La dirigencia del CEU y en particular su grupo hegemónico, también entendieron que no se trataba de intentar ganar todo para no obtener nada. Ahí existe también una experiencia que puede ayudar a desterrar las simplificaciones y el fanatismo que de tanto en tanto imperan en nuestra vida pública.
La Universidad Nacional es muy difícil de cambiar, los intereses son múltiples y las resistencias bastante fuertes, pero también hay posibilidad de construir espacios que hagan la diferencia.
En el CEU, por necesidad, se fueron decantando las corrientes políticas y los afanes públicos. Los reformistas optamos por la oportunidad de cambiar en lo posible y la ultra izquierda volvió a su marginación habitual. Para ellos la única victoria era ser derrotados, constatar que no hay posibilidad alguna de transformación.
Alguna vez Carpizo me contó que durante una de las movilizaciones más grandes, la que llegó al Zócalo de la capital, pidió estar en la Secretaría de Gobernación, para atestiguar que no hubieran problemas.
La designación de candidato presidencial del PRI ya estaba en marcha y los intereses en pugna generaban riesgos por todos lados, siempre hay quien quiere pescar en aguas revueltas.
Los fantasmas del 68 acechaban y el régimen político se puso a prueba. Halcones y palomas en un tour de fuerza cotidiana.
Nuestros referentes provenían de la experiencia de los años sesenta y setenta, donde las cosas terminaron con una violencia propiciada desde el propio gobierno: Tlatelolco y el halconazo (1971) eran heridas abiertas. Por eso lo que ocurrió es, en algún modo ejemplar y mostró que existía ya una sociedad civil poderosa, medios de comunicación con independencia, lo que sin duda impedía, o complicaba mucho, las soluciones autoritarias.
La política, cuando es buena, da resultados y eso ocurrió con los acuerdos que llevaron a la Universidad a un momento intenso y en buena medida ejemplar. Asistimos a una lección de civismo y de historia al mismo tiempo.
Esto ocurrió porque el CEU tenía una agenda clara y porque las autoridades universitarias, encabezadas por el rector, estaban convencidas de que el único camino para resolver el conflicto era el diálogo.
Vamos, el CEU es uno de los pocos movimientos realmente exitosos.
En tres décadas caben muchas historias. Algunas de los que son mis amistades más queridas las conocí en las asambleas y las fogatas. Haciendo un alto en el camino pienso en todo lo que le debemos a los jóvenes que fuimos y que teníamos un compromiso genuino, una idea, aunque solo esbozada, del futuro, que fuera, por cierto, tan luminoso como justo.
Me pregunto cómo sería un diálogo y cómo nos verían ahora. El paso del tiempo permite la maduración, pero limita la osadía. Hablando del tema con otros ceuístas, hemos llegado a la conclusión de que mucho de ese fuego permanece y que lo hace porque seguimos creyendo en ciertas cosas.
En su momento lo conversé con el propio Carpizo. “Andrade era un opositor de buena fe”, decía riendo, para explicar enseguida que si bien se perdió una oportunidad para arreglar lo que no estaba funcionando, se abrieron rutas que consolidaron proyectos y amistades, que dieron sentido a un momento específico de la historia de todos nosotros.
Como generación hemos participado, cada quien a su modo, en un momento por demás interesante para el país.
A pesar de los enormes retos que se enfrentan, tenemos avances notables, sobre todo en lo que a democracia se refiere. Más allá de pugnas y denuncias, el sistema electoral ha superado pruebas importantes, como la de 2006, donde el candidato vencedor lo logró por un pequeño margen.
En la actualidad estamos inmersos en un proceso complejo donde impera el desánimo y, en alguna forma, el desencanto. Esto no es privativo de México, más bien representa un ambiente que impera en muchas democracias e implica desafíos de gran magnitud.
A 30 años del CEU estoy convencido de que la memoria de aquellos años puede ayudar cuando menos para establecer patrones de conducta y de diálogo, que hagan la diferencia y que prueben, de nueva cuenta, que tenemos todas las herramientas para avanzar, a pesar del mal tiempo o las tormentas.