El ejercicio de ratificación de mandato, que no de revocación, del pasado domingo 10 de abril, celebrado en México, es una copia del que en 2004 realizó el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y en 2008, el presidente de Bolivia, Evo Morales.
La diferencia entre los tres procesos es que los dos primeros fueron muy exitosos y el que se realizó con el apoyo del presidente López Obrador resultó un fracaso. Esto a pesar de la enorme cantidad de recursos púbicos que se utilizaron para promover el voto a favor del mexicano.
En 1998, Chávez ganó la primera elección presidencial con 3.6 millones de votos y una participación electoral del 63% de la población. En 2004, la ratificación la obtuvo con 6.0 millones de votos y una participación electoral del 70%.
Del triunfo como presidente a la ratificación como mandatario en funciones obtuvo 2.4 millones más de sufragios y elevó la participación en siete puntos. Fue un rotundo éxito.
Morales ganó la primera elección como presidente de Bolivia en 2005 con 1.5 millones de votos y una participación electoral del 85.0%. En el ejercicio de ratificación de 2008 obtuvo 2.0 millones de votos, con una participación electoral del 83.3%.
De su victoria como presidente a la ratificación de su mandato obtuvo 500 mil votos más y la participación electoral fue prácticamente la misma. Una variación de 1.7 puntos. Su éxito fue evidente.
El presidente López Obrador ganó la elección presidencial con 30 millones de votos y una participación del 60% del padrón electoral. En la ratificación de mandato obtuvo 14 millones de votos, con una participación del 18% del padrón.
Obtiene menos de la mitad de los votos que alcanzó en 2018 y cae en 42% el número de los electores que participaron en este ejercicio de propaganda política auspiciada desde Palacio Nacional.
Las realidades son distintas, pero es inevitable la comparación entre los resultados de los tres eventos cuyos presidentes pretendían lo mismo, ser ratificados con altos niveles de participación, por el pueblo bueno.
Es claro que, para calificar como exitoso un ejercicio de ratificación de mandato se requiere que quien está en la boleta alcance más de los votos que obtuvo en la elección presidencial.
Y también que provoque la participación de más electores que cuando ganaron la elección presidencial. Eso en demostración de que el pueblo bueno se manifiesta masivamente por la ratificación del presidente en funciones.
Se sabe, que en privado el presidente López Obrador citó a los gobernadores de los estados morenistas y en esa reunión les impuso metas de participación de los votantes que deberían ser llevados a las urnas.
Ellos, también se les dijo, deberían utilizar todos los recursos a su alcance, para alcanzar las metas establecidas en Palacio Nacional. Más de uno no las cumplió. ¿Se sentirá el presidente traicionado por ellos? Es muy posible que así sea.
En las semanas que duró el proceso, el presidente utilizó todos los días el recurso de la comparecencia mañanera, para invitar al pueblo bueno a que se hiciera presente en las urnas con el mensaje implícito de que votaran por que permaneciera en el cargo.
Las dos semanas previas al 10 de abril, los gobernadores de Morena, de manera descarada con recursos públicos, hicieron una intensa propaganda para que las personas fueran a votar y lo hicieran, para ratificar al presidente en su puesto.
El gobierno federal hizo uso de la estructura de los Siervos de la Nación que son más de 25 mil de sus empleados, para visitar casa por casa, diciendo que si no votaban por el presidente perderían los apoyos que éste les daba.
La propaganda del Estado y el uso de estructura del gobierno en la promoción del voto del presidente sí funcionó. Sin ese esfuerzo hubiera sido todavía mayor el número de la abstención.
Eso es cierto, pero también, que a pesar del operativo de Estado los números que se alcanzan están muy lejos de considerarse como un éxito. Son, si se le compara con los casos de Chávez y Morales, un gigantesco fracaso.
Twitter: @RubenAguilar