La Trampa de Tucídides es una teoría geopolítica sobre la inevitabilidad de una guerra entre una potencia hegemónica en declive y otra en ascenso. Se inspira en la Historia de las Guerras del Peloponeso del historiador Tucídides (siglo V a.c.), donde se narra cómo la decadente Esparta declaró la guerra a su ascendente rival, Atenas, para disputar la hegemonía del mundo helénico. Hoy esta noción se usa para explicar las crecientes tensiones entre la gran potencia emergente (China) y la hegemónica en declive (Estados Unidos), exacerbadas con la inopinada visita a Taipéi de Nancy Pelosi. ¿Será inevitable una guerra? Nadie lo sabe, pero sin duda el escenario más álgido de esta confrontación en ciernes se encuentra en Taiwán. Xi Jinping tiene la obsesión de reintegrar esa “provincia rebelde” a más tardar en 2049, cuando se cumple el centenario de la República Popular China. De hecho, la “gesta” de la reintegración es considerada por el dictador chino como una de las “piedras angulares” de su pensamiento porque borraría, para siempre, el llamado “siglo de las humillaciones”.
Además de las históricas, desde luego existen también consideraciones geopolíticas y económicas en la obcecación de China por Taiwán. Un estrecho de apenas 177 kilómetros divide a estas dos entidades en una zona marítima donde la segunda economía más poderosa del mundo se ha propuesto aumentar su dominio. Si Taiwán formara parte de China Washington perdería un aliado clave e incondicional y el gigante asiático proyectaría aún más su poder en la región del Pacífico e incluso amenazaría bases militares estadounidenses como las de Guam y Hawái. Por encima de ello, la economía taiwanesa es de vital relevancia. Tan solo una compañía de Taiwán (TSMC) produce la mitad del mercado mundial de chips. Una hipotética reunificación con China daría a Pekín el control de esta industria fundamental.
Pero Taiwán no solo es “el portaaviones estadounidense más grande del mundo” (según la óptica de Pekín), ni una gran fábrica de chips electrónicos. También es una democracia, y una de las más vibrantes del mundo. Eso no le gusta nada al Partido Comunista Chino. En 1988 Taiwán puso fin a más de 40 años de ley marcial y dejó de funcionar como un estado policial de partido único. Hoy, las credenciales democráticas de la isla son verdaderamente impresionantes: el ejército y la policía han sido objeto de reformas sustanciales; las instituciones civiles, los derechos humanos y los sistemas de educación se han fortalecido; el sólido crecimiento económico ha dado lugar a una extensa la clase media y a una justa distribución del ingreso; el sistema educativo es considerado uno de los mejores del planeta; notables son los progresos en la representación política de las mujeres y en la mejora de los derechos de género. De hecho, Taiwán va por delante de Japón o Corea del Sur en este renglón, así como en contar con un sistema de partidos estable e institucionalizado.
En el 2014 el proceso democrático se agilizó de la mano del Movimiento Girasol, una protesta estudiantil y de otros sectores de la sociedad civil el cual, entre otras cosas, exigió guardar una mayor distancia respecto a la China continental. Dos años después, sobrevino la victoria electoral de la actual presidenta Tsai Ing-wen y su Minchintang (Partido Democrático Progresista), de clara orientación independentista. Con el gobierno de Tsai, Taiwán también avanza a grandes pasos hacia la instauración de una democracia digital, el empoderamiento de la ciudadanía y la participación cívica de los jóvenes. Se han puesto en marcha varias herramientas digitales para impulsar la participación ciudadana en la gobernanza del país. Entre ellas destaca la plataforma nacional VTaiwan, la aplicación electoral para la ciudad de Taipéi Ivoting, y el portal JOIN, centrada en promover iniciativas ciudadanas. Estas herramientas convierten a este país en pionero en cuanto a integración de las tecnologías cívicas.
Por supuesto, el desarrollo democrático taiwanés contrasta agudamente con el totalitarismo cada vez más opresor imperante en China comunista y desmiente la supuesta incompatibilidad entre la idiosincrasia de los pueblos de tradición confuciana con la democracia. Por eso la dureza y agresividad de Xi. Por eso Pekín ha cortado cada vez más contactos con el gobierno taiwanés y le presiona en una serie de ámbitos como el diplomático, privando a Taiwán de todos sus socios y de su participación en organizaciones Internacionales como la OMS; el militar, con violaciones constantes del espacio aéreo de la isla y con agresivas patrullas navales, hasta llegar los actuales muy hostiles ejercicios militares efectuados en protesta por la visita de Pelosi; y el comercial, con la política de restringir cada vez más los intercambios y las relaciones económicas con la isla.
Pekín históricamente ha advertido de su voluntad de recurrir al uso de la fuerza si los independentistas taiwaneses intenten llevar a cabo un acto de secesión. Por eso China trató de intimidar a la población taiwanesa durante las primeras elecciones presidenciales democráticas, lo cual dio lugar a la crisis del Estrecho de 1996, cuando el ejército rojo realizó unas intimidatorias pruebas de misiles, lo cual fue rápidamente contestado por la administración Clinton mediante el despliegue de la Séptima Flota al estrecho de Taiwán. Estados Unidos todavía podía espantar a China con un simple desfile de barcos. Ya no puede darse ese lujo. En 2003 el Parlamento taiwanés aprobó una ley para declarar la independencia en caso de ataque chino, mientras China promulgó su ley antisecesión de 2005 para autorizar la invasión de Taiwán en caso de una proclamación unilateral de independencia.
Taiwán representa la libertad, la transparencia, la rendición de cuentas y otras características las cuales la diferencian claramente del régimen impuesto en el continente por el Partido Comunista Chino. Los taiwaneses cultivan una economía libre y una pujante sociedad civil a través de instituciones democráticas independientes, así han convertido a su país en un ejemplo notable para Asia y el mundo en términos de cómo una nación emergente puede avanzar progresivamente hacia nuevos estadios de desarrollo, de cómo la libertad es una fuerza estabilizadora y de cómo la libre empresa, la libre asociación y la libertad de expresión conducen a la prosperidad y a la seguridad. Por eso su supervivencia en tan importante para todos.