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martes 08 octubre 2024

Recetas marxistas para el maestro

por Pablo Majluf

Para adoctrinar debidamente a los niños en el espíritu revolucionario, primero se debe adoctrinar a los maestros. Por eso al Plan de Estudios 2022 de la SEP –ese potaje ideológico que muchos en su momento acusamos de marxista– no le podía faltar el complementario manual para el maestro, recién publicado bajo el irónico título Un libro sin recetas para la maestra y el maestro que, si de algo está plagado, es precisamente de recetas. Recetas de corte revolucionario, desde luego.

De hecho, el manual abre con una receta en forma de convocatoria elaborada por uno de los principales ideólogos del resentimiento latinoamericano, el pedagogo de la liberación Paulo Freire: “Cada vez nos convencemos más de la necesidad de que los verdaderos revolucionarios reconozcan en la revolución un acto de amor”.

Más allá de la cursilería irresponsable (¿cuál revolución latinoamericana ha sido un acto de amor?), el resto es eso: un recetario marxista disfrazado de espurias filosofías educativas “alternativas” como la pedagogía crítica, las epistemologías del Sur y la educación popular, que le sirven a los marxistas para camuflarse y cuyos más fervientes aliados son los académicos progresistas de nuestras universidades, quienes ingenua o cínicamente niegan que haya algo de marxismo en ellas.

Por si pensaban que la dialéctica histórica marxista se había esfumado, el manual de la SEP les prescribe a nuestros maestros que: “Hoy vivimos otro tipo de esclavitud. Nuestros trabajos tal vez dejaron de ser demandantes físicamente, pero la relación de subordinación de los sujetos continúa”. Por ello, “el principio básico que debemos cuestionar es aquel que señala que hoy no existen clases sociales”.

Desde luego, nada en el manual está puesto en términos de explotación material: el sujeto histórico ya no es el proletario enajenado en una fábrica a merced del empresario voraz; ahora lo es el niño “oprimido” por el sistema clasista, racista, eurocentrista, heteropatriarcal y neoliberal que lo mantiene subyugado con instrumentos tácitos de poder como el lenguaje y la ciencia.

Así, uno podría ir acomodando casi en orden y sin ningún contratiempo las piezas de la liturgia marxista: desde el llamado a los maestros a tomar conciencia de su papel revolucionario, hasta conducir a los niños a su emancipación final: “Sólo cuando los oprimidos descubren nítidamente al opresor y se comprometen en la lucha organizada por su liberación, empiezan a creer en sí mismos, superando así su complicidad con el régimen opresor”, dice el manual.

Como hicieron en su momento los posmodernistas franceses y están haciendo ahora los ideólogos de la Teoría Crítica de la Raza en EEUU, la SEP sencillamente extrapoló la lucha de clases a una lucha entre oprimidos y opresores. Se insinúa, por supuesto, que de un lado están los niños y maestros del pueblo bueno; y del otro los neoliberales, conservadores y aspiracionistas.

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