- Reformar en el papel el sistema judicial, suena hueco y vacío
Nada es más doloroso que la pérdida violenta de una hija. Nada más indignante que la impunidad, prima hermana de la impericia y la indiferencia. Nada es mucho peor que el engaño y la complicidad.
Los casos y hechos son innumerables, pero cuando están muy cerca, nada lo consuela, nada lo explica, nada lo justifica. Hace dos años, dos meses y 15 días que María del Sol Cruz Jarquín fue una de las víctimas de un triple asesinato, el cual sigue impune y está rodeado por la indolencia y el cinismo de las autoridades.
Protestar por lo sucedido, ya produjo amenazas para quienes exigen justicia, como le sucedió no hace mucho al grupo de mujeres de Consorcio para el Diálogo Parlamentario y la Equidad Oaxaca, AC, quienes no han escatimado solidaridad militante, ahí, en Oaxaca.
Por este asesinato sucedido la madrugada del 2 de junio de 2018, en Juchitán de Zaragoza, Oaxaca, por la actitud del fiscal del estado y el silencio del gobierno, el caso de María del Sol Cruz Jarquín ha concitado toda clase de reclamos de los grupos de mujeres, de diputadas federales, del gremio periodístico y aún de organismos internacionales.
Tímidas las instituciones federales y locales que “defienden” a las mujeres, tímidas las autoridades electorales, debido a que el crimen sucedió durante las elecciones de 2018, cuando María del Sol había sido enviada a apoyar a Hageo Montero López, hermano del secretario de asuntos indígenas de Oaxaca. Tímidas, igualmente, todas las instancias variadas y diversas que dicen impartir justicia.
Y no sólo tímidas; también tibias, las autoridades que dicen proteger a las y los periodistas, en el pedestal de la Secretaría de Gobernación, ofreciendo que se haría lo imposible por dar con los culpables. La fotoperiodista María del Sol era la responsable de Comunicación Social de esa Secretaría en aquel junio de 2018. Bajo amenaza de perder su trabajo, fue enviada a la campaña del hermano de Francisco Montero, en el lugar donde hubo un triple homicidio. Una joven inteligente y creativa, cuya vida fue segada por un criminal a sueldo que anda libre.
El feminicidio de María del Sol Cruz Jarquín es, entre miles, un acto de lesa humanidad en este país donde la impunidad llega a extremos inenarrables. Su madre, periodista como ella, no ha descansado desde aquella terrible madrugada, tocando todas las puertas oficiales, protestando, escribiendo. Pide solamente investigación y justicia.
A la tremenda situación que estamos viviendo, de temor e inseguridad por el Covid-19, se suma ese otro temor latente: el de no salir nunca de esta sensación de desamparo que aparece en los entretelones cotidianos del confinamiento; esta sensación de incapacidad colectiva de obtener justicia, de acabar con la impericia y tener otro mundo posible. No se puede admitir, no es humano, que cada mañana nos digan: “Vamos bien”. No se entiende.
En este marco, donde se yergue en mi memoria la hermosa sonrisa de María del Sol, es que me rebelo, protesto, desobedezco, me indigno.
¿Hasta cuándo el aparato de injusticia cambiará? ¿O no cambiará y debemos derrotarnos? La madre, hoy madre del feminicidio, no ha parado. Por ella nos enteramos de manera directa de cómo su dolor se ha convertido en fortaleza. Sus pares, miles de madres que buscan a sus hijas por desaparición forzada, las mismas que protestan por los feminicidios de sus hijas, no cejan. Son como el heraldo que anuncia tempestades de estrellas, de esperanza, porque están fuertes, altivas, alzadas. Toman caminos, plazas y nada las calla. Sueñan todos los días en que su indignación colectiva no será borrada como signo de la desesperanza de un pueblo, sino alguna vez reivindicada.
Para estas madres, para la que me duele en el alma: Soledad Jarquín Edgar, hoy presidenta del jurado calificador del Premio Nacional de Periodismo 2019, cuya palabra y pensamiento recorre el país, no les dicen nada los discursos y los anuncios, ya de ocho meses, de que se reformará el sistema de justicia. Para ellas, es sólo simulación. Les suena hueca la campaña de puras palabras contra la corrupción, esa que es cotidiana en los juzgados, en las fiscalías, en los sótanos de los tribunales, y nadie la ve.
Tan huecos los discursos frente a los hechos, estos que en el periodismo se vuelven frías estadísticas, donde las imágenes de dolor se vuelven obscenas, porque han borrado su contenido humano y certero de la razón y el amor.
¿Cómo significar el anuncio de que este 18 de agosto, en parlamento abierto en el Senado de la República, se empezará a revisar cómo hacer que se transforme el sistema judicial mexicano? ¿Ustedes creen? Si durante dos décadas se nos ha vacunado contra el sentimiento de horror que causa la muerte violenta, esa que acaba con la vida de al menos once mujeres todos los días, por feminicidio. No lo entiendo. No puedo.
Y todo ello vino a mi mente, cuando leí este domingo que se repondrá el proceso del asesinato de Abril Pérez Sagaón –presuntamente asesinada por su pareja– para juzgarlo como feminicidio. Que se intentará encarcelar al responsable, que sí habrá hoy, a un año, un juicio con perspectiva de género. Habrá aplausos, felicitaciones, pero de nada me sirve, me dije al leer la primera plana de Reforma, ni me da ninguna esperanza el espectáculo anunciado, con zoom y discusión a distancia en ese parlamento. Me urge saber si hay alguien por ahí que logre humanizar esto que no es vida.