Era de suponer que la pandemia provocada por el coronavirus COVID-19, finalmente llegaría a la consideración del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el órgano de mayor relevancia de la institución, mismo que es responsable del mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. El COVID-19 es claramente una amenaza a la seguridad internacional. Sin embargo, hasta ahora, la comunidad de naciones ha sido incapaz de orquestar esfuerzos coordinados para enfrentar este flagelo. Cada país ha respondido conforme a las posibilidades que posee y algunos han errado la estrategia o han actuado a destiempo, sin descontar a los incrédulos que no dan la importancia que tiene a la enfermedad. La preparación de la comunidad internacional para una pandemia como la hasta ahora vista, era escasa, no obstante que el tema ha aflorado con singular relevancia desde el siglo pasado hasta el momento actual en la agenda global.
El Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus ha señalado que el mundo está en guerra contra el COVID-19. Para el Secretario General de la ONU, el portugués Antonio Guterres, el coronavirus es la crisis más desafiante que ha enfrentado el mundo desde la segunda guerra mundial. Incluso, el 23 de marzo, Guterres hizo un llamado al cese al fuego en todos los conflictos armados que acontecen en el planeta a fin de proteger a civiles vulnerables en zonas en conflicto del COVID-19.
Con todo, fuera del organismo de Naciones Unidas especializado en salud -es decir, la OMS-, la ONU ha tardado mucho en reaccionar ante el avance geométrico de la enfermedad en todo el mundo. Es posible que la crisis que aqueja a Nueva York, sede de la institución y epicentro mundial del COVID-19 en estos momentos, haga difícil la interacción necesaria para acordar medidas de acción y concertar posturas ante visiones encontradas como las que lamentablemente siguen permeando en diversos países. Se sabe que hay varios diplomáticos han dado positivo al COVID-19, por ejemplo, el Doctor Juan Ramón de la Fuente, jefe de la misión mexicana ante la ONU. El primer caso conocido de personal diplomático infectado por el coronavirus fue el de una joven diplomática filipina, quien presentó síntomas y se le confirmó la enfermedad el 12 de marzo. Pero uno de los casos más dramáticos ha sido el del embajador de Argentina ante Naciones Unidas, Martín García Moritán, quien se encuentra hospitalizado y delicado de salud a causa del COVID-19. Con 223 691 casos confirmados y 11 477 decesos, Nueva York, epicentro mundial de la enfermedad en estos momentos, expone a sus habitantes y al personal diplomático acreditado ante Naciones Unidas a contagios.
Con este telón de fondo, el pasado 2 de abril, la Asamblea General de la ONU aprobó la resolución denominada Solidaridad global para combatir la enfermedad de coronavirus (COVID-19) en la que se reivindica a la cooperación y al multilateralismo para hacer frente a la pandemia. Asimismo, se plantea que debe haber un absoluto respeto a los derechos humanos y se condenó cualquier forma de discriminación, racismo y/o xenofobia como respuesta a la enfermedad. Presentada por Suiza, Singapur, Noruega, Liechtenstein, Ghana e Indonesia, recibió el apoyo de 188 de los 193 miembros de la ONU.[1]
Tristemente, a pesar de que lo planteado en la resolución refleja el sentir de la mayor parte de la comunidad internacional, Rusia se opuso a la resolución puesto que propuso una propia en la que demandaba el fin de sanciones aplicadas a los Estados, como una forma de enfrentar de mejor manera la pandemia.[2] Si bien se entiende que Moscú pugne por aprovechar la coyuntura a su favor, y sin negar que las sanciones constituyen un contrasentido a la necesaria cooperación internacional que debe prevalecer en estos momentos, la resolución del 2 de abril es importante porque sacó del estupor -si se quiere, simbólicamente- en el que se encontraba el mundo desde que el COVID-19 irrumpió en la escena global.
Desafortunadamente las resoluciones de la Asamblea General, por más oportunas y razonables que sean, no tienen un carácter obligatorio. Son pronunciamientos con autoridad moral, pero más allá de ello, su capacidad para influir en las políticas y las acciones de los Estados, es limitada. El único órgano de Naciones Unidas facultado para emprender acciones concretas en el caso de quebrantamientos graves a la paz y la seguridad internacionales, es el Consejo de Seguridad, el cual, hasta ahora, no había sido capaz de acordar reunión alguna en torno al COVID-19, debido a fuertes discrepancias existentes entre sus miembros permanentes -para la frustración de buena parte sino es que de todos los miembros no permanentes.
Esto cambió y tras varios intentos previos se logró finalmente convocar a una reunión a puerta cerrada por videoconferencia a los miembros del Consejo de Seguridad, para analizar la emergencia del COVID-19. Esto aconteció el jueves 9 de abril y de los detalles de la reunión se conoce poco, pero existen algunas pistas sobre las posturas de algunos de los participantes. Se sabe, por ejemplo, que la República Popular China tiene fuertes choques con Estados Unidos. Para Beijing, el foro primigenio en que se deben abordar los desafíos a la salud es la OMS, no el Consejo de Seguridad. Beijing presidió al Consejo de Seguridad en marzo, justo cuando la OMS declaró que el COVID-19 era ya una pandemia, pero no convocó a reunión alguna, pese a las presiones de diversos países para hacerlo.[3]
Estados Unidos, por su parte, no ha perdido ocasión para despotricar contra la OMS y la República Popular China. En alguna ocasión el Presidente Trump se refirió al COVID-19 como el “virus chino”, lo que provocó la ira de las autoridades del país asiático. De manera más reciente, el mandatario estadunidense ha criticado fuertemente el papel de la OMS en la gestión de la pandemia y ha deplorado lo que él llama “sino-centrismo” del organismo internacional, cuando, dice él, debería estar apoyando a EEUU a lidiar con el COVID-19. Por si fuera poco, el 14 de abril, Trump dispuso la suspensión del pago de las contribuciones financieras que EEUU realiza a la OMS, lo que nuevamente ilustra su rechazo al multilateralismo en todas sus vertientes y su miopía de cara al importante trabajo que efectúa el organismo internacional en el mundo ante una pandemia inédita en la historia del planeta, por lo menos desde el fin de la guerra fría. Claro, de todos modos, Estados Unidos tenía un adeudo desde hace más de un año de sus cuotas a la OMS, pero eso es una cosa y otra muy distinta retirar definitivamente el financiamiento al organismo internacional en el marco de la pandemia.[4]
Rusia ha planteado, como lo hizo previamente en el caso de la Asamblea General, que es importante suspender las sanciones que impiden que los Estados accedan a insumos que necesitan para hacer frente a la pandemia.[6] Pero quizá de las posturas más interesantes entre los miembros no permanentes del Consejo de Seguridad es la de Alemania. Ese país, miembro no permanente para el bienio 2019-2020, ha externado su enojo por la poca transparencia de la RP China en el manejo de la crisis y aunque su embajadora ante el gobierno de Estados Unidos, Emily Harber no lo ha dicho puntualmente, sí ha dejado entrever que la actitud de las autoridades chinas ante la pandemia ha costado vidas y ha provocado un enorme daño económico al mundo.[7]
Así, la reunión a puertas cerradas que celebró el Consejo de Seguridad la semana pasada ocurrió porque nueve de los 10 miembros no permanentes de ese órgano, buscaron que se celebrara. No parece, sin embargo, que sea el foro más apropiado para resolver los problemas generados por una pandemia como el COVID-19. Uno de los principales problemas que enfrentan los temas que son considerados por el Consejo de Seguridad es que se politizan y, dependiendo del nivel de prioridad que tengan para los miembros permanentes, pueden o no desencadenar resoluciones para mitigar los problemas respectivos.
En Ginebra, sede de la OMS, existe la visión de que los temas de salud deben ser debatidos y decididos en ese foro, no en Nueva York, justo para evitar su politización o bien, visiones de bioseguridad que impiden dimensionar de mejor manera a las epidemias y las pandemias. Estados Unidos, por ejemplo, está muy preocupado con la posibilidad de que terroristas o grupos hostiles puedan diseminar deliberadamente un virus, bacteria o toxina para hacer daño a su población, ganado, cultivos, agua, importaciones, etcétera. Lo sucedido tras el 11 de septiembre de 2001 con la propagación deliberada de esporas de ántrax en paquetes postales, abonó a la percepción de que los temas de salud son estrictamente de bioseguridad y deben ser atajados por los cuerpos de seguridad, no necesariamente por la comunidad científica y médica. De manera coincidente y como se observa en el cuadro 2, es a partir de entonces que el Consejo de Seguridad ha abordado temas de epidemias en su agenda, e incluso ha aprobado resoluciones en la materia, por ejemplo, de cara al ébola tanto en África Occidental como en ña República Democrática del Congo.
Para la OMS, en cambio, la salud es un complejo entramado de acciones, decisiones y visiones más ligadas al desarrollo y bienestar de las sociedades. La importancia de contar con políticas de salud pública e insumos para garantizar acceso a la mayor cantidad posible de personas, es uno de los enfoques que privilegia el organismo internacional, no sin problemas, claro está, toda vez que debe reconciliar intereses, a veces divergentes, de Estados, de otros organismos internacionales, de organismos no gubernamentales, empresas farmacéuticas, fundaciones y hasta celebridades. Tal vez si el Consejo de Seguridad contara con una visión más integral sobre la relación estrecha que debería existir entre seguridad y desarrollo, sería más empático con el trabajo de la OMS. Desafortunadamente, hoy por hoy, no es el caso. Incluso la seguridad humana, concepto propuesto en 1994 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y que incluye siete elementos, de los que la seguridad sanitaria es uno de ellos, no goza de las simpatías de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, en tanto en la OMS, en contraste, la seguridad humana tiene una cierta ascendencia.
Claramente hay cuatro esferas en que el COVID-19 y la agenda de seguridad del órgano máximo de Naciones Unidas deben encontrar puntos de convergencia, más allá de que los nuevos métodos de trabajo impuestos por la cuarentena evitan encuentros cara-a-cara entre sus miembros y, por lo mismo, hay serias dificultades para tratar temas sensibles imposibles de abordar en una videoconferencia. Entre los temas que el Consejo de Seguridad deberá resolver de cara a la pandemia del COVID-19 son:
- La seguridad del personal civil y militar emplazado en las operaciones de mantenimiento de la paz (OMPs) de Naciones Unidas. Una parte importante de las misiones de paz se desarrolla en África, continente donde el COVID-19 apenas está asomándose. Sin embargo, en la medida en que su propagación continúe, las misiones de paz verían comprometida su viabilidad, no sólo de cara a enfermedades pre-existentes como el ébola, sino frente a los conflictos armados que el Secretario General Guterres ha señalado que deberían cesar.
- Las sanciones multilaterales aplicadas por el Consejo de Seguridad pueden dañar fuertemente el acceso de los países sancionados a insumos que requieren para hacer frente a la pandemia.
- Es evidente que el COVID-19 está teniendo efectos económicos devastadores en la economía mundial. El impacto que ello tendrá en el trabajo de los organismos internacionales, ante restricciones presupuestales -más allá de que Estados Unidos haya decidido suspender el pago de sus cuotas a la OMS- aun está por producirse, pero se auguran épocas difíciles que tendrán consecuencias no sólo para la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS) sino para el financiamiento de, por ejemplo, OMPs y otras acciones y medidas aprobadas por el Consejo de Seguridad en sus resoluciones.
- A lo anterior hay que sumar que, sin recursos financieros, las agencias humanitarias de Naciones Unidas, difícilmente podrán responder a las diversas emergencias que se presenten y que incluyen ayuda alimentaria, asistencia en casos de desastre, apoyo a refugiados y desplazados, asistencia en salud más allá del COVID-19 -por ejemplo, para luchar contra enfermedades infecciosas, o bien para apoyar la inmunización-, etcétera. Si el Consejo de Seguridad aprueba resoluciones que impliquen mayor trabajo de las agencias humanitarias de la ONU, sin el debido financiamiento, estas directivas podrían convertirse en letra muerta.[8]
Así que mientras prevalecen los desacuerdos en el seno del Consejo de Seguridad para hacer frente al desafío del COVID-19 y continúan los ataques contra la OMS por la gestión que, al decir de EEUU y otros más, es altamente deficiente a la hora de lidiar con la pandemia, los países más influyentes han mirado a otros foros como el Grupo de los Siete (G-7, integrado por Estados Unidos, Japón, Canadá, Italia, Francia, Alemania y Gran Bretaña) y el Grupo de los 20 (G-20 integrado por Australia, Canadá, Arabia Saudita, Estados Unidos, India, Rusia, Sudáfrica, Turquía, Argentina, Brasil, México, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, RP China, Indonesia, Japón, Corea del Sur y la Unión Europea) para encarar la pandemia de manera coordinada. Por supuesto que la parálisis que aqueja a la ONU es una mala noticia, pero incluso en tiempos de “no-pandemia” el organismo internacional ya había perdido capacidad de liderazgo ante los problemas internacionales. El COVID-19 tal parece que podría acelerar el declive de la institución, no obstante el trabajo conciliador desarrollado por su Secretario General, Antonio Guterres con la comunidad de naciones.
El COVID-19 hasta ahora, ha alentado el “nacionalismo en salud”, pese a que la cooperación internacional parece esencial para una amenaza de estas proporciones. Hasta ahora no parece que se haya entendido que, si bien los países más desarrollados han sido, hoy por hoy, los más afectados en términos de contagios y decesos por la enfermedad, ésta aún se encuentra en fase de desarrollo en los países más pobres con sistemas de salud precarios. Pensar que la crisis habrá concluido cuando la “curva se aplane” en Estados Unidos, Alemania u otros países altamente desarrollados es un grave error. Los países en desarrollo, al no tener mecanismos de contención efectivos, podrían no sólo colapsar, sino que el COVID-19 estaría en condiciones de resurgir con especial vigor el próximo invierno en el hemisferio norte. La vacuna contra la enfermedad, todavía tomará un tiempo antes de estar disponible. De ahí que sea imperioso actuar de manera coordinada con una visión global, de conjunto, superando el nacionalismo y -hay que decirlo- el egoísmo, pensando y actuando más como comunidad. Ese es el gran reto.
[1] Jessica Corbett (April 3, 2020), “As Global COVID-19 Top One Million, UN Adopts Resolution Urging ‘Intensified International Cooperation’”, en Common Dreams, disponible en https://www.commondreams.org/news/2020/04/03/global-covid-19-cases-top-one-million-un-adopts-resolution-urging-intensified
[2] France 24 (03-04-2020), “UN issues its first coronavirus resolution as global cases surpass 1 Million”, disponible en https://www.france24.com/en/20200403-united-nations-general-assembly-resolution-coronavirus-million-pandemic-covid19
[3] Nahal Toosi y Ryan Heath (April 8, 2020), “The United Nations goes Missiing”, en Politico, disponible en https://www.politico.com/news/2020/04/08/united-nations-coronavirus-176187
[4] María Cristina Rosas (April 15, 2020), “Trump and the World Health Organizationb”, en Rio Grande Guardian, disponible en https://riograndeguardian.com/rosas-trump-and-the-world-health-organization/
[5] Security Council Report (s/f), Health Crises, disponible en https://www.securitycouncilreport.org/health-crises/
[6] Según expertos, sin embargo, las sanciones que ha enfrentado Rusia por sus políticas en torno a Ucrania, Siria y por intervenir en los comicios presidenciales de EEUU llevaron a que el Presidente Vladímir Putin buscara adaptar a las empresas y negocios del país a la austeridad. Así, Rusia enfrenta actualmente al COVID-19 con poco endeudamiento de sus empresas, con buenas reservas financieras y casi autosuficiencia alimentaria, resultado de medidas de austeridad que ahora serán claves para su supervivencia e incluso para que emerja en muy buenas condiciones tras la pandemia. Véase Andrew E. Kramer (March 20, 2020), “Thanks to Sanctions, Russia is Cushioned for Virus’s Economic Shocks”, en The New York Times, disponible en https://www.nytimes.com/2020/03/20/world/europe/russia-coronavirus-covid-19.html No es la primera ocasion en que un país que padece sanciones, se fortalece en tiempos “malos”: Cuba es otro ejemplo de una nación muy castigada por Estados Unidos y que, pese a ello, usa el poder suave de sus servicios médicos para apoyar la lucha contra el COVID-19 en diversas partes del mundo.
[7] Nahal Toosi y Ryan Heath, Ibid.
[8] What’s in Blue. Insides of the Work of the UN Security Council (March 26, 2020), “”Technical Rollovers of Security Council Mandates”, disponible en https://www.whatsinblue.org/2020/03/technical-rollovers-of-security-council-mandates.php