Hay dos industrias que llamas a sus clientes usuarios: la de las drogas y la del software. De este gancho parte El dilema de las redes sociales (dirigido por el cineasta estadounidense Jeff Orlowsky), el docudrama del que todo el mundo habla, que se presentó en el Festival Sundance el pasado mes de febrero y que acaba de llegar al catálogo de Netflix. El momento para estrenarlo no podría ser más apropiado: la covid-19 nos ha dejado, entre muchas otras cosas, enganchados a las redes sociales.
Aunque no existen datos oficiales sobre el número de nuevos adictos, los psicólogos coinciden en ello: “Sin duda, esta pandemia nos ha virtualizado, sin más remedio hemos tenido que aprender a relacionarnos, adaptarnos al trabajo, a las clases online, a las consultas médicas a distancia…WhatsApp, Instagram, TikTok o Twitter se han convertido en una prolongación de nuestra vida real: es el modo inevitable de relacionarnos”, confirma Ana Belén Medialdea, psicóloga sanitaria especialista breve estratégica y usuaria de las redes sociales, donde tiene más de 23 000 seguidores solo en Instagram.
¿Pero cómo algo tan positivo como la conexión con los demás puede volverse en nuestra contra? La respuesta es la siguiente: las redes sociales están diseñadas para jugar con nuestra vulnerabilidad (como cuenta la película, asó hacen dinero) y nos enganchan porque todas ellas atienden las necesidades básicas del ser humano, cubrir el sentimiento de pertenencia (como explican los psicólogos)
El problema llegó con una de las genialidades de estas redes: la creación del botón me gusta en Facebook (que después se extendió a las demás redes), un clic que conecta directamente con el sistema de gratificación de nuestro cerebro. Igual que cualquier sustancia adictiva. “El feedback positivo genera que en nuestro cerebro se liberen endorfinas – esas sustancias químicas encargadas de producir nuestro bienestar-, por lo cual, asociamos el esfuerzo positivo con las sensaciones agradables que sentimos al recibir ese estímulo, que a su vez, se vuelve adictivo”, añade Medialdea. Lo primero que aparece, entonces, es un desencanto. Esto es algo que también tienen en común los dos perfiles de usuarios que abren este artículo.
Nos puede pillar por sorpresa que un año como 2020 haya acelerado las consecuencias negativas de este enganche, de hecho ya hay estudios que relacionan el uso frecuente de las redes sociales durante la pandemia y una mayor prevalencia de problemas de salud mental. Según el Instituto Superior de Estudios Psicológicos, una adicción tecnológica (también llamada “adicción sin droga) golpea especialmente a los adolescentes que cuando abusan de las redes sociales experimentan un síndrome de abstinencia, malestar emocional, disforia, insomnio, irritabilidad e inquietud. Esto no es exclusivo de los más jóvenes; en adultos también provoca alejamiento de la vida real, induce ansiedad, afecta a la autoestima y hace perder la capacidad de autocontrol como explica este artículo de El País.
Instagram y Twitter, mina para insatisfechos e inseguros
El gancho es directo: “Las redes sociales pueden ser adictivas porque contienen varios elementos que nos atraen muchísimo: lo primero, acceso a información personal de otras personas a las que conocemos, admiramos o de las que nos han hablado. Somos curiosos por naturaleza y eso nos despierta la curiosidad. También proporciona acceso a información que necesitamos, contacto inmediato con otras personas y un entretenimiento que cambia constantemente”, opina Silvia Congost, psicóloga experta en dependencia emocional y autoestima, que además da sus consejos desde su perfil en Instagram, donde aglutina a 126 000 seguidores.
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