No manches tu vida con una traición.
El Flanagan
No hay narcótico más fuerte que me haya abierto la percepción de la mente sobre los bajos mundos en los años 80 (1985-1987), que un programa televisivo que yo cachaba con el control remoto en aquel televisor Sony con acabados en madera de mis padres durante las noches de la Guerra del Golfo. La emisión se llamaba “¿Qué nos pasa?”, y desfilaban en sus capítulos, piernas como las de Silvia Pinal, Lilia Aragón, Magda Karina, Erika Buenfil (cuando molaba), las ‘Flans’ y hasta “La Tigresa” (Irma Serrano), expeliendo guiones suprarrealistas de un México que comenzaba a engendrar a los cárteles de la droga y el reventón de la pasta.
El programón era producido nada más y nada menos que por Alejandro Pohlenz, el mismo encargado –por aquellos años– de la producción de “Talpa” (1981), dirigida por Gastón Melo, adaptación del cuento de Juan Rulfo; y Gerardo Ramírez, quien escribiría el guión del documental “Rockdrigo, la ciudad del recuerdo” (2001).
“¿Qué nos pasa?” Fue un proyecto bien respaldado, escrito por Héctor Suárez, uno de los innovadores más prolíficos de la cultura y el humor popular mexicano (aunque algunos gags, se alejaban del entendimiento del pópulo).

Quizá el personaje más memorable de esa emisión –al menos para mí–, fue el Flanagan, Punk que retrataba la marginación social que sufrían bandas como “Los Sex Panchitos Punk”, “Los Nenes Punk”, “Los Punk Not Dead” y “Los Mierdas Punk”, tribus urbanas de aquella sociedad segmentada en grupos, con muy distintas posibilidades de desarrollo y acceso a oportunidades educativas, de empleo, culturales y de entretenimiento que llegaban a ser, en algunas ocasiones, diametralmente opuestas.
Don Héctor Suárez les dio voz mediática y una forma propia de identidad. Proyectó, a través de este personaje, el aislamiento y la desprotección en que se encontraban estos jóvenes, contrarrestados en el interior de un medio social hostil. “¿Qué nos pasa?”, en este sentido, fue un espacio de socialización –tal vez no alternativo– pero sí en continuidad con la contracultura mexicana. Creó nuevas conductas, algunas televisivamente ilícitas, que para muchos fue la única forma de acceder al submundo de los sectores populares; todo aderezado, al menos en este sketch, con la música de ‘The Exploited’.
El cómico mexicano Héctor Suárez, fallecido el pasado 2 de junio del presente año, regentó una carrera de casi cinco décadas celebrando al hombre común y satirizando a los ricos, corruptos y arrogantes.
Suárez popularizó con todos sus personajes (“El Negro Tomás”, “El Flanagan”, “El No Hay”, “Doña Soyla”, “Don Rigoletto”, “Yo quiero Rock”) comentarios sociales mordaces sobre la pobreza, la corrupción y los valores en decadencia en los años 70 y 80, mucho antes de que fuera popular o fácil hacerlo en Youtube, bajo gobiernos aún menos autoritarios.
Hizo historia, pasando de la comedia al drama, con la interpretación de aquél proletario desesperado y marginal en la película de 1981 “El Milusos”, y encendió a funcionarios públicos en diversas emisiones de televisión, que figuraron en la televisión mexicana desde 1962 (“Un hijo cayó del cielo”) hasta “Run Coyote Run” (2020). Sin miedo a comprometerse, su voz áspera y rasposa a menudo describía el lado más duro de la vida para los pobres de la gran Tenochtitlán, pero también podía modular perfectamente sus palabras para imitar los pronunciamientos vacíos de los políticos.
Nacido el 21 de octubre de 1938 en la Ciudad de México. Don Héctor Suárez tuvo una carrera como director, actor y dramaturgo. Dejando una estela de irreverencia a su paso. Fue como una roca, vino, lo rompió todo, y se fue; o si lo prefieren más torcido: como una gran eyaculación en la cara virgen de la clase pudiente mexicana, lo descargó TODO ahí.
Con su “ausencia”, frente a los eventuales actores políticos e ires y venires de la economía y el mass media, sólo nos aguarda una pregunta: ¿qué nos pasará?