Guillermina cuenta los días que le faltan para sus 15 años. Desde que tiene memoria se mira en un vestido rosa de olanes, rodeada de tres chambelanes y ahora el sueño está apunto de cumplirse.
El pueblo donde vive Guille, como le dicen, está en el sur de Jalisco. Se llama Concepción de Buenos Aires. Ahí, hay muchos árboles, perros callejeros, casas de adobe y hasta en primavera y verano hace frío por las noches. La gente es muy trabajadora. La señora Cheli hace quesos desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche con la leche que su marido Lupe ordeña en su establo desde las cuatro de la mañana; Beto trabaja el aguacate e Hilda hace rompope y vende miel y rajitas de naranja con una pócima secreta para dormir bien. Natalia estudia pedagogía y atiende una tienda de abarrotes y así todos por el estilo.
Guille vende chicles, hace mandados y en el tianguis de los martes despacha un puesto de verduras. La conocen todos, el tendero, el médico y el carnicero. También Ana, que se dedica a limpiar casas y con quien cada rato pelea a mentadas de madre antes de terminar tomando café de olla y pan intercambiando risas y abrazos.
Guille nació hace 36 años, su mamá es doña Teresa y su papá don Ramón, ambos rebasan los 75 años. Guille los atiende desde que tenía unos ocho años,, les lleva de comer lo que le dan en el DIF y le mandan los vecinos.
Muchas otras niñas envidian a Guille porque en las fiestas gana dinero sin vender un solo chicle, le pagan más por los mandados y le compran manojos de verdura. Cuando ha venido Pancho Barraza se ha tomado fotos con ella, los de la banda Maguey igual y hasta con Pepe Aguilar ha bailado.
Ese es el mundo de Guille. Aunque a veces ella cree que hay otros mundos y que cada pueblo tiene su propio sol. Una vez creyó que le habían robado el sol al pueblo porque duró mucho tiempo sin alumbrar. El cielo nublado y el silencio de los pájaros le daba mucha tristeza. Estaba tan inquieta que una noche quiso salir a la Manzanilla, una región por ahí cercana, para meter en un saco el sol que a ellos les correspondía. Otro día creyó que ella era un canario con su jaula tan grande que ahí cabían también sus amigos. Pero lo que más la impactó fue un día que miró sus manos: anchas, gordas, con los dedos mal hechos y las uñas carcomidas. Estalló en llanto hasta convulsionarse. Gracias a Ana en aquella ocasión la atendió el médico. Para que no le volviera a pasar eso, la niña del pueblo, como le dicen ahí, decidió nunca más mirar sus manos, por ello siempre las trae atrás y cuando entrega la mercancía fija una de sus ojos en cualquier otro lado mientras el otro baila a otros ritmos.
Guille tiene Síndrome de Down y una mentalidad de 14 años según su médico. Por eso es que, apunto de cumplir 36 años, ahora le ilusiona su vestido de olanes y bailar el vals con Víctor, un señor alto y con la sonrisa impresa en el rostro, que recién volvió a su tierra, Concepción de Buenos Aires, luego de trabajar en San José, California, más de treinta años.
Los vecinos están cooperando para el vestido pero la niña quiere que en su fiesta haya mariachis y tambora, por eso le entra duro al jale y, a veces, aunque sea a mentadas de madres, le exige a Ana más comida para Ramón y Teresa, a quienes no les alcanza para vivir con su pensión.
Lo importante es que Guille sabe que pronto llegará el día en que se ponga el vestido y el mundo sepa que, a los 36 años, está convertida en mujer y podrá casarse con Víctor.