El contrapeso legislativo en el que tanto insistimos algunos —contra los puristas de libro— ya comenzó a dar frutos, incluso antes de iniciada la nueva legislatura. El presidente ya es a todas luces un pato cojo (lame duck) sin la tribuna a su servicio. La primera señal fue el doble fracaso en la Comisión Permanente para aprobar un periodo extraordinario en el que se discutiera la ley reglamentaria para la revocación de mandato. Ni los más hábiles operadores del régimen pudieron cumplirle el capricho al presidente, que quiere torcer la Constitución y la naturaleza del ejercicio para que la pregunta a los mexicanos no sea de revocación sino de continuidad, sirviéndole de una suerte de inyección de popularidad que le caería como Bonafina en el desierto.
La segunda señal es el apalancamiento que los senadores de oposición encuentran en la nueva Cámara de Diputados y viceversa. La Comisión Permanente está compuesta de senadores y diputados. Si bien el Senado no se renovó en las elecciones pasadas, los senadores de oposición que importan —como Dante Delgado, el fiel de la balanza al final— votaron en contra del presidente. Por eso, entre otras razones, era tan importante obtener un dique legislativo en las pasadas elecciones: porque presta firmeza a toda la oposición bicameral, e incluso a los otros poderes del Estado. Así también se podría leer el rechazo tardío del Ministro Presidente Zaldívar para una extensión de su mandato.
De esta manera iniciará, pues, la nueva Cámara de Diputados, corazón de la oposición. El régimen no tendrá mayoría calificada (dos terceras partes), requerida para cualquier reforma constitucional. Para construirla necesitaría a todo el Partido del Trabajo, a todo el Verde y, además, a una mezcla de 56 diputados de la oposición. Aunque muchos son vulnerables a extorsión por sus secretos en el armario, se antoja improbable precisamente por el apalancamiento mencionado: el poder de la oposición reside en la unión. Las fracturas en este momento no tienen ningún sentido. ¿Para qué volver a empoderar a un presidente al que finalmente debilitaron y que va de salida?
La espada de doble filo está, sin embargo, en la mayoría absoluta (la mitad más uno), que permite control del presupuesto y de las leyes secundarias. El régimen tampoco cuenta con ella y necesita una combinación de 53 diputados del PT y el Verde. Es buena señal, en parte, porque esos partidos también jugarán al apalancamiento: conforme el presidente pierda poder a medida que se acerca el 2024, le cobrarán cada vez más caro su amor, moviendo sus fichas al poder emergente. Pero también es mala señal porque, al ser comodines, harán exactamente lo mismo con la oposición: se venderán tan caro como puedan. De ese estira y afloja saldrán hipertróficos de lana y prerrogativas a costa del interés público y las necesidades más apremiantes.
Nada de esto, empero, significa que podemos descansar. Si algo activa los resortes autoritarios del presidente, según su biografía política, son los límites institucionales. Podemos esperar, entonces, una buena dosis de destrucción, berrinches, golpes de mesa y manotazos. La diferencia es que ya no será dentro del consenso, lo cual a la larga y dependiendo de cuánto se aferre, sólo puede abonar a su incipiente ignominia.