Estábamos en la playa cuando mi pareja me contó de su interés por los selfies eróticos, esta actitud de posar sexy para tu propia cámara, estirar el brazo y seleccionar tu propio enfoque, el encuadre que te favorece, el gesto que corresponde y clic, compartir para el mundo. Parece ser que se van dando categorías, se difunden gestos como aquel de boca de pato que nadie sabe si es un intento por disimular los cachetes, por engrosar los labios, o simplemente una máscara que uniforma un nuevo erotismo. Regreso a la playa porque una muchacha se posó frente a una roca y comenzó su propia sesión. Fuimos testigos del shooting, la modelo más bien fea, se movía con la destreza de una profesional, se le veía deleitada, solo eran ella, su playa, su cámara y sus destinatarios online. Parece poético pero todas esas imágenes viajaban para encontrar un sitio en la gran vitrina inmediata; tal vez, al otro lado de esa pantalla de celular, cientos de observadores se hacían presentes en esa playa y contemplaban a la modelo.
¿Se siente bella? Nos preguntamos. Existe un efecto psicológico que hace que nuestras mentes nos remitan a nuestra historia. Uno se ve bonito, motivado por ser el protagonista de la historia, pondera lo mejor que hay para contarse la mejor historia y convertirse en el gran personaje; esto es si somos personas sanas y no depresivas o psicológicamente maltratadas. ¿Para quién posa?
La primera respuesta es para sí misma. Hoy existe un expertisse colectivo para tratar al propio sujeto como modelo de la red. Pero volviendo a la pregunta, ¿para quién posa? Para legitimar su presencia en la red, para un círculo de iguales que la elogian y prodigan orgasmos de like. Para una cofradía de selfiadicts que encuentran el erotismo en verse y mostrarse.
¿Qué ven los otros? Más allá de las cualidades físicas de quien posa los que miran presencian a la intimidad como mensaje, un gozo que se concreta, un instante de exitación que se exhibe y se comparte. Un encuadre y un ademán que pareciera decir “Atrévete”. Tal vez entre los likes y las palabras de aliento se esconda un poco de conmiseración, tal vez un tanto de admiración, quizás una dosis de benevolencia para obligar al otro a ser benevolente también. Existe la posibilidad de la legítima admiración, del gusto por encontrar un ser ordinario y no una belleza inalcanzable y existe por supuesto el deleite del poder. Porque puedo exhibirme yo, no tengo que esperar a ser descubierta ni invitada.
La palabra íntimo proviene del adverbio latín intus dentro y mus superlativo, es lo más profundo, lo de más adentro. Se refiere a los actos reservados para un grupo selecto de personas, o solo para uno mismo. La intimidad se protege por ley, y mientras los famosos se quejan de que se viola su derecho a la intimidad, los seres carentes de fama la usan como mensaje para ser vistos, admirados.
Dueños de su intimidad y conectados, los millennials en primer lugar y la generación X, la mía, encuentran excitante mostrarla. El primer grado de la exhibición, sería la selfie, de forma más íntima y audaz el peligroso sexting. Por qué peligroso, porque se corre el riesgo de ser compartido en un tuit, sin el propio consentimiento.
Cantemos a duo, parece expresar orgullosa una pareja de amantes que admirando su pericia en la cama guardan de souvenir el instante mismo de los flujos compartidos para mirar con repugnancia, cuando el calor ha bajado, que alguien ha usado el corto para operar la venganza.
PornHub es la página porno más grande del mundo, recibe 64 millones de consultas diarias, posee una cantidad de videos suficientes como para que a cada persona en la Tierra le correspondieran 12 videos. Esta página publicó información (2016) sobre los hábitos de sus usuarios, especialmente de los millennials pues son el 69% de sus visitantes, jóvenes de entre 18 y 34 años. En primera instancia el estudio relata sus preferencias de visita. Los lunes acuden a este santuario entre las 11 pm y la medianoche. Las categorías más buscadas son los videos lésbicos, seguidos por sexo con adolescentes, y las maduritas nos ponemos de moda con categorías tales como “Milf” y “madrastra”. El número de mujeres que ven pornografía ha crecido y el sexo anal ya no es tabú. Sin embargo, ante la disponibilidad de contenido sexual impensable en mi época adolescente sorprende que el apetito millennial se nutra más por el romance que por la batalla de los cuerpos.
Te deseo millennial, dice hoy el mercado, porque perteneces a la generación más grande desde los baby boomers. Tu deseo de consumo es enorme, eres la generación más multicultural de la historia y definitivamente un habitante digital. Sin embargo, has nacido en la era del descrédito institucional, de la post verdad, del miedo al inmigrante, de la división ideológica y el escándalo. Si por casualidad tienes trabajo, te cuesta mucho ajustarte a los patrones de mando y las reglas establecidas por generaciones pasadas. Necesitas más flexibilidad, tiempo, estímulo, libertad, respeto a tu vida privada y a tu derecho de esparcimiento, mayor sentido y propósito.
Los millennials hijos del photoshop y derivados, valoran más la belleza física que la potencia sexual, a diferencia de generaciones anteriores, embriagados por el cine de “Crepúsculo” y saciados de pornografía, están hambrientos de romance. A la pregunta hecha por The Huffington Post, sobre qué quisieran incrementar en su relación: más sexo, más afecto o más romance, se decantan mayormente por el romance. Tal vez observar a tanto profesional los hace pensar que no son muy buenos compañeros sexuales. Según este mismo estudio se sienten más atraídos por el poder que por la riqueza. Tal vez por ello el poder para contar y exhibir su propio cuerpo e historias les resulten tan seductores, debido a que usan las redes sociales para la conquista; están creando nuevas reglas para la relación digital. Uno entre cada cuatro millennials ha usado Facebook para “investigar” intereses románticos, casi uno entre cinco admiten haber stalkeado a exparejas y 18% ha terminado su relación mediante un mensaje de texto. Uno de diez acepta haber usado su móvil para ser infiel. Ellos son capaces de reconocer los riesgos de ligar en línea. Perciben con claridad el impacto negativo que tiene en sus vidas la red pero no por ello la abandonan.
Más teatrales y espectaculares que las generaciones precedentes, los millennials buscan romance sin riesgos, control sobre sus poses para detonar pasiones a distancia. La mediación atenta con su Alzheimer emocional, que podría hacerles olvidar el riesgo de las pasiones, de sus exhibiciones y de su triste inanición. Presumen el control y pretenden ser fuertes.
Pero ser fuerte no es inhibir las emociones, ser fuerte es abrirse a ellas, porque es ahí donde habita la vida, el tiempo presente: el sentido. Ser fuerte es saber qué hacer con lo que se siente, dónde ponerlo, con quién compartirlo, cómo administrarlo sin exageración prodiga pero sin tacañería mutilante. Ser fuerte es armar una trama sólida que trence con pericia sensaciones, sentimientos y razones con acciones.
Tal vez el temor más grande esté en comprender que se puede querer a otro más allá de uno mismo, como para perdonar las fallas y a todos los hombres y mujeres que pasaron antes y que no han sido. Ser fuerte para saber que se aprende a querer sin esperanza, porque el amor es su propia recompensa, uno gana la potencia de saber que se es fuerte porque se ama. Tal vez todo comienza por amarse uno mismo como la chica de la playa que posa impúdica como modelo del Sports Ilustrated. Tal vez hoy se comienza por habitar la historia física y algún día nos atrevamos a fotografiar la verdadera intimidad que reside más allá de toda piel.