Compartir

Don Santos Banderas. –Tirano Banderas–. […] Desde la remota ventana, agarrotado en una inmovilidad de corneja sagrada, está mirando las escuadras de indios, soturnos en la cruel indiferencia del dolor y de la muerte.
Valle­Inclán

Una escena. Un presidente latinoamericano sentado bajo un árbol de su hacienda, riendo triunfalista, hablando en tercera persona, ungiéndose a sí mismo de mito, trajo a mi mente al Tirano Banderas de don Ramón María de Valle Inclán. Me recordó la actitud del esperpento que, impúdica muestra sus pasiones amparado por la cobija del poder. Pensé desde luego en la parodia, en la posibilidad de que un sistema se agota cuando da vida a la burda ostentación, vicio del complejo y de la vanidad.

Pensé en lo mucho que se ha escrito de tiranos y lo poco que aprendemos de ello. Pensé en la necesidad de escuchar mentiras como consuelo y en la tentación misma de no pensar. Hablar de literatura cuando la parodia anda suelta para recordar que no hay cuentos nuevos bajo el sol, no atenderlos nos lleva a llorar sobre mojado.

Existe una larga tradición de literatura sobre dictadores latinoamericanos. La última que leí fue Tiempos recios de Mario Vargas Llosa, acaso una advertencia sobre el retorno del populismo y los estragos que causara en la historia de Guatemala. Vargas Llosa elige, porque existe una magnífica historia de una especie de Mata Hari guatemalteca que viste a la crónica de tensión, seducción y hasta reivindicación de la inteligencia femenina, siempre al margen de la gran historia. La historia dista mucho de ser moralina, resulta un recordatorio de los excesos del poder en República Dominicana, México y otras naciones que jugaron sus cartas al amparo de la CIA y sus bananeras. 

Tiranos protagonistas

La primer novela es argentina y es un desfogue en contra del gobierno de Juan Manuel Rosas: Amalia de 1850, parte de la trilogía integrada por El matadero (1838) y Facundo (1845). Ya en 1926 aparece Tirano Banderas queinspirado por la realidad latinoamericana de “entonces”, inicia una larga lista que da pie a los escritores de nuestras naciones a denunciar los excesos del poder. Ya en 1946 Miguel Ángel Asturias escribe El señor presidente, su modelo será el presidente guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, sin embargo, Asturias da rienda suelta para hacer el fidedigno retrato del dictador latinoamericano, y mantiene un lugar que podría ser cualquiera de nuestras naciones. Leonidas Trujillo, el dictador dominicano, dará argumentos a varias novelas de dictador, entre ellas la de Andrés Requena Cementerio sin cruces de 1949 o La fiesta del Chivo de Vargas Llosa

El recurso del método, de Alejo Carpentier; Yo el Supremo, de Roa Bastos o El otoño del patriarca, de García Márquez. Hay muchas más de un tópico que ha derramado mucha tinta, letras que sirvieron de desahogo y hasta se advertencia.

Las tiranías

La realidad como la ficción nos permite extraer las cualidades del tirano: megalomanía y protagonismo; descrédito de las instituciones y de la ley cuando contradicen su voluntad, dado que justamente es la tiranía la oposición entre la legalidad y la justicia. Platón y Aristóteles ya nos daban un perfil, lo que llamaron formas “degeneradas” de gobierno que se integran por oligarquía, demagogia y tiranía. La tiranía es el exceso de un gobierno unipersonal que antepone sus intereses a los intereses de los ciudadanos a los que gobierna. Es de tiranos la exclusión de sectores que no favorecen o interesan a su mandato.

Pero Platón habla de un ciclo de vida de la tiranía, que surge al final de la etapa oligarquía-democracia, supone como nos dice Sergio Vigil Rubio en su Diccionario de pecados: del desgarro de un régimen democrático en el que “la excesiva” libertad y la corrupción desembocan en el descrédito de la ley, “…un régimen degenerado en el cual está pervertida la esencia de lo político”. Un régimen del fuerte o de quiénes hacen fuerte al tirano, donde no caben vulnerables, ya sean enfermos, estresados, o mujeres maltratadas.

Cuando la tiranía usa la piel de oveja del populismo echa mano de mentiras sucesivas, misticismos nacionalistas. Cuando en una nación, en un estado de emergencia se acaban las actas de defunción, se culpa al pueblo del desastre, mientras el tirano se sienta bajo el árbol de una tarde triste a exhibir vulgarmente el triunfalismo, como un esperpento, algo huele muy mal en Dinamarca.

Autor