Uno de las prácticas socorridas de nuestro intercambio público es difundir la sensación de que siempre hay una confabulación, algo detrás de un dicho, una imagen o un hecho, y ese “algo” debe ser desentrañado “por el bien del país” y para “denunciar a quienes participan de ese complot”. Decimos sensación porque este tipo de proclamas, que lo mismo se usan para el quehacer político que para el periodístico, no implican alguna elaboración intelectual que tenga el objetivo de enriquecer el debate, significan proclamas que exigen seguidores, vale decir, legiones que les crean y quienes automáticamente descalifican a los que no compartan sus creencias.
Pero además de esos actos rudimentarios que no se plantean tender vasos comunicantes, el discurso de la confabulación promueve la percepción de que el adversario, el enemigo de la causa o la mafia en el poder, como usted le quiera llamar a blanco de esa militancia, tiene el talento y la eficacia para proyectar y cristalizar grandes empresas que lo mismo abarcan la generación de un huracán mediático que la incidencia de la fortaleza de nuestra moneda en el mercado internacional. En el anverso de esa caricatura militante se halla la presunción de que el presidente de México carece de cultura y talento, se encuentra enfermo o tiene varios problemas conyugales. (Esto sin detallar en las ostensibles distorsiones informativas en las que se incurren para abrir paso a esa perspectiva militante).
Desde luego que no sostenemos que no existe la urdimbre intelectual y política que proyecta estrategias y objetivos, sólo anotamos que estos no existen en todo momento y circunstancia además de que son elaborados por seres implacables y perfectos. Para nosotros siempre será mejor y más provechoso documentar las insuficiencias, que son muchas, en las que incurren los actores políticos que detentan el poder y, desde luego, sus opositores.