En los ya lejanos años cincuenta, del siglo XX -cuando los países de Europa central comenzaron a admitir el aborto por voluntad de las mujeres- se comenzó a legislar sobre este tema, ya sea buscando la despenalización o la legalización que permitiera a las mujeres decidir sobre nuestro propio cuerpo. En los años 60 y 70, la mayoría de los países industrializados revisaron sus leyes y admitieron más causales que permitieran el aborto, o bien lograron por completo una legislación acabada sobre este derecho aún tan controvertido.
Asimismo, países al otro lado de nuestro continente, como China o India, hicieron lo mismo en aquellos años. Desde 1994, año en que tuvo lugar la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo en El Cairo, muchos países han liberalizado sus leyes, mientras que sólo unos cuantos continúan con políticas restrictivas en esta materia. Nada tienen que ver estos avances con la desmesura de divulgar o hacer creer que el aborto en donde está regulado se vuelve una práctica obligatoria (¡que horror!) y otras locuras semejantes.
Lo que sí es absolutamente cierto es que las leyes siguen siendo una pieza clave para que las mujeres accedan a servicios de aborto seguros. El aborto, creo yo, es una decisión absolutamente personal y muchos defendemos el derecho a decidir de cada mujer sobre el numero de hijos que quiere tener, cuándo, cómo y dónde y refrendamos su derecho pleno a poder interrumpir su embarazo sin tener que poner en riesgo su vida.
Cuando el aborto está restringido por la ley, las personas capacitadas para hacerlos en forma segura no pueden dar el servicio, el costo de los abortos en establecimientos privados tiende a ser muy alto y los hospitales públicos se niegan a apoyar a las mujeres que lo solicitan por ser una práctica ilegal. Además, en los países donde el aborto es ilegal, con frecuencia se acude a procedimientos inseguros porque los médicos se arriesgan a perder sus licencias.
Los países que cuentan con servicios de aborto legal y seguro tienen, por lo general, menos complicaciones y muertes relacionadas con los embarazos, así como niveles menores de infanticidio y abandono o maltrato de niños no deseados. En estos países, los abortos son realizados por personal hospitalario capacitado, de manera que la intervención es segura, está disponible y resulta menos costosa. En muchos casos, incluso, se ha logrado disminuir de manera considerable el número de abortos practicados
El aborto aún hoy es una realidad social lacerante que se manifiesta como un problema de salud pública. Se calcula que más del 20 % de las mujeres en edad fértil han recurrido a esta práctica en el mundo.
A pesar de esta realidad, el tema del aborto es altamente controvertido y aún divide a la sociedad. Es una discusión presente que se da entre personas e instituciones y en todos los segmentos de la sociedad.
Toco este tema, porque hace unos cuantos días la Suprema Corte de Estados Unidos acaba de mostrar un retroceso de 50 años en los derechos de las mujeres, con el voto de una mayoría de jueces conservadores que niegan en ese país, el derecho constitucional a interrumpir el embarazo.
Millones de mujeres, políticas, artistas, trabajadoras, intelectuales, amas de casa, activistas, escritoras, científicas, entre otras, han salido, en sus diferentes ámbitos, para dar nuevamente esta discusión. Muchas mujeres en todo el mundo nos unimos a ellas.
Lo que hoy está sucediendo en nuestro país vecino— y donde se ve sin duda la mano siniestra de Trump—es la vuelta a unos años en donde las mujeres morían como resultado de abortos clandestinos ilegales. Lamentable.
Dicen los sociólogos que, en tiempos revueltos y difíciles, los humanos tienden a volverse muy conservadores y se aferran a ese pasado que supuestamente les daba una seguridad que hoy ven perdida. Parece ser que en esas estamos. A ver como quedamos cuando termine el huracán.