La décima quinta edición del Festival Internacional de Cine de la UNAM (FICUNAM) tuvo lugar del jueves 29 de mayo al domingo 8 de junio de 2025. En esta ocasión uno de sus ciclos estuvo dedicado a Hou Hsiao-hsien (1947, nacido en China y educado en Taiwán) quien hoy padece demencia y está retirado de la dirección cinematográfica. Se proyectaron nueve de sus largometrajes. Una característica de su trabajo es la versatilidad, pues realizó filmes claramente distintos entre sí. Uno de ellos —el decimocuarto en una obra que cuenta con 18 cintas y tres cortometrajes— está entre lo más distinguido de su filmografía: Mambo del milenio (2001).

La película fue filmada en un presente, el 2001, que para la narradora que cuenta la historia es el pasado de 10 años antes. Ella dice lo que uno ve, una música recurre y recorre el filme: meramente un fragmento en la vida de una joven cualquiera —por más guapa que sea (“Vicky” interpretada por Shu Qi)— con todo y las pequeñas precariedades de la vida juvenil, algunos pleitos de bar y pareja, droga recreativa más allá del alcohol y de nuevo ella, quien sin problema evidente toma un trabajo en un bar de bailarinas; todo en Taipéi, capital de la República de China, nombre oficial del archipiélago de Taiwán. No falta en el relato el novio caliente ante la hembra desinteresada, la violencia masculina —hecha de empujones, jalones y gritos— que lejos de quebrar, cimienta la relación a través de acciones como evitar que ella haga un examen para graduarse del bachillerato, con el consiguiente riesgo de que Vicky continuara con su vida, alejándose de él. Además, por supuesto, de la típica escena de sospecha y recriminación: su novio revisa las cosas de Vicky y en el pleito él reclama por qué hizo una llamada quizá a escondidas, reivindica el derecho a revisar las cosas de su novia porque le da la gana. Y tampoco falta la vida después de esa relación, con potenciales nuevos amores y la memoria de lo que, puede —a pesar de estar atado a cierta época— continuar siendo presente.

La oscuridad, con frecuencia gratuita, abunda en Mambo del milenio, para el ejercicio del virtuosismo fotográfico. Incluso, si uno ve las escenas cuadro por cuadro, encuentra series de clichés propios de miradas adocenadas, integradas o parte del alud de imágenes de cualquier día. En esas circunstancias, con frecuencia es el rostro y la sensualidad de Shu Qi lo que parece salvar las escenas, pero basta prestar atención para notar que hay más: lo que parece acompañamiento musical manipulador —pero que es parte de un delicado trabajo con el sonido que deja notar, por ejemplo, movimientos, diálogos y música en clubes nocturnos— establece, junto con las acciones, un ritmo que involucra también en lo dicho por la narradora las emociones —que bien pensado eran absurdas— sobre el supuesto cambio de milenio, un correr del tiempo como cualquier otro. Hasta en los bares y las discotecas la cámara se desplaza sutil, sin las sacudidas que padece Vicky. De la mano de Hou Hsia-hsien los clichés se disuelven en cine y las imágenes narrativas cobran dimensión de composiciones de colores, movimiento y erotismo.

La ensoñación comienza desde los primeros segundos con Shu Qi caminando —en cámara lenta— bajo hirientes luces neón en un puente peatonal. La secuencia de los hechos está alterada, o no, y la narradora va desvaneciéndose. Aparece algún episodio de rechazo sexual y personal. La falta de cronología, o no, se corresponde con la potencia de las memorias de amor, en que los tiempos se confunden. Vuelvo al acompañamiento musical: es como el efecto narcótico de la música extraviada, el barrullo de voces y sonidos de una fiesta, es decir, una atmósfera buscada y no siempre lograda. La cadencia reiterativa de la música en Mambo del milenio —el techno house de “A Pure Person” de Lim Giong, así como las situaciones y la cámara lenta reiterada— con la centralidad de la mujer que sabe sacar algún provecho de su apariencia, al mismo tiempo que, según otros estándares, la desaprovecha; vuelve a la película un relato de lo primitivo, con las deficiencias de las percusiones repetidas, con el encanto de lo mismo, una y otra vez, como el vaivén de la cópula. En la película, por cierto, el género y baile “mambo” están ausentes. Vicky y su entorno son vistos de cerca —al menos en su exterior— y en textura analógica. En el conjunto logrado —incluyendo los silencios— así como en su ritmo cinemático radica la maestría de Hou Hsia-hsien.
