacional y el gubernamental Instituto Nacional de Bellas Artes (hoy, según su jerga, INBAL, por agregar “y Literatura”). Quiero referirme a la mecánica del premio y al poemario reconocido este verano de 2024.

La tarde del martes 23 de julio se realizó la ceremonia de entrega del Premio Xavier Villaurrutia a Christian Peña en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México. Hablaron personajes de la comunidad literaria, contribuyendo a la lectura del libro de Peña. Después tomó la palabra la directora del INBA Lucina Jiménez, de formación académica antropológica y con larga experiencia en la burocracia cultural de gobiernos con distinto signo político. Si se considera el perfil de “escritores para escritores” del Villaurrutia, la presencia de Jiménez tuvo notable falta de pudor por su centralidad física en la mesa y en el orden de las alocuciones, que podía generar la impresión de que era ella la celebrada.

Quirón es el decimosegundo libro de Christian Peña, quien en su trayectoria ha sido extraordinariamente premiado —casi cada libro suyo ha tenido alguna distinción— incluyendo el Premio de Poesía Aguascalientes de 2014 por Me llamo Hokusai. Una nota inicial y un epígrafe —que el poeta posteriormente revela proviene de Dickinson, quizá en su propia traducción—- dan al lector la clave temática para las páginas siguientes. Según el mismo Peña —en el texto previo explicativo— Quirón es el “líder de los centauros, criaturas mitad hombre y mitad caballo que vivieron en las montañas de Tesalia”, por tanto, una figura de la mitología griega, el referente clásico de hace más de 2000 años, época anterior a Jesús de Nazaret. El poeta de Quirón, sin embargo, no se limita a ese paradigma pues también menciona figuras de la mitología romana —y otros personajes grecolatinos—, puntos clave de la geografía política de la Ciudad de México, curiosidades —no explícitas— de la detestable “época de oro del cine mexicano”, datos astrológicos, así como habla de caricaturas, programas de televisión y alude a Kafka, Homero y Rilke.

¿Por qué tendría que haber deferencia ante una burócrata en una actividad significativa por ser reconocimiento entre pares creativos? En rigor, Jiménez sobraba: que los fondos del premio provengan del INBA en forma alguna significa que sea dinero de tal directora, ni siquiera una gracia del gobierno pues son fondos extraídos a contribuyentes (que en su mayoría desconocen qué es el Premio Xavier Villaurrutia). Todavía más notable fue que Jiménez demostró su capacidad para hablar largamente con casi cabal ausencia de contenido en sus palabras: el espíritu burocrático en acción. Aun así, no abunda la crítica contra intervenciones que son un despropósito. Una explicación es muy sencilla: en México no se critica a los burócratas culturales por pragmatismo y miedo racional. Hacer notar faltas de tales burócratas en el medio mexicano —tan dado a arbitrariedades— puede significar que a uno no le otorguen premios y que la participación de uno en otras actividades se limite o cancele. Al final de las cuentas Jiménez es irrelevante, en México y cualquier país el problema es la existencia y acciones de la burocracia cultural. Los artistas y sus públicos no tienen por qué estar atenidos a dinámicas y veleidades burocráticas porque no hay dualidad ni centauro alguno: las artes nunca dependen de mediadores gubernamentales —es decir, entorpecedores— sino que son posibles gracias a nosotros, quienes hacemos y amamos las artes.

Según lecturas en boga hoy —cuya perdurabilidad no es inevitable— la acumulación y diversidad de referentes haría de Quirón un material literario en relación con su entorno y rico en su heterogeneidad. Por mi parte, considero que el carácter de la escritura de Peña está en sus textos a pesar de tales recursos —que por lo demás se demuestran marginales— aunque esas herramientas atiendan a prácticas elogiadas en nuestro tiempo. Curiosamente, acompañan a los poemas ocho páginas de notas que no son esclarecimientos indispensables —en ellas hay espacio hasta para la reutilización textual (real o ficticia)— y que, de hecho, en algunos casos valen literariamente por sí mismas. El lenguaje en Quirón no es el de la experimentación —o el de quien palpa las palabras— sino el de la experiencia: la del escritor y de cierta tradición de claridad en los versos. A momentos la de Peña es poesía aforística: “la infancia es una herida que no cierra”. En otros fragmentos coinciden reflexión y acierto en la composición: “me recuerda que un hombre/ es mitad bestia [espacio] y mitad lo que su padre hizo de él”. Y en lo más logrado también es emociones condensadas en historias: “tarde o temprano, seremos la unión/ de dos partes que se creían una sola/ hasta que no lo fueron”.

En México como en otros países donde predominan las ideologías estatistas se espera que el financiamiento para las artes sea resuelto por los gobiernos. En cualquier lugar eso significa la creación de aparatos burocráticos que consumen un porcentaje importante de los recursos extraídos a ciudadanos independientemente de su interés o no en las artes. A la mentalidad estatista y socialdemócrata —que prevalece en todos los partidos políticos mexicanos y entre los ciudadanos— le resulta inconcebible que haya alternativas y por eso tenemos una comunidad cultural que espera vanamente, sexenio tras sexenio, que el nuevo gobierno tenga a las artes como prioridad, aunque esté terminando un primer gobierno de izquierda —estatista por definición— que probadamente relegó las artes. Fuera de imprudencias como la de Jiménez en la entrega del premio Villaurrutia, hay posibilidades de operar de maneras distintas.

Recurrir a la mitología clásica —o de otro tipo— no es una extrañeza, sino práctica muy extendida en las artes. Sin embargo, en muchos casos y sobre todo en décadas recientes, la herramienta es desafortunada porque significa el uso de muletas que frecuencia tienen el vano objetivo de legitimar creaciones que deberían funcionar por sí mismas. Se llega al extremo de obras que tienen como gracia casi única el uso del adminículo mitológico, pero los poetas que se sumergen en el lenguaje y las experiencias no lo requieren. Por supuesto que el anclaje mitológico puede ser dispositivo de escritura —como se estila en algunos talleres literarios— igual que lo pueden ser muchos otros mecanismos, con la diferencia clave de que el aura de los mitos clásicos parece colocar a las obras en cierta posición de falsa validez. Peña no requiere de este tipo de muletas: a pesar de sus títulos, los poemas de Quirón no rebosan mitología. El poeta busca presentar su uso como recurso lúdico: “Desde niño, por culpa de la televisión/ nos gustaron los mitos”. No es imposible que el futuro de la poesía de Peña esté íntimamente relacionado con entregarse a confiar en su atención a las vivencias y en adentrarse en el lenguaje, desprendiéndose de recursos bien aceptados socialmente, pero innecesarios para él y sus poemas.

Idealmente un premio al mejor libro del año en un país tendría que estar basado en la revisión amplísima de la mayor parte de lo publicado. El Premio Xavier Villaurrutia actualmente no opera así, sino por una convocatoria a la que si bien responden múltiples actores del ambiente literario está lejos de ser siquiera representativa de la producción editorial anual: libros destacados no son siquiera inscritos para concursar. Una opción factible —que se construiría a mediano y largo plazo— sería el financiamiento privado de un premio que no operase por concurso burocrático sino por libre y sistemática ponderación de lo publicado. Para esto hace falta la promoción de una cultura de mecenazgos que haga posible el financiamiento de un grupo de lectores competentes y jueces pertinentes —ambos públicamente anunciados— que convendría cambiaran cada año: becados o asalariados para leer metódicamente, crear las listas de obras a considerar y determinar el premio. Tanto por la debilidad económica de las pequeñas editoriales como para evitar conflictos de interés dados los conglomerados editoriales globales, sería preferible que el financiamiento proviniese de empresas ajenas a la industria del libro. Convocando suficientes mecenazgos es muy probable que el monto del premio pudiese superar por mucho el del Villaurrutia volviéndose un premio patrimonial, una suma que marque una inflexión en la vida de los autores (no el equivalente a pocos meses de ingreso que otorga la mayoría de los concursos gubernamentales mexicanos). Estratégicamente esto no es invitar a la desaparición del Premio Xavier Villaurrutia ni quitarle mérito alguno a los libros que lo han recibido y que ojalá continúen obteniéndolo en el futuro cercano. Para operar un premio privado al mejor libro literario del año también haría falta algún equipo organizativo, pero en ello también se pueden idear formas de encargar esa administración —con fondos de por medio— a instituciones culturales privadas que concursaran para hacerse cargo del premio por tres o cinco años. No serían escasas las cuestiones a resolver, desde las prácticas hasta como prevenir distorsiones, pero de eso se trata: de construir la viabilidad de las artes.

Quirón es claramente un proyecto consumado: una idea que fue floreciendo en diversos textos, con elementos pensados y desarrollados para darle unidad. La ambigüedad del centauro con que juega el autor está también presente en algunas de las mejores líneas del libro: “No estamos sentados a la izquierda o derecha de nadie, ni caímos del cielo como un rayo, ni nadie murió por nosotros. Dios es la mitad de nuestro cuerpo”. En escapar la ambigüedad que el poeta vislumbra hay una veta de trabajo poético más allá del objeto libro. En Quirón la poesía de Christian Peña es reflexiva y ordenada —clásica— con la intensa y caótica experiencia de ser hijo, padre y hermano acechando entre las páginas: “un padre es un hombre con madera de bestia”.

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