Twitter y literatura

Que pueda haber literatura en Twitter es innegable, pero puede cuestionarse que sea el sitio por excelencia de lo literario en este tiempo. Pensar en el asunto me hizo recordar la devoción de antaño —generalmente de no mexicanos— por los cafés y también regresaron a mi mente páginas de Ende. En La historia interminable —escrita años antes de internet— el protagonista es incitado a observar, como si fuera algo divertido, a un grupo de “hombres y mujeres, viejos y jóvenes” que juegan con enormes dados con letras en cada una de sus caras. Era el “juego de la arbitrariedad” porque, se le explica al héroe, “Ya no saben narrar. Han perdido el lenguaje. Por eso he inventado ese juego para ellos. Como ves, los entretiene. Y es muy fácil”. El juego consiste en llegar a formar palabras, frases, capítulos e historias. Los jugadores de la arbitrariedad parecen encadenados a las palabras o, al menos, a la esperanza de su aparición.

Suponer los tuits como materia fundamentalmente literaria —o que el número de seguidores refleje habilidad lingüística superior o ingenio como sinónimo de inteligencia, cuando con frecuencia lo que en realidad opera es la coincidencia ideológica— es una confusión tan grave como creer que la existencia de los llamados “hilos”, a pesar de su precariedad, representaría la lectura en la era digital. Es distorsión equivalente a la de un abogado que creyese ser gran lector por pasar su jornada laboral entre legajos que transcriben deposiciones: la brillantez sofística de un fiscal o de un defensor, así como la emotividad de un defendido o de un acusador no son la norma, ni necesariamente serán igual de efectivos por escrito. La literatura es artificio diverso pero específico.

Oficinas de Twitter. Fotografía de Jens Gyarmaty Redux.

Sería parcialidad contraria a la red social negar los ocasionales hallazgos de prodigios verbales en Twitter. Muchas veces, no obstante, esto tiene que ver con algo tan sencillo como la irrupción del lenguaje: el encontronazo que en ocasiones representan las palabras. Acerca del juego de la arbitrariedad, la novela de Ende explica: “si se juega mucho tiempo, durante años, surgen a veces, por casualidad, palabras […] si se sigue jugando cien años, mil años, cien mil años, con toda probabilidad saldrá una vez, por casualidad, un poema. Y si se juega eternamente tendrán que surgir todos los poemas”. En el relato sólo participaban personas que el protagonista alcanzaba a ver: en la red social los involucrados —aunque sean muy limitados en relación con la población de cada país— se cuentan en millones, aunque uno sólo vea una porción mínima. No falta talento verbal e intelectual en Twitter, pero está también la lógica del lenguaje, la probabilidad exponencial y el mero azar.

Los géneros tradicionales no tienen por qué ser la medida, pero lo que se produce en Twitter parecería cercano, sobre todo, a los aforismos. Un aforismo no es sólo una frase impactante: eso sería lema publicitario. Quizá los propagandistas dirán que un lema puede ser conceptual. No les faltará razón, pero ese equipaje de ideas cumple una función utilitaria discernible. En cambio, en sus mejores momentos la carga de los aforismos —como muestran magníficos exponentes del siglo XX como Kafka y Cioran— está lejos de clarificar un sentido, mejor aún: nos enfrentan a instancias indiscernibles, aunque reconocibles y palpables.

E.M. Cioran fue uno de los mejores escritores de aforismos del siglo XX.

Recuerdo una ocasión en que, durante un Festival Cervantino, por conveniencia de horario y curiosidad, acudí a una charla —anunciada como conferencia— de un político que había sido rector. La sala estaba llena de reporteros. El político hablaba de un tema inmemorable, hasta que dijo algo sin relación alguna con su exposición: una declaración para los reporteros, que salieron del sopor. Las palabras del personaje sobre la actualidad política de México habían dado materia para notas periodísticas. La charla resultaba un pretexto para lanzar la declaración: la “conferencia” podría haber sido un tuit. Esto no habla del poder de las palabras, de condensación del pensamiento, sino de ganchos, de trucos retóricos que en algunos casos llegan a ser efectivos para propósitos pragmáticos, como los tuits que generan reacciones; pero eso no vuelve ni a unos ni a otros una experiencia verbal que linde, inevitablemente, con lo poético y el pensamiento.

Sede central de Twitter en San Francisco, Estados Unidos. Fotografía de Patricia Chang.

Al momento no hemos terminado de conocer la naturaleza de las redes sociales. Quienes son afectos a Twitter quieren creer que es foro de debate horizontal y fuente privilegiada de información —es tema para otro momento si es esfera pública. Quienes malquieren a Twitter lo descalifican como campo de batalla en que sería imposible la discusión racional. Cuando se inventó el cine su potencial artístico no fue lo primero que saltó a la vista. Por largo tiempo muchos supusieron que el cinematógrafo sería sólo entretenimiento vulgar, sin mayor perspectiva. Más de 100 años después, con experiencias como Varda, Reygadas y Kiarostami —por mencionar a cineastas contemporáneos— es indudable la posibilidad artística del cine. Suponer que Twitter es el nuevo espacio de la literatura es un apresuramiento y ceguera ante lo que ocurre en la red.

La literatura —no hace falta que uno lo diga— puede hacerse en Twitter, igual que en un café, una biblioteca, una cantina, un parque, un cuarto propio o donde sea. Basta tomar muestras aleatorias de tuits, que aparezcan a cualquiera, para notar que no predomina lo literario, aun en casos de quienes se precian de su “curaduría” de personajes seguidos. Culturalmente, es más significativo el carácter aparentemente libre de Twitter, que algunos describirían como democratización de la opinión y de la intervención pública. La multiplicación de expresiones alivianadas en Twitter puede verse como elemento del proceso de populismo cultural —que lleva décadas en marcha— y se postula como iconoclasta pero que acaso no se percata de consecuencias reales: el desparpajo forzoso, supuestamente contrario a la solemnidad y la jerarquización arbitraria, crea una norma. La informalidad obligatoria y festejada no es emancipación: es la nueva etiqueta social.

Dos ejemplos de literatura mexicana reciente escritos originalmente en Twitter.

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