Si el tiempo -algún huracán o lluvia torrencial- lo permite, el legendario equipo de futbol Atlante jugará a mediados de este mes su primer partido oficial en Cancún, ciudad a donde lo condujo la inestabilidad empresarial de su propietario, Alejandro Burillo Azcárraga, hombre que a lo largo de esta década, desde que fue echado de Televisa por su primo, Emilio Azcárraga Jean, no ha logrado establecer una imagen de solidez en el campo de los negocios.
Alianzas futboleras
Burillo posee un membrete, el Grupo Pegaso, que funciona como holding de varias empresas, la mayoría de existencia efímera, que aparecen y desaparecen, sea porque su propietario encuentra la oportunidad de venderlas o bien porque fracasan. En el ámbito del futbol, Burillo trata, literalmente, de que a sus equipos los mantenga el gobierno y opera de la siguiente forma: busca establecer alianzas con gobiernos estatales o municipales para que, con el argumento de llevar futbol profesional a esos lugares, le otorguen privilegios de diverso tipo (por ejemplo, fiscales), asuman los gastos de infraestructura para que el equipo juegue (construcción o adaptación de estadios) y le permitan manejar el negocio de venta de “esquilmos” (cerveza, comida y objetos diversos en el estadio).
Se trata de acuerdos poco duraderos, porque, al principio, los gobernadores o munícipes en busca de promoción política encuentran atractiva la alianza con Burillo, pero cuando se acerca el final de su permanencia en el cargo y empiezan a ser cuestionados por ese tipo de convenios dan marcha atrás. Entonces, Burillo ordena que el equipo migre a otra ciudad donde acepten darle privilegios. Así ha ocurrido con el Irapuato, que migró a Veracruz; luego, con otro equipo de Burillo que pasó de Veracruz a Chiapas para convertirse en Jaguares. En Primera A, la franquicia propiedad de Burillo pasa, casi año con año, de un lugar a otro: de Zitácuaro se trasladó a Cuernavaca, luego al DF, después a Neza y ahora está en Colima.
Entre los ahora ex gobernadores que entablaron alianzas futboleras con Burillo están René Juárez Cisneros, de Guerrero; Juan Carlos Romero Hicks, de Guanajuato; Miguel Alemán Velasco, de Veracruz, y Pablo Salazar Mendiguchía, de Chiapas. Entre los que están en funciones, Silverio Cavazos Ceballos, de Colima, y Félix González Canto, de Quintana Roo.
Fondos públicos
Ahora, tras varias amenazas, le ha tocado a la afición atlantista sufrir la inconsistencia empresarial de Alejandro Burillo. El Atlante cayó en manos de este empresario a mediados de los 90, cuando su anterior dueño, José Antonio García, propietario de la fábrica de artículos deportivos Garcís, entró en crisis financiera, fue acusado de evasión fiscal por cinco millones de pesos y tuvo que recurrir al amparo de Burillo para salir del problema. En 1994, le vendió una parte de las acciones del equipo, pero en 1996 García tuvo que salir del país durante un año y medio para eludir el cumplimiento de una orden de aprehensión en su contra; cuando regresó, en junio de 1997, Burillo ya se ostentaba como dueño del Atlante (en realidad lo era desde marzo de 1996). Aparentemente, el llamado “Gu%u0308ero” se hizo cargo de la deuda de García y de la operación del equipo, debido a lo cual el anterior propietario debió aceptar un convenio en el que Burillo asumía la mayoría accionaria y García conservaba sólo el 10%.
A partir de entonces, el Atlante, que cuatro años antes había sido campeón y logrado establecerse, con buena asistencia de público, en el estadio de la Ciudad de los Deportes, rebautizado como Azulgrana, fue arrastrado por los vaivenes empresariales de Alejandro Burillo. En 1996, cuando gozaba de una posición privilegiada en Televisa, Burillo decidió crear, dentro de esa empresa, un Comité de Futbol para manejar de manera coordinada a los equipos América, Necaxa (ambos propiedad de la televisora) y Atlante. Dispuso que los Potros de Hierro abandonaran el estadio Azulgrana, donde habían arraigado y sido campeones, para trasladarse al Azteca, propiedad de Televisa. Sin embargo, en junio de 2000, cuando fracasó la intentona de Burillo por desplazar a su primo, Emilio Azcárraga Jean, en el trono de Televisa y éste lo presionó para que saliera de la empresa, el dueño del Atlante, molesto, decidió que los Potros dejaran el Azteca y regresaran al estadio de la Ciudad de los Deportes, para ese momento ocupado por otro equipo, el Cruz Azul, que subarrendó el uso del inmueble a Burillo. En 2002, el Atlante se mudó a Neza gracias a un convenio de renta con la Universidad Tecnológica de ese municipio para utilizar el estadio de la localidad. Dos años después, cuando parecía que el Atlante arraigaba en Neza, Burillo aceptó la oferta de Televisa (al parecer ya había hecho las paces con su primo) para que el Atlante fuera trasladado nuevamente al Azteca. La posibilidad de no pagar renta y contar con un contrato de televisión abierta (durante su estancia en Neza los partidos del Atlante eran transmitidos por la televisora de señal restringida MVS) hicieron que Burillo decidiera el cuarto cambio de sede en sólo ocho años.
Pero no sería todo: en mayo de 2007, con el argumento de que los seguidores del Atlante no iban al estadio, Burillo decidió hacer realidad la amenaza que había formulado contra ellos: “No van al estadio, me llevo al Atlante”.
El empresario encontró en la avidez de notoriedad del gobernador quintanarroense, Félix González Canto, el instrumento que buscaba para concretar el quinto traslado del Atlante. Con el pretexto de llevar futbol de primera división a Cancún, este político aceptó las condiciones de Burillo: dispuso dedicar 20 millones de pesos del erario para construir un estadio con tribunas prefabricadas y dar al empresario amplias facilidades para comercializar “esquilmos”. Dentro de dos años, si el señor Burillo autoriza que el Atlante siga en Cancún, el gobierno “promoverá” la construcción de un estadio más grande, con capacidad para 50 mil personas y un costo de entre 50 y 60 millones de pesos. El sueño de Burillo hecho realidad: que a su negocio futbolero lo mantenga el gobierno.
De acuerdo con un análisis de la revista Expansión (23 de agosto- 6 de septiembre de 2006) los ingresos de los clubes de futbol de primera división se dividen así en promedio: patrocinios en la playera, 26%; taquilla, 25%; venta y renta de jugadores, 23%; derechos de transmisión de TV y radio, 15%; mercadotecnia, 11%. En la década reciente, la playera del Atlante siempre estuvo ocupada en sus espacios principales por anuncios de Garcís, la empresa de José Antonio García, y de Pegaso, la firma de Burillo, publicidad que no generaba ingresos para el equipo; a diferencia de otros clubes que reciben ingresos por usar ropa de determinada marca, el Atlante siempre se vistió con productos Garcís, lo cual también le privó de ingresos; en el último lustro, el club percibió cuantiosos ingresos por la venta de jugadores como Luis Gabriel Rey, Sebastián Chamagol González, Fernando Arce, y varios más; asimismo, tuvo siempre contratos para la transmisión televisiva y radiofónica de sus partidos. En contraste, no recaudó mucho en taquilla, entre otras cosas por los constantes cambios de estadio, y a diferencia de otros equipos nunca contó con campañas de mercadotecnia para posicionar su imagen.
Inversión, no privilegios
El manejo inadecuado del Atlante en manos de Alejandro Burillo no es demasiado diferente al exhibido por este empresario en otros negocios. Al salir de Televisa en junio de 2000, fecha en que anunció la venta de su paquete accionario, que equivalía a 25%, Alejandro Burillo negoció que el consorcio le cediera, en 126 millones de dólares, el 12.1% de las acciones que poseía en la empresa de telecomunicaciones Pegaso, con lo cual Burillo quedó como socio mayoritario en esa firma, y que le vendiera además, en 25 millones de dólares, el periódico Ovaciones, entonces propiedad de Televisa.
A partir de ese momento, Pegaso se convirtió en el estandarte de Burillo, quien, ya sin el entorno protector de Televisa, se convirtió en un empresario de tipo especulativo, que busca tener alta liquidez para poder pasar de un negocio a otro. Compra, vende e invierte, a veces con éxito y otras con resultados adversos.
En 2002, Burillo decidió vender el 65% del negocio de telecomunicaciones del Grupo Pegaso a la empresa Telefónica Móviles de España. A cambio, se le otorgó un lugar en el consejo de administración de Telefónica y la presidencia de Pegaso México. Según la revista América Economía (4 de abril 2003), Telefónica habría pagado “cerca de 1.100 millones de dólares”, aunque no todo ese cuantioso capital fue a las arcas de Burillo, pues una de las razones que le orilló a vender fue que la empresa estaba endeudada y Telefónica ofreció negociar con los acreedores y pagar la deuda, que superaba los 400 millones de dólares.
En el último lustro, Burillo ha hecho una larga lista de negocios no siempre exitosos. En noviembre de 2004, vendió en apenas 12 millones de dólares el periódico Ovaciones, el cual le había cedido Televisa en 25 millones de dólares. Antes, en 2002, había tratado infructuosamente de ingresar al negocio de la radio a través de una cadena a la que llamó Red W Interactiva y donde invirtió tres millones de dólares. Rentó a la empresa Radiorama la frecuencia 1530 de AM en el Valle de México y una red de 40 emisoras en distintas ciudades del país para iniciar transmisiones el 22 de octubre de 2001. Red W Interactiva sólo duró unos meses, las transmisiones terminaron el 18 de febrero de 2002 ante la falta de audiencia y anunciantes. Burillo tuvo que retirarse con pérdidas por un millón de dólares.
También a principios de 2002, Burillo intentó crear una estación de radio dedicada las 24 horas a transmisiones deportivas: la llamó Estadio W. Para el efecto alquiló al Grupo Imagen la legendaria emisora XELA (830 de AM) que llevaba 60 años transmitiendo música clásica y retiró esa programación del aire (por supuesto, no le importaron las protestas que esto produjo entre los radioescuchas). Burillo hizo alianza con Francisco Javier González, un periodista deportivo con dotes de gerente, quien con su equipo de trabajo se haría cargo de los contenidos. En agosto de ese año, el grupo de González decidió terminar la alianza con Burillo y se trasladó a la frecuencia 590 AM, del Grupo Radio Mil. Después, en 2004, para desazón de Burillo, el equipo de González entabló alianza con Televisa para dotar de contenidos deportivos a la estación XEX (730 de AM). Azcárraga Jean le había quitado Estadio W a Burillo.
En los últimos meses, Alejandro Burillo ha dado a conocer diversos proyectos. En julio de 2007, anunció la creación de un nuevo sistema de televisión directa al hogar vía satélite (DTH) que se llamará Apollo y será lanzado en 2008 con una inversión inicial de 150 millones de dólares. De manera optimista, Burillo aspira a “arrebatarle” a Sky, filial de Televisa y única empresa del ramo, el 12% de suscriptores en los primeros cuatro años de operación de Apollo.
Negocios, proyectos, inversiones millonarias. ¿Y el Atlante? Ojalá en el negocio del futbol, Burillo decida algún día invertir más recursos propios y no dependa de los fondos públicos, aportados por gobernadores deseosos de figurar, para llevar a cabo sus proyectos. Quienes amamos los colores azulgrana esperamos que en poco tiempo la alianza de Burillo con Félix González Canto llegue a su fin, igual que ha ocurrido con otros gobernadores, y los Potros de Hierro regresen a México DF, su casa.