Sueño (pesadilla) de una noche de verano

por Luis de la Barreda Solórzano

El Presidente anuncia precisamente hoy, 16 de septiembre, al terminar el desfile militar, con exaltación, alzando la voz y oratoria de arenga, que defenderá la soberanía del país contra los gobiernos del norte del continente. Se imagina a sí mismo como un Cárdenas, un Juárez o un Hidalgo redivivos. Se figura que esos héroes patrios, no uno de ellos sino los tres conjuntamente, le sonríen desde el inmortal altar de la patria. Quiere construir la gran epopeya, ser el protagonista de esa epopeya.

Sabe que las sanciones a nuestro país por incumplimiento del tratado de comercio con Estados Unidos y Canadá pueden ser muy perniciosas, pero ésta es la gran oportunidad de generar la gesta con la que siempre ha soñado y así pasar a los folios del libro sagrado de la historia como el presidente mexicano que se enfrentó a esas dos potencias no obstante las consecuencias que el desafío traería consigo. Sabe que al firmar el tratado contrajo obligaciones jurídicas exigibles, pero se repite a sí mismo: “Que no me vengan con el cuento de que la ley es la ley. Yo defiendo al pueblo en cada uno de mis actos y mi único tribunal es mi conciencia”.

El pueblo verdadero, el pueblo bueno, fue convocado por el Presidente no sólo a asistir al desfile de hoy, sino principalmente a manifestarse a favor de la soberanía patria. El Presidente fustiga una vez más a los conservadores, a los neoliberales, a los intelectuales y a los académicos: “Mientras más estudios tienen, más se identifican con los adversarios del pueblo. Si han estudiado en el extranjero, más antipatriotas son. Pero también en el propio país lo son: no sólo en las universidades privadas les han infundido una educación antipopular. La propia UNAM se derechizó y se puso del lado de los gobiernos neoliberales”.

“El pueblo, afortunadamente —añade—, no es como esos fifís y esos aspiracionistas clasemedieros que anhelan un modus vivendi como el de la clase alta y la clase media de Estados Unidos y de Canadá. No se conforman con un par de zapatos y una casa decorosa. Quisieran una mansión con jardín inmenso, piscina de 25 metros de largo, aire acondicionado y comedor, sala, cuarto de televisión, cuarto de juegos, recámaras y baños enormes. Nos atacan porque en el gobierno que encabezo los pobres son nuestra preocupación prioritaria”.

El pueblo bueno ha acudido a la Plaza de la Constitución de la Ciudad de México. Las masas no caben en el Zócalo: ocupan también las calles aledañas. Las porras al Presidente son estentóreas. Las gargantas enronquecen. Se escuchan las cornetas y los tambores que muchos han llevado a la concentración. Abundan las pancartas de apoyo al titular del Poder Ejecutivo. El Presidente sale al balcón de Palacio Nacional. La multitud lo aclama, lo vitorea, lo saluda con pañuelos y pañoletas. El Presidente se lleva las manos a los hombros con los brazos cruzados, gesto con el que traza un abrazo a los asistentes.

Los oradores, uno tras otro, a grandes voces, sudorosos, con fervor auténtico o actuado, reiteran su lealtad al primer mandatario. De pronto, uno alza la voz más que quienes le antecedieron: “Sólo usted, señor Presidente, puede garantizar la defensa de la soberanía de nuestra nación. Sólo usted. Por tanto, compañeros, pido que alcen la mano los que estén de acuerdo en que le pidamos al compañero Presidente que permanezca un periodo más al frente del gobierno. Él dijo que no se reelegiría, pero estamos viviendo circunstancias extraordinarias y sabemos que el Presidente se sacrificaría por patriotismo aceptando lo que le estamos proponiendo. Por favor, compañeros, alcen la mano quienes estén de acuerdo con la propuesta”.

Miles de manos se alzan. El orador ruge: “Ésta es una elección a mano alzada, señor Presidente, que le muestra a usted, a todo el país y a todo el mundo, que el pueblo, en el que recae la soberanía como lo expresa la Constitución, quiere que usted siga en la Presidencia, y que no nos vengan con el cuento de que la reelección está prohibida por la ley, así sea la Ley Suprema, y de que la ley es la ley”.

Despierto. Tengo taquicardia y estoy bañado en sudor.


Este artículo fue publicado en Excélsior el 28 de julio de 2022. Agradecemos a Luis de la Barreda Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.

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