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Ayer miércoles, luego del anuncio del gobierno federal de que se harían llegar los recursos necesarios a las estaciones del IMER para que no se despidieran trabajadores ni se cancelaran programas, dichas estaciones mostraron su agradecimiento al presidente Andrés Manuel López Obrador, a la SEP, a la SHCP, al director del Sistema Público de Radiodifusión, Jenaro Villamil, y al vocero de la presidencia, Jesús Ramírez Cuevas.

La directora del IMER, Aleida Calleja, y las diferentes estaciones del grupo publicaron en Twitter que gracias al “apoyo” de dichos funcionarios y dependencias, el IMER cuenta ya “con suficiencia presupuestaria”.

Leer esos agradecimientos me llenó de tristeza. Equivale a una humillación que, estoy cierta, Aleida juzgó necesaria para no dejar morir al IMER. No la culpo. Estaba en una posición imposible y su resistencia la dignifica. Pero al presidente, eso es otro asunto.

No se debiera agradecer el “apoyo” a quien, forzado por la evidencia de la injusticia, cumple su responsabilidad, con su obligación y luego se finge benefactor. No se debiera agradecer el “apoyo” de quien hizo lo posible por ahorcar a la radio del Estado con la dañina política del ahorro a toda costa. No se debe llevar a ningún medio público a ese lugar.

Presidente: qué vergüenza por usted. ¿Fue una manera de indicar “aquí mando yo”? Me inclino a pensar que sí.

Lo que hicieron el presidente y sus funcionarios no es una amable atención, no es un favor, no es una gracia. Es apenas la (miserable) corrección de un error o de un intencionado daño del cual el presidente no estaba enterado (según él) hasta ayer por la mañana.

“No lo sabía”, dijo el morenista, luego de meses en que la directora del IMER, Aleida Calleja, estuvo haciendo declaraciones en diversos medios hablando de la crisis que se avecinaba.

Tuvo que anunciarse el cierre de estaciones, el despido de trabajadores y lanzarse el hashtag #IMER_SOS para que el tema cobrara relevancia. Tuvo que cuestionarse al señor López Obrador en su conferencia mañanera para que, perplejo, prometiera “revisar” el asunto.

Me enfurece y me duele que se haya orillado a tantos profesionales de la radio a armar un escándalo, cuando como medios públicos deben contar sí o sí, con un presupuesto suficiente, sin necesidad de andar lanzando SOS.

Como si de una audiencia imperial se tratara, en las mañaneras el señor presidente se entera de las cosas y decide si un problema le merece cuidado y atención. O no. El IMER tuvo suerte. No han sido pocos los problemas que AMLO ha desdeñado, con su sonrisa de socarrona suficiencia.

Es atroz que, con todo descaro, se evidencie que en esta “Cuarta Transformación” el poder se ejerce de manera personal y no institucional. Que hemos vuelto a los tiempos, no del presidencialismo rancio, sino a los del Tlatoani, el que juega con la incertidumbre de cuándo o cómo dispensará su gracia a sus anhelantes súbditos.

Que el IMER se haya salvado (no sabemos por cuánto tiempo) es de celebrarse. La manera en que se logró no lo es. Es clarísima muestra de que en este gobierno los canales institucionales están derruidos. Como tantas cosas ya, y en apenas seis meses.

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