En la semana se hizo visible la que será probablemente la batalla estratégica de los años que vienen: la batalla por la forma del federalismo mexicano.
El plan centralizador del próximo gobierno es algo más que un poco o un mucho jalar las riendas. Es un rediseño que, de cumplirse a la letra, cambiará la República federal vigente en una centralista. Más precisamente: el país pasará de tener una arquitectura institucional de diseño y espíritu federalista a una de instituciones y espíritu centralista.
Este cambio mayúsculo tiene dos piezas convergentes: la figura ya legislada de delegados federales únicos en los estados y la figura, por legislar, de la Guardia Nacional con mando único militar, que no incluye a las policías estatales y municipales.
En un país donde, por un pacto fiscal vigente desde 1978, la Federación recauda y entrega a los estados tanto como 85 por ciento en promedio de sus recursos, un delegado federal único, encargado de vigilar y representar la inversión federal en los estados, puede erigirse en un poderoso gobernador de facto o al menos en un poderoso rival político del gobernador en funciones.
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