Siendo presidente electo López Obrador le planteó a los gobernadores, en la Conago, que les pedía que lo acompañaran a todos los actos públicos en los que él participara en sus estados.
No pusieron buena cara. Permeó la idea de que no les iba ir nada bien junto al Presidente. Decían que les iban a silbar y que al final sólo el Presidente nos “salvaría de la quema”.
Varios gobernadores le hicieron ver a la gente cercana a López Obrador que no iban a ser escenarios nada favorables para ellos debido, entre otras cosas, a la gran popularidad del Presidente y a los ánimos y reacciones que provocó entre la gente el resultado de la elección.
Las cosas no cambiaron y se quedaron como originalmente las había planteado el entonces presidente electo. Todo lo que hemos visto en estos tres meses en al menos 17 estados del país era algo previsible. Por más que ahora el Presidente diga que “lo que sí está mal es que piensen que yo promuevo eso, eso sí está mal”, es evidente que bajo las actuales circunstancias en el país era previsible que lo que está pasando sucediera.
El Presidente no necesariamente lo provoca pero tomando como base su amplia experiencia en la acción política, resulta difícil que no haya visualizado, o que se le pasara de largo, lo que puede suceder, es un hombre que percibe bien y es un buen lector de escenarios presentes y futuros.
Lo que ha hecho el Presidente en este tipo de actos es dejar pasar un poco el tiempo hasta que decide entrar en acción para frenar los impulsos de sus furibundos seguidores. Está claro que la gente si a alguien quiere ver y escuchar es al Presidente y no a los gobernadores.
A éstos no les queda de otra que estar, esperar y ampararse en López Obrador, quien de alguna forma es quien determina el tiempo de duración de la rechifla y la silbatina. Lo vivido por el gobernador de Colima muestra la dinámica que se ha ido estableciendo en los actos públicos del Presidente. Los gobernadores van, en un buen número de casos, a su propia quema, en su propio estado y ante su propia gente.
Independientemente de todo lo que se especule, está claro que lo que está pasando no recae sólo en el Presidente. Él sabe hasta dónde alargar la liga para luego atemperar las cosas, pero de manera paralela habrá que identificar que esto es solamente uno de los elementos de varios que confluyen en lo que pasa.
En un buen número de casos los gobernadores se han ganado el abucheo y la rechifla. Lo que pasa es que quizá no se veía porque tenían el control de los escenarios, con López Obrador presente todo cambia porque no hay forma de controlar a la gente en los actos.
Los ciudadanos en la mayoría de los estados llegan con enorme antelación para ver a “su” Presidente. Ellos son los que aplauden, chiflan y abuchean, en muchos casos de la mano de la línea que les dictan los dirigentes locales de Morena.
La llegada de López Obrador ha puesto en la mesa muchos más temas de los que originalmente se pensaba. El encono, el cual a veces llega a pasar por un sentido de venganza social, prevalece en el país, lo sabe el Presidente y también los gobernadores y en general la clase política.
Se juntan una infinidad de escenarios producto de las muchas dolencias y adversidades que ha acumulado el país a lo largo de décadas. Todo ha adquirido otra dimensión desde el triunfo de López Obrador; para buena parte de la sociedad estamos entre la esperanza y sin olvidar lo que se hizo durante años, sobre todo en el pasado sexenio.
Los gobernadores son una de las partes más visibles de la representación de ese pasado. El Presidente lo sabe, tiene claro que hay enojo contra ellos y que él es lo nuevo y diferente.
Esto va a durar un rato más, está en el Presidente buena parte del asunto.
RESQUICIOS.
Los ánimos en favor del gobierno no ceden. Poco han importado lo que presentan las calificadoras sobre el país. No hay acuse de recibo todavía, es difícil que no lo haya tarde que temprano.
Este artículo fue publicado en La Razón el 7 de marzo de 2019, agradecemos a Javier Solórzano su autorización para publicarlo en nuestra página.