La relación entre los medios de comunicación escritos y la violencia criminal se localiza en una pregunta sin respuesta: ¿la violencia produjo la cobertura creciente de los medios o el papel activo de los medios en los ánimos sociales estimuló la violencia de las bandas del crimen organizado?, ¿el huevo o la gallina?, ¿un menor interés de los medios en la violencia cotidiana desanimaría a las mafias a actuar?, ¿realmente los capos del narcotráfico actúan motivados por los medios?
Primera tesis. La relación medios-violencia no es correspondiente. Es decir, una no determina a la otra.
Segunda tesis. Los jefes del crimen organizado han comenzado a entender el papel detonador de los medios.
Tercera tesis. Los medios de comunicación han encontrado en la violencia el tema potenciador de su presencia social y comercial.
El asunto de la relación medios-violencia tiene un ejemplo nítido de explicación: en abril del 2010 la revista proceso presentó un texto sin forma genérica de un encuentro de Julio Scherer García con el capo Ismael “El Mayo” Zambada, uno de los jefes más buscados por la policía de México y de Estados Unidos. Pero no fue entrevista, sino encuentro. El efecto final benefició al narcotraficante, sobre todo por la fotografía de portada: un capo arrogante, con el brazo derecho como protector sobre el hombro del periodista, un Scherer como pasmado sin entender razones ni contextos, el periodismo bajo el ala del narcotraficante.
El resultado: a) el periodismo como narcomanta, b) el periodismo sin enfoque crítico, c) el periodismo como publirrelacionista de un delincuente, d) el periodismo pasmado, e) El periodismo como aval de la violencia criminal.
Como siempre, la revista proceso desdeñó la crítica a la crítica. Y no sólo eso. En noviembre, siete meses después, hubo una reimpresión especial bajo el rubro de que ya iban 130 mil ejemplares vendidos. Como en la nota de Scherer no había periodismo, la reimpresión también se convirtió en una promoción de la figura del narcotraficante.
La nota es la nota, es cierto. Pero hay de notas a notas. Scherer no hizo preguntas incisivas, no exploró la mente del criminal, no ofreció una descripción del ambiente del crimen organizado. No hubo nota, pues. Sólo una foto y una narración del contacto, el viaje y el encuentro. Los propios editores de la revista no encontraron en el texto de Scherer algún valor informativo. Por ello el titular de portada de la revista fue anti periodístico: “En la guarida de “El Mayo” Zambada” y “Crónica de un encuentro insólito”. La nota fue el periodista, no el anfitrión.
El caso Scherer-Zambada ilustró la relación perversa entre la prensa y el poder criminal. ¿Por qué escogió Zambada a Scherer para un encuentro? ¿Aceptó Scherer el encuentro a sabiendas de que no habría más nota que la de él mismo en la guarida de uno de los narcos más buscados? El mensaje de “El Mayo” fue burlón, a costillas de la prensa crítica: mostrarle al gobierno mexicano que podía “invitar” a uno de los periodistas más críticos del gobierno para hablar en privado y off the record del narcotráfico. Con habilidad, uno de los capos del crimen organizado utilizó a la prensa para demostrar su poder. Y el periodista más crítico de México, el que enfrentó sin limitaciones al poder político institucional, quedó fotografiado bajo el brazo protector de uno de los todopoderosos del tráfico de drogas.
En ese hecho quedó dibujado el “papel” de los medios en la lucha del gobierno contra el crimen organizado: la crítica al gobierno y no a la criminalidad. Si se revisan los espacios de la prensa escrita, se encontrará que sólo existe la crítica contra el gobierno y casi nada, por no decir que nada, contra los jefes del narco. Hay que ver el trato de proceso a los cárteles y el lenguaje sin límite contra el gobierno. No es difícil suponer las preguntas que le haría Scherer al presidente Calderón si pudiera entrevistarlo; las páginas de la revista tienen un registro minucioso de los enfoques contra el gobierno.
En 1977, en la parte más criminal de la dictadura de los militares argentinos, el escritor Rodolfo Walsh publicó una “Carta Abierta a la Junta Militar de Gobierno” para enumerar sus crímenes contra la población civil. El documento de Walsh es histórico del periodismo de denuncia. La respuesta resultó fulminante: Walsh fue desaparecido. Sin ser tan heroico, ¿algún periodista o escritor mexicano le ha dirigido una carta abierta a los capos del narcotráfico para condenar su violencia, sus modos criminales y su larga lista de muertos y para exigirles su rendición? Nadie. Scherer “socializó” con “El Mayo” Zambada, miembro de un cártel al que se le atribuyen asesinatos y desapariciones de periodistas, socio de Joaquín “El Chapo” Guzmán, el verdadero jefe de jefes del narcotráfico. “Don Ismael”, fue el trato. ¿Dónde quedó el Scherer que tensó una entrevista con el general Augusto Pinochet días después del golpe militar contra Allende? Perdido en las llanuras de su periodismo arrogante.
Estas serían algunas de las razones que ayudarían a entender el contexto de la relación medios-violencia. Los medios se han reducido a convertirse en contadores de asesinados, pero sin explicar el contexto. En Vietnam, los corresponsales críticos se cansaron de reportar batallas y número de bajas y salieron a indagar el trasfondo de la guerra. En México los periodistas no analizan el trasfondo de la violencia criminal y se dedican consistentemente a definir estrategias personales de lucha contra el narcotráfico. ¿Cómo corrompen los narcos, a quiénes corrompen, cómo viven, dónde están sus madrigueras, cuáles son sus biografías de poder? Nada investigan los medios. O poco. Eso sí, larga lista de reiteraciones de que la estrategia oficial es fallida, aunque sin documentar perio-dís-ti-ca-men-te las estrategias y tácticas de la guerra contra el crimen organizado.
Un estratega de guerra en cada columnista nos dio. La crítica a los 30 mil muertos es obvia. ¿30 mil criminales? ¿De cuántos? 120 mil delincuentes detenidos. ¿De cuántos? ¿Dónde están los reportajes sobre el crimen organizado, sobre la delincuencia, sobre las relaciones de poder del viejo régimen priista con el crimen organizado, sobre la sociedad fallida, sobre el asesinato de Manuel Buendía en 1984 cuando se disponía a publicar nombres de policías y políticos aliados a los narcos, sobre el caso Camarena y los jefes de la Judicial Federal y la Federal de Seguridad que le dieron credenciales a los jefes de la droga, de la visita de los Arellano Félix a la Nunciatura y la negativa del procurador Carpizo McGregor a arrestarlos porque su policía judicial estaba comprada por el narco, sobre Adrián Carrera como jefe de la judicial federal de Carpizo y hoy testigo protegido porque en ese entonces protegía al narco? ¿Dónde están los periodistas para narrar ese lado oscuro de la violencia? ¿Dónde están los periodistas-investigadores que regresen sobre los pasos de Florence Cassez y sus relaciones con el jefe de una banda de secuestradores y que hoy clama su inocencia a pesar de las evidencias en su contra sólo porque es francesa? ¿Dónde están los periodistas que pudieran narrar la violencia criminal como Martín Luis Guzmán describió la fiesta de las balas del villista Rodolfo Fierro? ¿Será que es más cómodo criticar al gobierno y no arriesgar las críticas a los narcotraficantes que han sumido al país en una espiral de violencia? ¿Hasta qué punto los periodistas han contribuido a convertir a los narcotraficantes en héroes rurales y urbanos como alguna prensa colombiana convirtió a Pablo Escobar Gaviria en una especie de Robin Hood? ¿Dónde están los periodistas que debieran seguir los hilos de las FARC en México como parte de la telaraña de intereses de poder de ciertos grupos radicales latinoamericanos con el crimen organizado?
Contratesis 1: Los medios escritos tienen la obligación de cubrir las incidencias cotidianas de la violencia criminal.
Contratesis 2: Los medios escritos tiene la obligación profesional de analizar el contexto de la violencia.
Contratesis 3: Los malos de la película son los grupos criminales que trafican con droga a los EU y otra parte la dejan para consumo local.
La violencia provocada por el combate gubernamental contra el crimen organizado y la inseguridad se presenta como un desafío profesional del periodismo escrito. La violencia es, sin duda, un hecho periodístico. Pero la obligación del periodista no es justificar la cobertura con la noticia en sí, sino tratar de indagar-revelar-explicar-denunciar lo que se encuentra detrás de la noticia -Ricardo Rocha dixit-. La violencia en sí misma es una expresión de una realidad política compleja que el periodismo tiene como escenario de trabajo profesional.No importa ya qué ha sido primero: si la violencia o el periodismo. La realidad está aquí y exige un mayor profesionalismo de los comunicadores. El papel del periodismo debe reconocerse por sus resultados en la investigación y la denuncia y no en la lista de periodistas asesinados, desaparecidos o exiliados. La violencia criminal, por tanto, ha puesto a prueba al periodismo mexicano.
Conclusión 1: La cobertura de la información sobre la violencia del narcotráfico es inevitable y necesaria.
Conclusión 2: Los medios están obligados a profundizar su cobertura sobre los cárteles de la droga, su organización y sus complicidades.
Conclusión 3: La función primordial del periodista es revelar lo que se encuentra detrás de los hechos cotidianos de la violencia.