viernes 22 noviembre 2024

Que se restablezca Nestora Salgado

por Marco Levario Turcott

Le damos vida a la muerte de tantas maneras como la imaginación nos lo permite. Mezcla de temor, misticismo e incluso rencor, la muerte suscita los sentimientos más variados también. Por ello recurro sólo a una vertiente: la muerte duele porque es la interrupción abrupta de los disfrutes. Los que ustedes consideren. Acaban. Nunca más ver el sol, leer, beber o fumar, no más besos furtivos y ni siquiera el anhelo por darlos y recibirlos; acabó la literatura o la poesía. Por eso duele la muerte. La nuestra propia y la del ser amado que nunca más posará la mirada asombrada en los horizontes más contrastantes, sencillos o conmovedores, ni oirá teñir las campañas, ni los llamados a misa o el claqueo de su boca para acompañarse en la soledad. “Ya no sufrirá”, dicen algunas voces en busca de consuelo, ni peleará ni beberá ni lanzará la lengua viperina para expulsar veneno ni encontrará en el otro el enfrentamiento cotidiano que le provee de su propia vitalidad. “Pero si era un santo”, dicen los portadores de una tradición que endiosa a quienes fallecen. “Lo merecía”, dicen quienes quisieran ser propietarios del destino de la muerte.

Yo no deseo la muerte a nadie. Pero no por un prurito moral. No desgasto saliva para rociar el desierto. A la muerte le somos indiferentes. En contraste, deseo la vida a quienes quiero y no porque sea depositario de ella. Tampoco lo somos. A veces la vida nos da oportunidad de hacer algo para prolongarla y lo intentamos. Si alguien enferma, entre las personas a quienes no quiero o enferma alguien que a mí no me quiere o de plano me detesta. Si enferma quien creo que no hace bien al país. Si a alguien así le pasa eso, no me alegra ni me entristece, no soy depositario de sus expectativas. Pero sí deseo que se restablezca. Que viva. Mirar el sol o escuchar los sonidos del amanecer. Escuchar música o enseñorearse en honor a Baco son placeres que sí le deseo a todos. Morir es la nada. Desear la muerte es pretender aniquilar y, además, regodearse en los más miserables sentimientos del ser humano. Digo todo esto al ver que la pandemia del COVID también ha exhibido almas podridas por la soberbia y el rencor que desean la muerte de tal o cual funcionario o legisladora, recientemente, Nestora Salgado. Yo no busco aniquilar a nadie ni me siento en un pedestal para determinar quién sí y quién no merece morir. Es más, yo y mi circunstancia luchan por vivir y una de mis motivaciones centrales es, precisamente, poder vencer en la vida, con la fuerza de la razón. Por eso sea quien sea, siempre espero que viva. E incluso celebro la vida diciendo lo mucho que coincido o difiero con su pensamiento.

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