“Prieto”, “naco”, “gato”, “indio”, son sólo algunas palabras del vocabulario mexicano con las que se discrimina a las personas de piel oscura. Hay otras que etiquetan a quienes gozan de un estatus económico alto: “fresa”, “machuchón”, “riquillo” o “fifí”. Estas formas de discriminación han dejado una huella profunda en la sociedad mexicana, generando divisiones y limitando las oportunidades para muchos de sus ciudadanos.
El clasismo en México es evidente en diversas esferas de la vida cotidiana. Desde la discriminación en el acceso a la educación y el empleo, hasta la segregación en los espacios públicos y privados, el clasismo perpetúa la desigualdad social. Las personas son juzgadas y valoradas en función de su estatus socioeconómico, limitando así las oportunidades de aquellos que no pertenecen a ciertos estratos privilegiados. Cito, por ejemplo, el caso del restaurante Sonora Prime de Polanco, el cual fue denunciado por la CDMX por dividir a sus comensales -sin que ellos sepan- en las secciones Gandhi y Mousset, dependiendo del color de piel, lo cual implicaba un trato diferenciado. O bien, la actriz Yalitzia Aparicio, quien a pesar de ser la primera mujer indígena en la historia en ser nominada al Oscar a la mejor actriz, para muchos en México este logro es lo de menos cuando tienen que decir algo sobre ella. Desde el actor que la llamó “pinche india”, o las críticas por cómo la fotografiaron en las portadas de revistas, o los incontables comentarios en redes sociales sobre cómo se viste, hablar de su trabajo en “Roma” pasa a segundo término. “Aunque la mona se vista de seda…”, escribía algún usuario en Twitter.
Como pueden ver, el racismo en México se manifiesta en prejuicios y estereotipos arraigados hacia las personas de diferentes orígenes étnicos. A pesar de la riqueza cultural de nuestro país, las comunidades indígenas a menudo enfrentan discriminación y marginación. Estas formas de racismo se reflejan en la falta de representación y voz en los espacios políticos y mediáticos, así como en la dificultad para acceder a servicios básicos y oportunidades de desarrollo. Las consecuencias del clasismo y racismo en México son múltiples. Estas actitudes discriminatorias perpetúan la desigualdad social, generando un sistema en el que algunos grupos tienen privilegios mientras otros son sistemáticamente excluidos. Esto crea barreras para el desarrollo social y económico, así como para la construcción de una sociedad más justa e inclusiva.
Además, el clasismo y el racismo socavan la cohesión social y el tejido comunitario. Al fomentar la división y el desprecio hacia ciertos grupos, se debilita la solidaridad y se promueve una cultura de intolerancia. Estos prejuicios pueden incluso conducir a conflictos y tensiones sociales que obstaculizan el progreso y la convivencia pacífica.
Es importante subrayar que el Presidente López Obrador ha sido generador de conflictos racistas y clasistas por su empeño en descalificar todo aquello que le resulta incómodo. A partir de que Morena perdió nueve alcaldías, AMLO ha hecho permanente su crítica a la clase media, pues “estamos hablando de una clase media ladina, aspiracion 1ista” o “los grados académicos son como los grados monárquicos, son como grados de nobleza.”
Tras la marcha “El INE no se toca”, AMLO insultó a decenas de miles de ciudadanos mexicanos: “En el fondo los que se manifestaron ayer lo hicieron en contra de la transformación que se está llevando en el país, lo hicieron a favor de los privilegios que ellos tenían antes del gobierno que represento, lo hicieron a favor de la corrupción, lo hicieron a favor del racismo, a favor del clasismo, de la discriminación”. Sin embargo, el Presidente se erige como el defensor de la igualdad y en el Grito de Independencia de 2022, agregó algunas arengas como “¡Muera la corrupción, muera el clasismo, muera el racismo!”
Enfrentar el clasismo y el racismo en México requiere un esfuerzo colectivo y sistemático. Es necesario promover la educación y la conciencia sobre la diversidad y los derechos humanos, fomentar el respeto y la inclusión en todos los niveles de la sociedad y establecer políticas públicas que garanticen la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos, sin importar su origen étnico o estatus socioeconómico.
Superar estas barreras implica reconocer nuestra responsabilidad como individuos y como sociedad para construir un México más justo y equitativo. Es hora de romper los estereotipos, derribar las barreras y trabajar juntos para construir una nación que celebre y valore la diversidad como un motor de desarrollo y enriquecimiento cultural. Solo así podremos construir un futuro en el que el clasismo y el racismo sean cosa del pasado y donde cada persona tenga la oportunidad de alcanzar su máximo potencial.