Con muy notables los acontecimientos políticos de la semana pasada, lo que llamaríamos, un cisne negro (un advenimiento altamente improbable). Lo explicó muy bien E. López Portillo el pasado viernes: el Senado de la República ¡por unanimidad! votó la creación de una Guardia Nacional como quiere el presidente López Obrador, pero de forma muy distinta, es decir, no se dio carta abierta a la acción del Ejército en tareas policiales allí-aquí, en la calle. Lo que parecía un hecho consumado por mayorías cimentadas en las cámaras a las buenas y a las malas, no ocurrió. Y lo que estaba por pasar era voltear a la Constitución en contra de los estándares de seguridad (buenas prácticas) y de los derechos humanos.
Pero es importante no sólo por lo que evitó, sino por las puertas que dejó abiertas: el fortalecimiento de las policías locales (algunas lo harán, la mayoría no) pero significativas como la de la Ciudad de México, y la creación de una genuina fuerza nacional cuyo éxito en cinco años, sea la principal razón de que el Ejército no se convierta en policía perenne.
Hay Guardia Nacional con un papel predominante del Ejército. ¿Es poco? Evaluemos el asunto en su contexto. Era una iniciativa del Presidente más popular, que ya había sido holgadamente ganada en la Cámara de Diputados; la cosa parecía algo inevitable. Pero no, el Senado hizo un trabajo excepcional y las muchas ruecas, tuercas y tornillos de la democracia mexicana funcionaron, empezando por eso que llamamos opinión pública.
Ella influye y configura el ánimo público, por definición altamente volátil. Hacía mucho que no leía, escuchaba y veía una configuración en medios que rechazara tan claramente la iniciativa de algún Presidente. Las investigaciones y los reportajes mejor documentados y publicados en este trance apuntaron en contra de la iniciativa. Creo que dos factores lo explican: ningún personaje de la coalición gobernante supo descifrar la virtud de perpetuar al Ejército en labores policiales y convertirlo en una obligación constitucional más allá de la repetida frase “el pueblo está de acuerdo” (una razón que no convence, ni siquiera al pueblo); y segundo: era una flagrante contradicción con las declaraciones de campaña hechas por el entonces candidato López Obrador. Estos dos ingredientes explican la gran contención que logró el Senado, un abrumador triunfo argumental en “el círculo verde” que sigue importando y mucho.
Confieso mi envidia. Las organizaciones de la sociedad civil especializadas en materia de derechos humanos y de seguridad han dado pasos de gigante y jugaron un papel central por su articulación, su información y sus intervenciones en momentos cruciales. Es este tipo de organismos a los que debemos cultivar, cuidar y hoy también agradecer.
Luego el oficio de los políticos profesionales. Su voto y su cohesión fue el vehículo eficiente para canalizar un oleaje de oposición a la propuesta presidencial. Escucharon, hablaron, estudiaron, se dieron el tiempo para intercambiar y hallar lo que podía ser una solución aceptable para la mayor parte de los actores… y encontraron la unanimidad, incluyendo la del propio López Obrador.
Se rompe así una retórica que se venía imponiendo: Morena puede gobernar un país de 130 millones de personas, en solitario, sin deliberación, interlocución ni negociación. No lo dice la aritmética electoral (para la Cámara baja obtuvo el 37.5 por ciento y para el Senado el 35.5) y tampoco lo dice la realidad política. El pluralismo mexicano está allí, vivo y en su espesa complejidad, mostrando que incluso el político con más respaldo en votos (53 por ciento) y en inclinación popular, puede ser moderado en uno de sus imperativos neurálgicos.
Otros factores lo explican: la iniciativa planteada por el Ejecutivo no soportaría una controversia internacional y se encaminaba pendiente arriba en la Suprema Corte que ya había declarado inconstitucional la muy similar Ley de Seguridad del expresidente Peña.
Ya veo venir las teorías conspirativas, las explicaciones sacadas debajo de la mesa de Palacio: los entretelones del Ejército, la Marina, la inconformidad en la Policía Federal, las grillas en Morena, presiones secretas de fuerzas poderosas e incognoscibles. Todo lo que hace falta demostrar.
No obstante, lo que tenemos a la vista es división de poderes, partidos (débiles) pero actuantes, una deliberación pública viva y eficaz, unas organizaciones de la sociedad civil de altísima calidad, movilización social, políticos que saben su oficio y lo ejercen y, lo mas inesperado de todo: militantes de Morena con las antenas puestas para entender al otro, asimilar razones y —sí— negociar y conceder razones, a los molestos adversarios.
Lo ocurrido pone una pausa a la agenda del frenesí y lanza una agenda a todos aquellos que han rendido plaza por adelantado, los de la obediencia adelantada de los que habla Timothy Snyder. Un buen cisne negro en nuestra época.
Este artículo fue publicado en La Crónica de Hoy el 24 de febrero de 2019, agradecemos a Ricardo Becerra su autorización para publicarlo en nuestra página.