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martes 15 octubre 2024

Reservas republicanas

por Pablo Majluf

El cartel morenista en el Senado ungió al Supremo Líder como encarnación del Pueblo y transubstanciación de la patria, y condenó a sus críticos como traidores y pérfidos, alcanzando un nivel insólito de genuflexión legislativa en un país con amplia historia en la materia. Incluso en las peores épocas del viejo régimen –que el nuevo quiere restaurar– no vimos algo semejante; ni siquiera cuando las bancadas priistas le aplaudían desaforadamente a López Portillo mientras destruía el país.

Lo mismo pasa en los medios. El viejo régimen usó el radio, el cine, la prensa y la televisión como aparatos de persuasión. Abundaban personajes cobardes y acomodaticios que se sometían al poder legitimándolo y normalizándolo a cambio de prebendas, al grado de autodenominarse “soldados del presidente”. En mucho menor medida, los gobiernos de la transición tuvieron también a sus aplaudidores y porristas: había línea oficialista, nómina, publicidad oficial y reparto de favores. Pero los grados de adulación y lisonja que vemos hoy son inauditos: toda una red de periodistas, artistas, intelectuales, académicos e influencers dedicada incesantemente a la alabanza y la exaltación. Inauditos no sólo en número sino en sustancia: lo de hoy son analogías mesiánicas, hagiografías y todo un culto a la personalidad.

Foto original: CIUDAD DE MÉXICO, 15FEBRERO2022. Senadores de Morena dicen que AMLO ‘encarna’ a la nación. FOTO: ANDREA MURCIA /CUARTOSCURO.COM

Sin embargo, también hay nuevos niveles de suspicacia y rechazo hacia esos estados indignos de sumisión. El repudio a la proclama de los senadores morenistas fue bastante enérgico. Hubo un rechazo generalizado en amplios sectores de la sociedad, sobre todo ahí donde están fincados los contrapesos independientes: la prensa de opinión, la sociedad civil y las redes sociales. Y más que hacia las ideas del desplegado –que en el fondo son muestras de debilidad–, hubo un reproche hacia el servilismo y la pleitesía de los firmantes como signos inequívocos de corrupción de carácter y vicio político. Los Attolinis, Ackermans y Lord Moléculas son despreciados por las voces de la cordura como espíritus rastreros.

Aunque existen antecedentes históricos del peso de la ignominia política –por ejemplo, a Carlos Fuentes nunca se le perdonó su apoyo a Echeverría, de lo que Octavio Paz se desmarcó a tiempo con esa cualidad que él llamaba “orientación de la historia”– es cierto que el nuestro es un pueblo amnésico que lava caras y cobra barato. La mejor prueba de esto es la enorme cantidad de septuagenarios priistas sin escrúpulos que engrosan las filas de este régimen. Pero vemos que también posee ciertas reservas republicanas y, ahora, con los recientes esperpentos, parece que empieza a asentarse el recelo contra la supeditación acrítica. Un resultado positivo de este sexenio, en el sentido del desarrollo de nuestra cultura política, sería que los matraqueros del régimen quedaran para la posteridad como antítesis de la virtud política.

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