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¿Cuál fue el magnicidio más importante del siglo XX? El de John F. Kennedy cimbró a Estados Unidos y al mundo entero. No menos dramáticos fueron los de su hermano Robert y el de Martin Luther King, ambos ocurridos el fatídico año de 1968. El del archiduque Francisco Fernando fue el pretexto para iniciar la Primera Guerra Mundial. También las muertes de personajes como Gandhi, Sadat, Rabin y Carrero Blanco tuvieron su importancia. Sin embargo, no son pocos historiadores señalan al asesinato de Sergei Kirov como el crimen del siglo porque desencadenó las grandes purgas en la Unión Soviética, consolidó a la dictadura de Stalin y tuvo un tremendo impacto mundial. En el momento de su muerte, Sergei Kirov era miembro de pleno derecho del Politburó y secretario del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, además de ser su jefe en Leningrado. Era enormemente popular dentro del partido y un orador carismático y talentoso. Con su rostro juvenil y de sencilla actitud tenía un comportamiento cercano y accesible a la gente, en contraste con Stalin, quien rara vez salía de los confines del Kremlin y no era en absoluto espontáneo o accesible. 

Mientras Stalin hablaba ruso con un fuerte acento georgiano, las palabras de Kirov resonaban en los tonos claros y contundentes de un ruso nativo. Nunca encajó en el estereotipo bolchevique de crueldad implacable. Lo distinguía cierta tolerancia hacia opiniones distintas a la suya y jamás exhibió la falta de escrúpulos y de empatía a la vida humana tan característica de su jefe. Sin embargo, fue uno de los miembros del Politburó más cercano a Stalin y su amistad fue ampliamente reconocida. Y no dudaba en mancharse las manos cuando el Vozhd se lo exigía. Eliminó a miles de “enemigos burgueses” durante la cruenta guerra civil y como líder del partido en Leningrado persiguió a muchos disidentes, aunque procuraba, en la mayor medida posible, atraerlos de vuelta al redil bolchevique en lugar de -simplemente- aniquilarlos. También tuvo sus dudas sobre la política de colectivización forzada y, de hecho, el proceso se implementó a un ritmo mucho más lento en la región de Leningrado. 

Kirov fue asesinado a las 4:30 pm del 1 de diciembre en la sede del partido de Leningrado. El magnicida fue Leonid Nikolaiev, de 30 años, quien esperó a su víctima frente a su oficina para matarlo de un solo disparo en la nuca, tras lo cual intentó suicidarse, pero varios testigos se lo impidieron. Nikolaiev había prestado servicio en la administración pública, pero debido a su propensión a los conflictos constantes fue despedido. Llevaba mucho tiempo haciendo peticiones para su reinstalación a sus superiores (incluido Kírov), siempre en vano, lo cual le genero un hondo resentimiento. Además (se dijo) sospechaba de un affaire entre su esposa y Kirov. El mismo día, inmediatamente después de enterarse de la noticia de la tragedia, Stalin viajó a Leningrado para comenzar personalmente una investigación del crimen. Iba acompañado del temible jefe de la NKVD, Nikolái Ivánovich. No era un crimen ordinario y, además, Leningrado no era una ciudad ordinaria. Apenas unos años antes había estado plagado de los simpatizantes de Grigory Zinoviev, quien se había unido al prominente bolchevique Lev Kamenev para oponerse al liderazgo económico y político de Stalin. Kirov, como jefe del partido en Leningrado, había librado una difícil lucha contra los leales zinovievistas. 

Stalin siempre detestó Leningrado, una ciudad demasiado cosmopolita para su pedestre gusto, la cual -de hecho- había sido construida por Pedro el Grande para servir como la “ventana a Occidente” de Rusia. Era hogar de las figuras intelectuales y culturales más prominentes del país. Por eso vio en el asesinato de su amigo una buena ocasión para martirizar a esta pobre ciudad. Por eso personalmente se encargaría de las investigaciones, las cuales produjeron resultados inusitadamente rápidos. Tras interrogar personalmente a los testigos el dictador denunció que una conspiración encabezada por Zinoviev estaba detrás del asesinato y que a esta conspiración antibolchevique pertenecía el asesino material e incluso la esposa del magnicida, quienes rápidamente fueron declarados culpables y ejecutados. 

La muerte de Kirov puso en marcha las purgas de los años 1936-8, las cuales costaron la vida a centenas de viejos dirigentes comunistas (entre ellos Zinoviev y Kamanev) y a millones de soviéticos. El mismo día del asesinato, Stalin firmó dos nuevas leyes que autorizaban a la NKVD a arrestar a personas sospechosas de planear actos terroristas, sentenciarlas sin un tribunal ni abogados, y ejecutarlas dentro de las veinticuatro horas. Este acontecimiento sigue siendo objeto de controversia y debate por parte de los historiadores. La más común señala a Stalin como autor intelectual al ordenar organizar el asesinato. Varias circunstancias inusuales del crimen reafirman esta hipótesis: el guardaespaldas de Kirov murió al día siguiente en un misterioso accidente de camión, el asesino había sido capturado por la NKVD antes del asesinato en posesión de una pistola y puesto inexplicablemente en libertad, la policía no cerró el edificio inmediatamente después del asesinato, los testigos en el pasillo proporcionaron historias contradictorias que nunca fueron investigadas por el NKVD y el jefe de la policía secreta en Leningrado se había convertido en una persona cercana y en “consejero” del asesino.

Además, Stalin tenía motivaciones políticas para eliminar a Kirov. Para el día del crimen había una tensión considerable entre los dos viejos camaradas. Stalin era paranoico y envidioso y notaba con preocupación la creciente popularidad de Kirov, un político “moderado” y posible rival. De hecho, Nikita Kruhschev estaba convencido de que Stalin estaba detrás del asesinato, según declaró en los años cincuenta. Aunque, por otro lado, los historiadores soviéticos siempre negaron la complicidad de Stalin en el crimen. Alegaron la inexistencia de documentos o pruebas de la implicación de Stalin o del aparato de la NKVD y postularon siempre la teoría del asesino “resentido y cornudo”. En cualquier caso, el líder soviético utilizó hábilmente el incidente para aplastar a sus enemigos políticos y consolidar su poder. Por otra parte, el asesinato de Kirov y la polémica en torno a él tiene relevantes implicaciones contemporáneas. La Rusia de Vladimir Putin es incapaz de mirar con ojo crítico a su pasado soviético. Las actividades de las policías secretas soviéticas son hasta la fecha un tabú para los rusos, quizá porque la antigua élite de la KGB ahora ocupa altos cargos en el gobierno, y porque de acuerdo a encuestas solo el 37 por ciento de desaprueba la figura histórica de Stalin. 

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