Durante el cierre de una gira por Guatemala en 2009, el entonces presidente mexicano Felipe Calderón confesó que él y su esposa eran admiradores del cantautor Ricardo Arjona. Lo malo fue que para demostrarlo citó un fragmento de un poema que realmente pertenecía al uruguayo Mario Benedetti.
Cuando leí la noticia de la equivocación me pareció lógica y me atreví a decirles a algunos de mis colegas periodistas que entre ambos autores no había mayores diferencias, pues los dos hacían letras simplonas, complacientes, tontas y sobre todo profundamente malas.
Como la rabia se apoderó de los ojos de mis compañeros, decidí no completar mi opinión y no les dije que, viéndolo bien, algunas líneas del guatemalteco estaban mejor logradas que varios de los poemas del uruguayo. No lo hice porque me di cuenta de que hablar bien de Arjona en círculos de clase media profesional y capacitada es tan peligroso como hablar mal de Benedetti.
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