Uno de los dignos herederos contemporáneos de la tradición ibargüengoitiana, el cáustico jefe Julio Patán, ha identificado con tino en semanas recientes algunas muletillas dogmáticas del oficialismo: esas trampas retóricas que no cumplen otra función que la autocomplacencia para el emisor y el chantaje para el receptor. Dos son de saque: “no entienden que no entienden”, una forma de excluir de la revelación divina a los opositores profanos; y “es clasismo, es racismo”, la vieja confiable para blindar a las delfinas y demás criminales del régimen disfrazándolas de Pueblo.
Las muletillas son efectivas porque atrapan incautos, aunque su penitencia nunca satisfaga al juez. Esas “deudas históricas” que el régimen nos carga por supuesto son impagables: de eso se trata, de pedir perdón para siempre. De ahí que los moneros del politburó siempre anden exigiéndole –como Beatriz a España– disculpas a su progenitor, el PRI. Pero no pocos peces, autoproclamados opositores que no son tan lejanos ideológicamente al régimen, muerden el anzuelo, compran el boleto, hacen el juego y se flagelan en la plaza pública.
Su mea culpa se expresa en la muletilla “Nos toca escuchar”. Escuchar el reventar del tsunami electoral del 2018 y atender la verdadera voluntad del Pueblo. Como dijo en su momento el Secretario de Justicia Zaldívar, dándonos cuenta de su sensibilidad política tan apropiada para un juez constitucional: “Hay que escuchar el mandato en las urnas”. La muletilla tiene sus derivaciones. A “Nos toca escuchar” le sigue “Aprender de nuestros errores” y “Revisar nuestros privilegios”. ¡Oh!
Además de caer en la trampa urdida por el propio régimen, el mea culpa es una tontería estratégica, lógica y política porque automáticamente concede la razón a las falacias reaccionarias que le dan cheque en blanco a la destrucción: que lo que estamos viendo es culpa no del destructor sino de sus predecesores. Háganme el favor: “El liberalismo falló, tengan ahora”. Como si los demagogos autoritarios no tuvieran su propia agenda desde mucho antes de que existiera el liberalismo; como si el cuentito de Andrés Manuel no fuera idéntico al de Cleón de Atenas hace 2,500 años. Es más, como si el proyecto obradorista no estuviera en marcha desde antes del neoliberalismo mexicano y la transición a la democracia.
Vaya que se cometieron errores, algunos tal vez alimentaron el desagüe. Habrá que reflexionar, pero a nuestros ritmos y bajo nuestros propios términos. La reflexión y la autocrítica no deben hacerse para que nos perdonen los nuevos Torquemada, sino para encontrar el camino que nos permita vencerlos de nuevo. Los que deberían hacer contrición son los enemigos de la modernización de México, esos que luego pasan a héroes en las estampitas.