El corte de un mensaje presidencial, porque las televisoras estimaron que desinformaba, resulta inédito en la historia de Estados Unidos. Donald Trump logró algo que parecía imposible: superó a Richard Nixon en la categoría de peor ocupante del Ejecutivo.
Utilizar el membrete de la Casa Blanca para comunicar un mensaje de campaña, uno en el que se acusa de fraude a un partido opositor y a los medios, es una falta total de respeto a las instituciones y a los ciudadanos. Trump ni siquiera respeta su propia investidura: así como confunde sus negocios y espacios privados con los gubernamentales, hace lo mismo con sus condiciones de candidato y gobernante en funciones. Actúa como si no aspirara a un segundo mandato, sino al refrendo de su cargo.
Por ello no sorprende que, en una actitud propia de un monarca absolutista, que mezcla su patrimonio privado con el del reino, Trump usara la tribuna del presidente para expresar propaganda electoral, para pregonar mentiras de la peor ralea, para incendiar la competencia que está perdiendo. Para tumbar el tablero porque es el peor perdedor posible. Sí, su conducta no extraña, pero que su comportamiento fuera predecible no lo hace menos despreciable.
Al momento de escribir esto, Reuters seguía reportando que Trump había alcanzado 214 votos electorales y tenía 69 millones 811 mil 924 votos. Casi 48 por ciento de los votantes querían que el republicano fuera reelecto. Si un candidato le dice a casi 70 millones de sus simpatizantes que los estafaron, esa conducta sólo puede calificarse como incitación a la violencia: es un acto irresponsable y criminal por parte del presidente en funciones.

La reacción de los medios en Estados Unidos propició consideraciones semejantes en México, entre las que destaco dos, las de Marco Levario y Rubén Aguilar, que plantean la necesidad informativa de que las televisoras de México corten la transmisión del presidente cuando él diga falsedades. Carlos Loret predijo el resultado de esa medida: si la televisión mexicana cortara al presidente López cada vez que dijera una mentira, “la mañanera duraría menos que la sección del clima”. Las reacciones virulentas, intolerantes e histéricas de los paleros obradoristas no se hicieron esperar… y no vale la pena citarlas, porque dan pena: únicamente confirman la ineptitud intelectual de un régimen incapaz de lidiar con el humor de sus críticos.
El gran mensaje y enseñanza estadounidense es que cualquier demagogo puede caer, que los medios no tienen que hacerle segunda y que el bravucón prevalece hasta que el cobarde quiere.
Todo parece indicar que Biden se llevará la presidencia, ya remontó en Georgia y Pensilvania, mantiene la ventaja en Nevada, Arizona, Wisconsin y Michigan. Para alcanzar los votos electorales necesarios para ganar, Biden sólo debe mantener la ventaja en Nevada y Arizona: el cargo está a 17 sufragios del Colegio Electoral. De ese tema escribiremos cuando haya resultados confirmados. Por el momento, baste con recordar que, ni siquiera en el momento en que pudo haber mostrado un poco de honra, Trump tuvo dignidad y decoro. Hasta Nixon prefirió retirarse cuando se percató de que todo estaba perdido: a diferencia de su sensei, Donald-san cayó en el peor deshonor, convirtiéndose en el peor deshi posible.
Por crápula y nefasto, sobre el cuello de Trump pende la espada de la vigésimo quinta enmienda: Mike Pence puede recuperar la respetabilidad del partido republicano (y lograr que sea competitivo en el futuro), si garantiza que la presidencia se entregará pacíficamente y conforme a la ley. ¿Invocarán vicepresidente y gabinete la fórmula que informa al presidente del Senado y al Speaker de la Cámara de Representantes que el presidente Trump es incapaz de desempeñar los poderes y deberes de la oficina su cargo? Parafraseando a John Wetton, del supergrupo Asia: Only time will tell…
Autor
Doctor en Derecho por la Universidad San Pablo CEU de Madrid y catedrático universitario. Consultor en políticas públicas, contratos, Derecho Constitucional, Derecho de la Información y Derecho Administrativo.
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