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Samantha Flores tiene 84 años, es transexual y cuando mira a la cámara se transforma en una diva. Se desenvuelve con soltura, consciente de que tras el objetivo muchos la admiran. Este estatus lo ha conquistado a base de pelea, de mantener un pulso con la realidad más cruda. Una activista por los derechos de los enfermos de VIH, a la que vuelve a llegarle el reconocimiento. Desde su humilde y viejo apartamento celebra incrédula el éxito de su última batalla: construir un albergue para ancianos LGBT en la Ciudad de México.


"Los heterosexuales de la tercera edad están olvidados, abandonados, arrinconados y segregados. Pero los adultos mayores LGBT somos invisibles. Nadie sabe que existimos. Queremos satisfacer la necesidad más primaria: acabar con la soledad y poder reunirnos como una gran familia", cuenta Samantha, que recibió un homenaje en Madrid en los actos del pasado Orgullo Gay.


80 años de fuerza, titulaba la revista Out Magazine un perfil sobre Samantha, que ha aprovechado para reunir 400.000 pesos (cerca de 22.000 dólares) a través de crowdfunding. Con el dinero abrirá un centro de día LGBT que, con el paso del tiempo, espera poder convertir en un albergue. Es su lucha por los derechos de una comunidad que el imaginario colectivo asocia con juventud y fiesta pero que, cuando llega a la tercera edad, "vuelve a meterse al clóset para poder seguir en la sociedad". "No estamos casados, ni tenemos hijos, ni familia. Estamos solos. Necesitamos formar un grupo de gente de la tercera edad para cubrir nuestras necesidades de afecto", relata.


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