El español de México es un vasto universo de ideas y maneras de ver el mundo con distintos matices. Los países hispanohablantes del continente han tomado al español como la herencia ancestral de un sistema que fue impuesto en la región en tiempos ya olvidados y lo han transformado y utilizado a su antojo, le han puesto el sabor y el ritmo que le hacía falta y han creado miles de nuevas formas de expresión.
El español ha evolucionado mucho desde su llegada a nuestras tierras, las lenguas indígenas como bien menciona Lope-Blanch influyeron en el léxico para enriquecerlo, sin embargo a nivel semántico, oral y por supuesto literario los cambios han sido fenomenales.
Una de esas ‘nuevas’ formas expresivas es el albur, producto 100% mexicano, y más específicamente de la Ciudad de México. La definición del Diccionario del Español de México se consigna con las siguientes palabras:
“Juego de palabras de doble sentido que en una conversación sirve para comentar o responder a algo en plan de burla o escarnio, normalmente aludiendo a algo que se considera una humillación sexual, como en el siguiente diálogo entre un maestro y un alumno:
‘¿Hoy tendremos examen de literatura. ¿Vienen preparados? —Uy, maestro, con muchas ganas de que nos haga usted un examen oral de Los de abajo’, donde los de abajo alude maliciosamente a los testículos; a veces el juego de palabras da lugar a un duelo verbal en que los contendientes muestran su ingenio improvisando, a menudo en rima, aunque también los hay que recurren a frases hechas, como el nombre ‘Don José Boquitas de la Corona’, en que se oye la frase ‘…sebo quitas de la corona’, donde corona alude al ano: un albur muy ingenioso, una canción llena de albures, duelo de albures, ‘Ricardo es bueno para el albur’” (DEM: 2013).
La definición del Diccionario del Español de México, que por cierto es administrado, editado y conformado por el Colegio de México, me parece interesante, además, el ejemplo, por lo menos para un mexicano y específicamente para un chilango no deja lugar a dudas. Jorge Mejía Prieto, completa la anterior definición de diccionario:
“El albur es un recurso de la picardía popular de México, cargado de connotaciones sexualmente agresoras; para cuyo ejercicio acertado se requieren gran destreza de palabra e imprescindible agilidad mental; y cuyo origen y desarrollo han tenido lugar, según todos los indicios, dentro de los marcos del folclor urbano”. (Mejía Prieto, 1985: 9)
Una definición también ilustrativa, que encontré en el diario Publimetro de circulación local dice así:
“El albur es parte de la idiosincrasia del mexicano. El arte del revire es un ejercicio mental que involucra las frases en doble o triple sentido y la capacidad para enlazarlasen un discurso o diálogo que tiene coherencia”. (Cabrera: 2012)1
A partir de las tres definiciones antes mencionadas podemos empezar a dilucidar un acercamiento más profundo al extraño, entretenido e incluso escabroso mundo de los albures.
El primer punto en común de las definiciones es la manera de utilizar las palabras, es decir, el uso de la lengua con un objetivo claro: el doble sentido, la connotación. Así, los albures fluyen en torno a un único tema, el sexo, y lo mejor del asunto, el buen alburero jamás mencionará directamente nada relacionado explícitamente con el acto sexual, más bien a través del uso de palabras connotadas, metáforas y metonimias, el hablante construirá una elocución divertida y ‘colorada’.
Otra vertiente interesante es el aspecto lúdico de este recurso, es decir, el albur adquiere no solamente una forma lingüística, sino que se convierte en competición y es donde las cosas se ponen más interesantes. Las definiciones concuerdan en que los albureros requieren de gran destreza mental y una buena agilidad lingüística y retórica. Armando Jiménez nos dicta las reglas del juego en su libro Picardía mexicana:
“El albur es en México un juego de palabras en el que se hace una competencia sexual en tono de broma entre los participantes, y gana el que deja callado, sin posibilidad de respuesta, a su interlocutor”. (Jiménez: 1960)
Dice Cabrera que el perdedor es verbalmente ‘violado’ por aquel que logró dejarlo sin palabras, en ese sentido, se da una especie de homosexualismo con un matiz especial, pues aquel que sale vencedor, sin necesidad del acto físico, ultrajó sexualmente a su rival vencido:
“Y esas palabras están teñidas de alusiones sexualmente agresivas; el perdidoso es poseído, violado, por el otro. Sobre él caen las burlas y escarnios de los espectadores. Así pues, el homosexualismo masculino es tolerado, a condición de que se trate de una violación del agente pasivo”. (Cabrera: 2012)
El machismo mexicano, entonces, está plenamente reflejado en su lenguaje popular y específicamente en el albur, se inferioriza al agente pasivo, ‘aquello que es penetrado’, ya sea hombre o mujer y se convierte en un objeto, un juguete sexual de manera simbólica. Dice al respecto Mejía Prieto:
“El lenguaje de los albures es alegórico, secreto y erizado de filos. En él la agresión es de carácter masculino, simbólico y sexual; y el elemento femenino se ve convertido, de manera también simbólica, en objeto pasivo de uso y abuso”. (1985: 11)
Así que perder en un duelo de albures es del todo deshonroso, el vencido, sin ofender, lo ha perdido todo.
Claramente, el supuesto conservadurismo del que habla Lope-Blanch en su artículo “La falsa imagen del español de América” queda absolutamente abatido con la bonita costumbre de alburear.
Existe también una descripción psicológica del albur, el tipo del lenguaje y la manera en que se estructura el pensamiento para acercarse, por supuesto, de forma teórica del albur:
“Pueden considerarse los albures como juego freudiano, dada su obsesión totalizante por el sexo. En efecto, no pocos críticos han objetado en las teorías de Freud su afán de hacer depender la totalidad de actos, hábitos y tendencias de motivaciones sexuales. De modo similar, el albur gira sobre una manía sexualizante que encuentra formas y funciones relativas al sexo en los objetos y acciones más variados y disímbolos”. (Mejía Prieto, 1985: 11)
Para el albur, una única motivación, una sola idea, un solo pensamiento: el sexo; un único objetivo: ultrajar al otro de manera verbalmente sexual.
En conclusión, el albur, es sin duda una parte fundamental del habla popular mexicana y sobre todo chilanga, incluso existe el albur sin intención, aquel de cuyo autor no se enteró y que sin embargo sus escuchas entendieron y en consecuencia rieron sin parar. Así de arraigado está el albur en la cultura mexicana. El uso de la retórica, la connotación y una ideología netamente nacional hacen del albur un producto 100% mexicano.
Bibliografía
Cabrera, Iván. “El albur, la esencia lingüística del mexicano”. Publimetro, 14 de septiembre de 2012.
El Colegio de México. Diccionario del Español de México, disponible en: http://dem.colmex.mx/ (consultado en octubre de 2013).
Jiménez, Armando (1960) Picardía mexicana. México: Diana.
Lope-Blanch, Juan M. (1986) “La falsa imagen del español de América” en El estudio
del español culto hablado: Historia de un proyecto. México: UNAM.
Mejía Prieto, Jorge (1985) Albures y refranes de México. México: Panorama.
Nota:
1 Cabrera, Iván. “El albur, la esencia lingüística del mexicano”. Publimetro, 14 de
septiembre de 2012.