México es -¡vaya perogrullada!- un país diverso en múltiples dimensiones. Somos muchos Méxicos, como suele decirse, tanto para bien (hay diferencias -como las de opinión racional; es decir, incluyente- que indudablemente enriquecen y, por lo mismo, son virtuosas), como para mal (la persistente desigualdad económica).
Querer, desde el gobierno y/o el partido en el poder (ejecutivo, legislativo y ¿judicial?) silenciar, coptar o hasta hostigar a quienes disienten, cuestionan o son oposición, representa una clara afrenta a los avances democráticos conquistados tras décadas de lucha en contra del régimen autoritario priista. Significaría pretender la imposición de una opinión única, la vuelta al país de un partido cuasi único, un retorno desde “la izquierda” (pero en su versión antidemocrática, de plano muy “región IV” diría “vox populi”).

La intolerancia hacia la crítica, presente en el discurso de Andrés Manuel López Obrador y en algunas manifestaciones públicas de varios de sus colaboradores, hace tener malos augurios, lleva a pensar que, sin contrapesos efectivos, las pulsiones autoritarias del lopezobradorismo podrían imponerse (¡vamos con todo! de regreso a los 70, muy en “la ondita” retro).
El “ya chole” que López Obrador profirió hace unos días cuando hablaba de las críticas hacia su “tren maya” es sólo el colofón (hasta el momento) de su intolerancia hacia quien ose sostener un punto de vista que se confronte con el suyo. “Chachalaca”, “fifí”, “conservador”, “señoritingo”, “canallín”, “espurio” o “mafiosillo”, son algunos de los descalificativos que usted podría ganarse si se le ocurre disentir. En lugar de responder con argumentos, el presidente electo prefiere la diatriba, los lugares comunes o las muletillas. Sofismas, falacias y ocurrencias que inevitablemente llevan a dudar sobre las capacidades y el talante de la próxima administración y su cabeza. AMLO parece eternizar la campaña y el tono confrontacional de la misma en menoscabo de su nueva investidura.
Cual Goebbels región IV; perdón, de la “cuarta transformación”, el líder y sus más beligerantes voceros (Rocío Nahle, Yeidckol Polevnsky, Jesús Ramírez, Javier Jiménez Espriú, Gerardo Fernández Noroña o “El Fisgón”), se ven así mismos con un halo de superioridad moral y caracterizan a cualquier oposición -a toda la pueden meter en el mismo saco- como “la mafia del poder” (el epíteto más socorrido), “camajanes”, “minoría rapaz” o, recientemente, “fifís”. Los otros -en esa narrativa- son el enemigo a vencer, no el adversario con el que se deba convivir, dialogar y construir, cuyo pensamiento debe ser combatido pues es “ilegítimo”, contrario a los intereses del “pueblo bueno y sabio”. Quizás “se vale” en campaña, pero ya siendo gobierno (“electo” aunque casi de facto y muy pronto en funciones), se trata de una actitud que denota fanatismo (por cierto, muy recomendables las reflexiones del escritor israelí Amos Oz sobre la tolerancia como cualidad de la convivencia democrática).
Tanto medios de difusión -imperfectos, como todo, pero mucho más diversificados que antaño- como analistas, intelectuales y periodistas -naturalmente con variadas inclinaciones- tampoco se han librado de señalamientos peyorativos cuando publican algo que desagrada a López Obrador o a su séquito. El Financiero, Reforma, Enrique Krauze, Mario Vargas Llosa, Jesús Silva-Herzog, José Cardenas, Carmen Aristegui, Carlos Loret, Joaquín López-Dóriga, entre otros, han sido blanco de dardos envenenados en lugar de respuestas racionales, como las que usted o quien esto escribe podríamos esperar de un muy próximo jefe de Estado y de gobierno. El ataque en sustitución del diálogo pues.
La tolerancia es “virtud de la democracia pluralista moderna” (señala el destacado Diccionario de Política de Norberto Bobbio). Resulta peligroso que desde las más altas tribunas del país se deshonre tal virtud, como además de AMLO hicieron recientemente la diputada Dolores Padierna o las redes sociales del Senado de la República, cuyo presidente en turno es Martí Batres.
A la “cuarta transformación” le falta una generosa dosis de Voltaire antes de que acabe en transformación “región IV”. Ojalá que en el “círculo rojo” tomen en cuenta al filósofo francés, estandarte de luchas libertarias y cuyo pensamiento motivó la más reciente obra del escritor español Fernando Savater, “Voltaire contra los fanáticos”. Nuestro endeble entorno democrático, más formal que sustantivo y deficitario en cualidades liberales (véase la obra de John Rawls) podría quedar trastocado y transfigurarse en una democracia iliberal, riesgo al que se enfrentan actualmente hasta los regímenes democráticos de occidente que creíamos ya consolidados.
Quien escribe esto aún recuerda sus clases de Estado, Sistema y Poder Político en el primer semestre de la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación impartida por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. La construcción política, decía el Dr Leonardo Figueiras Tapia, debe ser incluyente, con la participación de izquierdas, derechas, mayorías y minorías (en aquellos años mozos las deformaciones de la vida y el contexto universitario podrían orillarlo a uno a creer que la razón es propiedad exclusiva de una facción). AMLO y Morena, con Presidencia y mayorías en las cámaras, podría -con buenas y malas artes- reinstalar el régimen de partido hegemónico. Independientemente del ejemplo que López Obrador dé a sus subalternos (¿se podrá despegar de sus propensiones antidemocráticas y ser un auténtico estadista, “hombre de Estado” y no sólo de facción?), las oposiciones, opinión pública y ciudadanía, la sociedad toda (plural per se), no pueden darse el lujo de bajar la guardia. Ahora está el tema del nuevo aeropuerto y la farsa de “consulta”, mañana puede ser la tentación de eliminar la representación proporcional o de asfixiar a los otros mediante el recorte del financiamiento público a los partidos. La democracia liberal se defiende a diario, seamos ciudadanos de a deveras y no solo imaginarios (Fernando Escalante dixit).