“No tomar partido”, como comentó el presidente Andrés Manuel López Obrador en el caso del ataque terrorista contra Israel, ha sido un instrumento retórico que ha utilizado al contentillo en diversos casos en su política internacional. Ha medido de diversas y contradictorias formas su entendimiento de la “no intervención” y la “autodeterminación de los pueblos.
Tal vez donde mejor se deja ver la diferencia y muy oportunista aplicación de su política exterior en el caso de asaltos a la democracia se puede observar en la forma en que el tabasqueño trató los ataques a la democracia que huboe en Estados Unidos y Brasil en 2021 y 2023, respectivamente.
En el caso del asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, perpetrado por los seguidores de Donald Trump (quien ha presumido su buena relación con López Obrador, lo que esta ha compartido), pese a la gravedad del asunto, se abstuvo de condenar lo ocurrido y, si acaso, lamentó la muerte de algunas personas por la violencia de los trumpistas.
Entonces, se fue por las típicas generalidades: “Deseamos que siempre haya paz, que prevalezca la democracia, que es el poder del pueblo”, dijo el tabasqueño, quien resistió hasta donde pudo felicitar a Joe Biden por su triunfo electoral, muy probablemente por su simpatía con la argucia de Trump: que había habido fraude electoral, una falacia muy del gusto de López Obrador.
Para cuando ya se había dado a conocer que al menos cuatro personas habían muerto por el asalto al Capitolio, el presidente lamentó que se pierdan vidas humanas, pero no condenó los hechos propiciados por Trump.
Entonces dijo que actuaba con respeto a la política interna de otros países porque así lo establece la Constitución, y que correspondía a los estadounidenses resolver el asunto.
“Por lo demás, no tomamos postura”, dijo con toda claridad López Obrador para evadir una posición clara frente a la violencia y el ataque a la democracia en Estados Unidos.
Una posición muy diferente fue la que expuso López Obrador dos años después con una acción similar, mutatis mutandis, emprendida por los seguidores de Jair Bolsonaro contra el gobierno de Lula, presidente de Brasil.
El 8 de enero miles de seguidores de Bolsonaro invadieron oficinas de los tres poderes en Brasilia, las que tomaron hasta que fueron desalojados por las fuerzas de seguridad. Una de las principales argucias para esa acción fue que su candidato había sido víctima de “fraude electoral”.
Entonces el tabasqueño olvidó lo que dice que establece la Constitución y no le dejó sólo al pueblo brasileño la tarea de resolver la situación. Al día siguiente del ataque de los bolsonaristas, López Obrador dijo que, al igual que importantes mandatarios, también manifestó su “rechazo a la actitud irresponsable, antidemocrática en Brasil y a favor del presidente Lula. Esa es nuestra postura y coincidimos en esto”.
Y, a diferencia de otras ocasiones, sí tomó partido al decir que continuaría apoyando al presidente Lula y que defendería la democracia. En un tuit se pudo observar su posición nada neutral: “Reprobable y antidemocrático el intento golpista de los conservadores de Brasil azuzados por la cúpula del poder oligárquico, sus voceros y fanáticos. Lula no está solo, cuenta con el apoyo de las fuerzas progresistas de su país, de México, del continente americano y del mundo”.
Perú, Nicaragua y Bolivia
Otros casos que muestran la política exterior convenenciera de López Obrador son los de su condena a la destitución de Pedro Castillo en Perú, su indolente posición frente a Daniel Ortega en Nicaragua y el respaldo a Evo Morales en Bolivia.
El 7 de diciembre de 2022 el presidente de Perú, Pedro Castillo, tras pretender disolver el Congreso, fue destituido por este por “incapacidad moral”, y Dina Boluarte fue nombrada como su sucesora, entre acusaciones mutuas de golpe de Estado. Castillo fue apresado.
En esa ocasión, sin dudarlo mucho y sin esperar a que el propio pueblo peruano resolviera el asunto, López Obrador tomó partido muy pronto y sin dudarlo: en un tuit publicado el propio día de los hechos, aunque recordó la no intervención y la autodeterminación de los pueblos, se alineó con Castillo.
Lamentó y culpó sin miramientos al decir que “por intereses de las élites económicas y políticas desde el comienzo de la presidencia legítima de Pedro Castillo, se haya mantenido un ambiente de confrontación y hostilidad en su contra hasta llevarlo a tomar decisiones que le han servido a sus adversarios para consumar su destitución con el sui géneris precepto de ‘incapacidad moral’. Ojalá se respeten los derechos humanos y haya estabilidad democrática en beneficio del pueblo”.
Después, López Obrador ha mantenido un duelo de dimes y diretes con el gobierno peruano, al que hasta se negó a entregar la presidencia de la Alianza del Pacífico, mientras que el Congreso de Perú (que, hasta donde se sabe, también fue electo democráticamente por el pueblo peruano) declaró al tabasqueño “persona non grata”.
Su postura frente a Boluarte le acarreó al López Obrador que varios exmandatarios agrupados en la Iniciativa Democrática de España y las Américas le reclamaran que abandonara su principio de no intervención en el caso de Perú, mientras que calla ante las violaciones de derechos humanos cometidas por el dictador nicaragüense Daniel Ortega y Rosario Murillo, su esposa.
Y es que, pese a la represión, al autoritarismo y a los evidentes abusos de Ortega, López Obrador se ha cuidado mucho de condenar su gobierno. Si acaso, ha llegado a ofrecer asilo, atención médica y hasta nacionalidad a los perseguidos por el dictador, a cuya más reciente toma de posesión, en enero de 2022, envió un representante. Ello ocurrió después de que la Secretaría de Relaciones Exteriores había informado que no lo habría.
En noviembre de 2019 hubo una serie de protestas en Bolivia debido a lo que sectores sociales denunciaron como un fraude electoral a favor de Evo Morales, que había buscado su cuarto mandato. En un primer momento los manifestantes pedían una segunda vuelta electoral, pero después, con la radicalización de los enfrentamientos en las calles, exigieron la renuncia de Morales.
Ante el agravamiento del conflicto, Morales ofreció la segunda vuelta, pero ya era muy tarde: a la inconformidad se sumaron la Policía y las Fuerzas Armadas. Ante ese panorama político, incentivado el conflicto por su necedad de mantenerse en el poder, Morales tuvo que renunciar a su cargo y abandonar su país.
Y allí intervino López Obrador para rescatar a Morales de una parte de su propio pueblo. Dijo que se trató de un acto humanitario, y, pese a la no intervención y a la autodeterminación de los pueblos, tomó partido, asumió el discurso del asilado y calificó lo ocurrido: se había tratado de un golpe de Estado.
Pese a que la conducta de Morales contribuyó decisivamente a agravar la crisis política boliviana (ir por su tercera reelección pese a que la Constitución de su país establecía un límite de dos, además de sus torpes respuestas a las demandas electorales de las protestas), López Obrador le hizo un reconocimiento “porque prefirió renunciar a exponer la vida de sus conciudadanos. Eso es muy importante”. Para entonces la violencia ya había ocurrido.
Todavía López Obrador llamó a la Organización de los Estados Americanos a que convocara a una reunión para que fijara una postura. Antes, la misión de esa institución desplegada en las elecciones de Bolivia había pedido que hubiera segunda vuelta, y en un informe posterior dijo que en ellas hubo una “manipulación dolosa”, y que las acciones irregulares deliberadas hacían imposible validar los resultados que daban como ganador a Morales.
Ya después López Obrador y su gobierno entraron en franco enfrentamiento con la OEA. Pero entonces tomó partido, como lo ha hecho cada vez que lo conviene.
Cuba y Rusia
El 11 de julio de 2021 hubo manifestaciones en Cuba contra el gobierno, que alcanzó dimensiones muy pocas veces vistas desde el triunfo de la revolución, las que fueron reprimidas por el régimen y hasta la fecha muchos de sus promotores permanecen encarcelados.
Un día después López Obrador recordó los principios de no intervención y autodeterminación de los pueblos, pero manifestó una indudable postura favorable a la dictadura cubana.
Destacó que Cuba “es un país libre, independiente y soberano” (al parecer, en un arranque de sinceridad el tabasqueño se ahorró “democrático”), dijo que no debía haber intervencionismo y que no se decía usar la salud “con fines políticos”, a lo que redujo el problema, por lo que no debía haber “nada de politización” (él, que tan orgulloso está de la politización del pueblo mexicano).
Criticó, por supuesto, la cobertura que los medios hacían de las protestas, la que consideró promovida por quienes no están de acuerdo con el gobierno de Cuba, pero que “nosotros vamos a estar pendientes y dispuestos a ayudar al pueblo hermano de Cuba”. Y ofreció medicamentos y alimentos (los que el régimen cubano no ha podido asegurar a su población), además de pedir el fin del “bloqueo” a la isla.
López Obrador llamó a que no intervinieran gobiernos o “grupos de intereses creados”, y para ejemplificar el intervencionismo que según él había en ese momento, usó un breve tuit de… Article 19 México. En su mensaje, además del error de usar una fotografía equivocada de otro país, esa organización exigía al gobierno cubano el respeto a los derechos humanos.
Así, queda acreditada la toma de partido de López Obrador, en este caso por la dictadura cubana. Esa alianza ha quedado demostrada en el intercambio de altas condecoraciones que ha tenido con Miguel Díaz-Canel, así como que a este se la haya permitido emitir un discurso en plenas fiestas patrias de México en 2021.
En septiembre de 2022, a casi siete meses de iniciada la invasión rusa de Ucrania, López Obrador propuso un plan de paz en el que planteaba cese de hostilidades por cinco años en todo el mundo. Llena de supuestas buenas intenciones, su idea implicaba que en esa paralización de conflictos bélicos Rusia mantuviera los territorios que había invadido. Prácticamente de inmediato, al neutral y bienintencionado tabasqueño le respondió de manera contundente un importante asesor de Vladimir Zelenski: “@lopezobrador_, ¿su plan es mantener a millones bajo ocupación, aumentar el número de entierros masivos y dar tiempo a Rusia para renovar las reservas antes de la próxima ofensiva? Entonces su ‘plan’ es un plan ruso”.
Por supuesto, el plan de López Obrador terminó en ningún lado y sólo sirvió para que sus propagandistas hicieran polítiquería interior, que es lo que a él le interesa.