Confieso que en mi juventud fui admirador incondicional de la revolución cubana. Alumno de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, vibraba al ritmo de “Fidel, Fidel, ¿Qué tiene Fidel que los americanos no pueden con él?”.
Cantaba esa canción con el fervor que teníamos los que identificábamos la triunfante revolución con la derrota del “imperialismo yanqui”. Era la década de los setenta, de las dictaduras latinoamericanas, el Watergate que tumbó a Richard Nixon; el asesinato de Allende en Chile. Mi niñez y adolescencia la había alternado en el Instituto Potosino, en San Luis, y el Colegio México, en la CDMX. Ambos de los hermanos maristas. El eslogan en mi entorno era “cristianismo sí, comunismo no”.
Una parte de la prepa la hice en el Tec de Monterrey —de donde me corrieron— y otra en el Instituto Belisario Domínguez de San Luis Potosí. Llegué a la universidad en 1974 y mis valores cambiaron radicalmente. En SLP me decían “rojillo”. Algunos en la familia me miraban hasta con desconfianza.
***
Desde niño supe que algo gordo pasaba en la isla. El episodio de Playa Girón —un intento de invasión a la isla por exiliados cubanos— tensó al límite las relaciones de Cuba con Estados Unidos, que apoyó la expedición.
Fidel desbarató la invasión en 72 horas y se acogió al manto de la URSS. Fidel y Nikita Kruschev acordaron instalar misiles nucleares en la isla. Washington endureció su postura. Amagó con el uso de la fuerza. La Guerra Fría se había calentado. Amenazaba con transformarse en una guerra nuclear. El mundo estaba asustado. Los niños también lo estábamos.
Recuerdo a mi papá —a quien perdí cuando tenía 11 años— pegado a la radio de “onda corta” para enterarse de la llamada “crisis de los misiles” que ponía frente a frente a Washington y Moscú. Al final, Kruschev retiró los misiles. “¡Nikita, mariquita, lo que se da no se quita!”, coreaban los cubanos por esa decisión del líder soviético que, por fortuna, exorcizó el peligro de la Tercera Guerra Mundial.
***
Mucha agua ha corrido bajo el puente desde entonces. He visitado tres veces Cuba. Una como periodista. Tuve la oportunidad de escuchar a Fidel en una interparlamentaria México-Cuba en La Habana. Cierto que nos adelantan en educación y medicina, pero no hay libertades ni oposición legal, mucho menos libertad de expresión. Cero expectativas. El pasado domingo, 59 años después de la crisis de los misiles, miles de cubanos tomaron las calles al grito de “¡libertad! ¡libertad!
No sólo quieren moverse libremente después de seis décadas de Estado policiaco, sino que están hartos de los cortes de luz, la escasez de alimentos, el manejo de la crisis de coronavirus. La combinación de esos elementos —y la ausencia de la figura de un comandante— dio como resultado que vencieran el miedo.
***
Entre mis mejores amigos está Rubén Cortés, un brillante periodista cubano-mexicano. Pocos como él para explicar lo que ocurre en su país.
Queríamos su opinión sobre las inusuales escenas de cubanos que salen a las calles a protestar a lo largo de la isla, controlada por el régimen comunista desde hace 62 años.
–¿Qué sigue? ¿Represión? —preguntamos.
–Lo que sigue es la represión al viejo estilo. Casa por casa, avisando que quien se mueva va preso. Pero puede seguir que la gente haya perdido el miedo y salga cada vez más a la calle en pequeños focos que serán, allí sí, reprimidos, como pidió el presidente (Miguel Díaz-Canel) de manera oficial.
“Se trata de un líder impuesto, sin respeto, que no llegó al poder por la vía de las armas, como Fidel y Raúl. Se le puede ir de las manos el conflicto y producirse un enfrentamiento desordenado entre civiles”.
“Estados Unidos tiene igual un diferendo interno, porque hay 2 millones y medio de cubanos en Miami, esos sí, muy organizados, que pueden empezar a moverse por su cuenta y desestabilizar el sur de la Florida. Pueden intentar ir en barcos a buscar familiares y provocar otra estampida de cubanos huyendo de un país desestabilizado. Los cubanos pueden llegar a ( Florida) en cualquier cosa que flote. El gobierno cubano podría jugar su vieja carta de abrir las costas y poner la pelota en la cancha de Estados Unidos: que se vaya el que quiera…”.
Ver más en Excélsior