El domingo 21 de julio, Joe Biden anunció que se retiraba de la contienda presidencial en la que buscaría la reelección al frente del ejecutivo en EEUU. Tras sus múltiples dislates -para llamarlos de alguna manera- es difícil no pensar en las consecuencias de que un mandatario se proyecte a los ojos del mundo y de sus gobernados tan desvalido. En un mundo con liderazgos cuestionados donde la norma es la desconfianza en las instituciones, ya no se diga en el bussiness as usual, tener a un gobernante enfermo o sin el control de sus facultades no sólo es mortificante, sino políticamente riesgoso. En descargo de la salud mental de Biden, vale la pena recordar que Estados Unidos ha sido gobernado por mandatarios aquejados por distintas dolencias, incluyendo presuntas enfermedades mentales, si bien éstas no parecían haber impedido el desempeño de sus actividades. Por ejemplo, mucho se ha escrito sobre la salud mental de George Washington, cuyos biógrafos aseguran que en la lucha por la independencia de las Trece Colonias llegó a tener momentos depresivos cuando parecía que no podría ganar en determinados combates; sobre John Adams y Teodoro Roosevelt, quienes, se dice, tenían momentos de locura y en el caso de Adams, trastorno bipolar.
El derrame cerebral de Woodrow Wilson en 1919 más la influenza española, padecimientos que enfrentó durante las negociaciones del Tratado de Versalles, se dice que lo sumieron en una profunda depresión hasta el fin de su gobierno en 1921. Pero la crueldad de Andrew Jackson, el sadismo de Lyndon Johnson, la ansiedad y la depresión de Richard Nixon -de quien se cuenta que ingería pastillas junto con alcohol para poder conciliar el sueño y es a la fecha el único residente principal de la Casa Blanca en haber recibido tratamiento de un psicoterapeuta- no son un tema menor. Lo de las consultas de Ronald y Nancy Reagan a astrólogos para fijar fechas de viajes y pronunciamiento de discursos es ampliamente conocido, pero, también el hecho de que su entonces vicepresidente, George Bush padre, hubo de sustituirlo como mandatario cuando Reagan se sometió a una cirugía en el intestino para extirparle un tumor. El mandato de Bush fue de menos de ocho horas.
Cuando John F. Kennedy fue asesinado -si bien sus biógrafos describen que el carismático demócrata desde su infancia, padeció, entre otros males, tosferina, varicela, sarampión, enfermedades en el oído, y en su adultez la enfermedad de Addison, colitis e hipotiroidismo y fuertes dolores de espalda por los que consumía anfetaminas, esteroides, hormonas, células orgánicas animales con potenciales y graves efectos secundarios-, Lyndon B. Johnson ascendió al poder y es recordado como un presidente un tanto psicópata que sostenía a los perros por las orejas a pesar del dolor que eso les causaba. Más allá de ello, se cuenta que a sus subalternos los humillaba y trataba con desprecio al punto de que los llamaba para que tomaran dictado mientras Johnson orinaba o defecaba. Nadaba desnudo con sus asesores en la alberca de la Casa Blanca y por si fuera poco, engañaba a su esposa Lady Bird con otras mujeres.
Esta lista no estaría completa si no se hablara de Franklin Delano Roosevelt, personaje que tuvo cuatro períodos presidenciales -bueno, no concluyó su último mandato-, aquejado por poliomielitis, enfermedad que contrajo en 1921 y que le provocó parálisis de la cintura hacia los pies. Los médicos le explicaron que no podría recuperar la movilidad y ello eventualmente lo confinó a una silla de ruedas, si bien no se dejaba fotografiar en ella. Imagine el lector lo que implicaba para Estados Unidos tener a un presidente inválido en el marco de la Segunda Guerra Mundial, hecho que podía proyectar debilidad a la hora de entablar negociaciones con líderes de la talla de José Stalin, Winston Churchill o Charles De Gaulle. Es por ello que, durante la firma de la Carta del Atlántico en 1941, Roosevelt se apoyó en un soldado para figurar de pie en una fotografía con Churchill. La buena noticia es que la enfermedad de Roosevelt llevó a acelerar el paso para desarrollar una vacuna contra la poliomielitis y Estados Unidos fue líder mundial en ello -previamente la enfermedad tenía un bajo perfil, no obstante, su gravedad. Pero Roosevelt, el padre del New Deal, padecía además hipertensión, ateroesclerosis, enfermedad de la arteria coronaria, angina de pecho y fallo congestivo del corazón. No ayudó su tabaquismo. Su salud ya era bastante mala en 1940 y el 12 de abril de 1945 murió a consecuencia de una hemorragia cerebral. Como es sabido, el vicepresidente Harry Truman lo reemplazó en el poder.
Con todo, a comparación de los mandatarios estadunidenses referidos, la situación de Joe Biden es distinta. Más allá de los problemas de salud mental o físicos de sus antecesores, es evidente que el octogenario mandatario se encuentra mermado en sus capacidades para gobernar, como también carecía de la energía para luchar por la reelección en los comicios que tendrán lugar en noviembre próximo y donde el rival es un septuagenario Donald Trump, que además estará acompañado en el ticket republicano por el joven J. D. Vance de 39 años.
A pesar de los esfuerzos de su equipo de relaciones públicas para minimizar las numerosas equivocaciones y lagunas en que de manera cada vez más recurrente ha incurrido Joe Biden, las presiones a que un presidente de Estados Unidos está expuesto son muchas, lo que explicaría lo ocurrido con sus antecesores. Ello no debería oscurecer el hecho de que es grave que un presidente, de cualquier país, se encuentre en malas condiciones en lo que a su salud respecta, dado que evidentemente ello impacta en sus capacidades para tomar decisiones, muchas de ellas cruciales para las sociedades a las que gobiernan.
Otros gobernantes enfermos
Jószef Antall, el primer primer ministro de Hungría electo democráticamente tras la caída del gobierno comunista en 1989 fue diagnosticado con un cáncer del sistema linfático y falleció en un hospital alemán en 1993. Este personaje, historiador de profesión, ingresó a la política del país y logró sobrevivir ante tan terrible enfermedad gracias a que cotidianamente tenían que transfundirlo. Hugo Chávez Frías murió en el cargo en 2013 tras infructuosos tratamientos en Cuba contra el cáncer que padecía. Francois Duvalier, apodado Papa Doc, hombre fuerte de Haití, murió en 1971 por complicaciones cardiovasculares derivadas de la diabetes que padecía. Georges Pompidou, mandatario francés, murió a consecuencia de la enfermedad de Waldenström, un tipo de leucemia, en 1969. El carismático Gamal Abdel Nasser, murió de un infarto al corazón a consecuencia de ateroesclerosis y la diabetes que enfrentaba -también se le recuerda como fumador compulsivo- en 1970. Juan Domingo Perón quien falleció en 1974 en el arranque de su tercer período presidencial a causa de una serie de infartos al corazón -si bien se sabe que tenía problemas de próstata y que en diversos momentos manifestó indicios de senilidad- tenía 78 años en el momento del deceso.
Claro que una cosa es morir por alguna enfermedad y otra muy distinta ser asesinado. Al respecto, bien vale la pena analizar el reciente atentado contra Donald Trump en Pensilvania, mismo que parece haber catapultado la figura del septuagenario empresario entre el electorado al mostrarlo como un superviviente, alguien que no se inmuta y que aprovecha el hecho mismo para borrar de la memoria de los votantes todas las acusaciones que se le imputan y los numerosos escándalos que ha protagonizado en los últimos años. Fight! Fight! Fight! dijo Trump, con sangre escurriendo en su oreja, tras el tiroteo. La condena de Joe Biden al atentado contra Trump, si bien era esperada, hace ineludibles las odiosas comparaciones: el veterano republicano, con un balazo en la oreja tras el atentado, poniéndose de pie, arengando a sus seguidores y mostrando una fortaleza notable. Biden, en contraste, durante la Cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de la que fue anfitrión en Washington, en la misma semana del atentado contra Trump, se vio desvalido al confundir al presidente de Ucrania, Volodymir Zelensky con Vladímir Putin -aunque hizo la corrección explicando que ese lapsus es porque tiene muy presente a Putin. De acuerdo. Sin embargo, tuvo otro resbalón: confundió a la vicepresidenta Kamala Harris con Donald Trump.
Atentados que catapultan las carreras de los políticos
Más allá de ello, Trump se suma así a la lista de personajes que han sido víctimas de atentados pero que han sobrevivido, como Ronald Reagan, quien fue atacado en 1981 por John Hinckley, personaje que quería impresionar a Jody Foster, coprotagonista de la película Taxi Driver de Martin Scorsese, que encantó al magnicida, según su propio testimonio. En repetidas ocasiones Hinckley declaró que el atentado contra el presidente Reagan fue en esencia para llamar la atención de la actriz, quien de otra manera jamás lo habría volteado a ver. Reagan resultó muy lastimado, pero se recuperó, igual que Trump, aunque aquel, con heridas más graves. Reagan y ahora Trump, elevaron su popularidad tras el intento de asesinato. Algo semejante pasó con el atentado que sufrió Jair Bolsonaro en la recta final de su campaña por la presidencia de Brasil el 6 de septiembre de 2018. Bolsonaro fue apuñalado en el abdomen en un mitin en Minas Gerais, por un hombre de 40 años, pero no sólo se recuperó, sino que ganó la elección presidencial en las dos rondas de votaciones del 7 y 28 de octubre del mismo año. De manera más reciente, el conservador primer ministro de Eslovaquia Robert Fico recibió numerosos disparos el pasado 15 de mayo y permaneció dos semanas en el hospital, donde se le practicaron varias cirugías debido a la gravedad de sus heridas. Pero en todos y cada uno de los casos mencionados, la popularidad de los personajes contra quienes se atentó se elevó marcadamente tras los intentos de magnicidio. Coincidentemente los tres se han distinguido por ser polarizadores, polémicos y conservadores.
El 14 de julio de 2002, un joven francés militante de la ultraderecha disparó dos veces contra el entonces presidente galo Jacques Chirac, aunque erró en el blanco. Al ver su fallo intentó suicidarse, pero los presentes se lo impidieron. El 1 de septiembre de 2022, la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández, rodeada por una multitud a las puertas de su casa enfrentó un intento de asesinato por parte de un ciudadano brasileño de nombre Fernando Sabag Montiel. En los videos se puede observar que Montiel colocó su pistola en la cabeza de Fernández, pero falló en su intento. Décadas atrás, el 22 de agosto de 1962, el automóvil -un Citroën DS 19-en que viajaba el septuagenario Charles de Gaulle, presidente de Francia, acompañado de su esposa, recibió 14 impactos de bala de las 187 que fueron disparadas, en un complot de parte de la Organización Armada Secreta (OAS) del ejército francés que estaba en desacuerdo con el reconocimiento que De Gaulle había otorgado a la independencia de Argelia. Milagrosamente, De Gaulle salió ileso del atentado, si bien este personaje sufrió otra veintena más de intentonas de asesinato a lo largo de su vida. Tenía más vidas que un felino, sin duda. En el momento del atentado, el Citroën DS-19 nunca detuvo su marcha y llegó al aeródromo desde donde De Gaulle viajaría a su residencia -austero, como se le recuerda, él no vivía en el Elíseo. Se cuenta que, una vez a salvo, el presidente comentó a su esposa “ven querida, vamos a casa. Estos no saben disparar bien.”
Los magnicidios exitosos (y catastróficos)
Otras figuras políticas no tuvieron la suerte de sobrevivir a un atentado. En la noche del 28 de febrero de 1986, Olof Palme, primer ministro de Suecia, fue asesinado cuando salía, con su esposa, de un cine en Estocolmo. Un poco antes, la primera ministra de India, Indira Gandhi fue asesinada por dos de sus escoltas sijs el 31 de octubre de 1984. Su hijo, Rajiv Gandhi, murió en una explosión dirigida contra él, el 21 de mayo de 1991 cuando estaba participando en un mitin de campaña. Shinzo Abe, el ex primer ministro de Japón, fue asesinado el 8 de julio de 2022. En México se recuerda el asesinato de Luis Donaldo Colosio -que si bien era candidato a la presidencia representaba al partido en el poder y de no haber muerto, seguramente se habría alzado con la victoria en las elecciones-, acaecido en Lomas Taurinas, Tijuana, el 23 de marzo de 1994 a manos de Mario Aburto.
Pero también hay asesinatos que provocan verdaderas catástrofes, más allá del magnicidio en sí. Al respecto, la muerte del presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana el 6 de abril de 1994 cuando el Falcon 50 en que viajaba acompañado del presidente de Burundi, Cyprien Ntaryamira, fue derribado por instrucciones del líder del Frente Ruandés de Liberación, Paul Kagame -actual mandatario del país africano- se desató el genocidio en que los hutu, culpando a los tutsi de la muerte de Habyarimana, desarrollaron las matanzas de alrededor de un millón de personas en espacio de tres meses.
El 28 de junio de 1914, el archiduque heredero al trono del Imperio Austro-Húngaro, Francisco Fernando y su esposa Sofía fueron asesinados en Sarajevo a manos de Gavrilo Princip, quien fue el autor material de una conspiración ideada por la “Mano Negra”, organismo terrorista serbio, para lograr la unificación de los eslavos del sur en Serbia, liberándola del yugo austro-húngaro. Dado que el Imperio Otomano se estaba desmoronando, los serbios consideraban que, para formar una unión de los eslavos del sur, necesitaban la independencia respecto a Austria-Hungría. El Imperio Ruso veía con buenos ojos que Serbia naciera a costa de los austro-húngaros -dado que rusos y serbios son eslavos. Así, cuando el archiduque fue asesinado, Austria-Hungría impuso serias condiciones a Serbia para no iniciar las hostilidades, pero que previsiblemente los serbios no aceptarían. Así, Austria-Hungría entró en guerra contra Serbia. Rusia declaró las hostilidades contra Austria-Hungría y Alemania y ésta a su vez inició sus avances contra los rusos y Francia. Así fue como el regicidio desencadenó la Primera Guerra Mundial.
Tras la muerte por causas naturales de la reina Isabel II acaecida el 8 de septiembre de 2022, la Oficina Federal de Investigación (FBI) de Estados Unidos comenzó a dar a conocer algunos informes que revelan que la soberana habría enfrentado diversos intentos de asesinato a cargo del Ejército Republicando Irlandés (IRA) en los años 80 del siglo pasado durante sus visitas a Estados Unidos. De lo que no cabe duda es que sucesor, Carlos III ha heredado unos zapatos muy grandes, eso sin dejar de lado sus problemas de salud.
Y mientras tanto, en Estados Unidos…
Joe Biden se bajó de la contienda presidencial sugiriendo que Kamala Harris la actual vicepresidenta tome su lugar. Hay varios supuestos que deberán cumplirse para que ese escenario se materialice: lo primero es que los delegados que apoyaron a Biden estén de acuerdo en transferir su apoyo a Harris en la Convención Demócrata que se llevará a cabo el próximo 19 de agosto, cosa que no está garantizada. Hay varios suspirantes en el Partido Demócrata para contender, pero quizá lo menos problemático sería pensar en que alguno de ellos sea investido como “número dos” y acepte apoyar a Harris. Hay también un tema de dineros que no es menor: la campaña Biden-Harris tiene fondos recaudados y en el caso de que Kamala sea la candidata presidencial, esos fondos estarían a su disposición. Pero si los demócratas deciden apoyar a otro u otra candidato/a, tendrían que, devolver esos fondos a los donantes -poco probable- o gestionar su transferencia en beneficio del/de la abanderado/a presidencial.
La Convención Demócrata está a la vuelta de la esquina. Hay poco tiempo. Trump no sólo lleva la delantera, sino que logrará atraer el voto de la población blanca del medio oeste gracias a su “número dos”, J. D. Vance. La buena noticia es que el retiro de Biden podría entusiasmar un poco al electorado. Había un fastidio de parte de los votantes respecto a Trump y Biden y muchos habían señalado que no querían que ellos fueran otra vez los candidatos a la presidencia. Así que la dupla Trump-Vance refresca un poco a los republicanos, en tanto los demócratas tienen la oportunidad de aprovechar el momento para dinamizar una campaña electoral en la que se les daba por muertos si Biden permanecía como candidato. Es decir: si van a morir, que sea por una buena razón y se espera que den una ardua batalla a Trump.
Como nota final, este proceso electoral, aunque inédito por la renuncia de Biden para buscar la reelección, recuerda mucho el proceso electoral de 1980. En aquellos tiempos gobernaba un demócrata, James Carter, quien había enfrentado tiempos muy convulsos con la crisis energética, la invasión soviética a Afganistán de 1979, y la crisis de los rehenes en la embajada estadunidense en Irán. Se enfrentó en los comicios a un popular Ronald Reagan, un hombre de la industria del entretenimiento y que había presidido al sindicato de actores de Hollywood, además de haber sido gobernador de California.
El resultado de los comicios, como se puede observar en el mapa electoral de 1980, fue un desastre de proporciones bíblicas para Carter, quien obtuvo la victoria en tan solo seis de los 50 estados de la Unión Americana. Sólo para que el lector se de una idea: de los 538 miembros del Colegio Electoral se requerían 270 votos para que alguno de los candidatos resultara ganador. Pues bien, mientras que Ronald Reagan obtuvo 489 votos, Carter apenas recibió 49. ¡Terrible! Parte de la explicación estriba justamente en la crisis de los rehenes y en las maniobras desarrolladas por los republicanos quienes, ahora se sabe, pidieron a Irán prolongar la crisis para dañar las posibilidades de reelección de Carter.
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El desastre electoral de Carter en las elecciones de 1980
Mapas electorales como el de 1980 no parece que se volverán a repetir. En el año 2000, aun cuando subsiste la polémica respecto a si George W. Bush verdaderamente ganó la contienda presidencial, lo cierto es que Gore ganó el voto popular. Pero claramente, la polarización fue la nota. De los 538 votos del Colegio Electoral, aquí fue cerradísimo el resultado: 271 votos para Bush, 266 para Gore. La diferencia la marcó Florida, donde gobernaba de manera coincidente, Jeff Bush y cuyos 25 votos electorales favorecieron a su hermano.
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Elecciones presidenciales en EEUU de 2000
En las elecciones presidenciales de 2008 donde Obama se alzó de manera contundente sobre su rival John McCain -a quien verdaderamente le costó mucho su compañera nominada a la vicepresidencia, Sarah Palin ex gobernadora de Alaska, quien cometió toda clase de errores y mostró un escaso conocimiento tanto de la política nacional, como, sobre todo, de los asuntos internacionales-, el mapa político de EEUU de nuevo se nota muy polarizado, con un apoyo a los demócratas en los Estados costeros del Pacífico y el Atlántico, en tanto en los sureños y el medio oeste prevalecieron los republicanos. Acá fue muy clara la victoria de Obama quien recibió, de los 538 votos del Colegio Electoral 365 en tanto John McCain obtuvo 173.
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Elecciones presidenciales en EEUU de 2008
La de 2016, fue una contienda muy desfavorable para los demócratas, no sólo por el desgaste y los errores cometidos por Hillary Clinton, sino también porque Donald Trump aprovechó el descontento existente con el legado de la administración Obama y apeló al racismo -siendo sinceros, para los estadunidenses WASP (White Anglo-Saxon Protestant) que la Casa Blanca fuera ocupada por una familia de afrodescendientes fue demasiado. Trump se dirigió no sólo a los supremacistas blancos, sino a los blancos de zonas marginadas, esos a los que Hillary Clinton llamó los White Trash -o “basura blanca”-, quienes dieron su apoyo al controvertido empresario. El republicano -quien anteriormente había militado en el Partido Demócrata- era además una figura pública, que tenía su propio programa de televisión y era ampliamente conocido por la población -como ocurrió con Ronald Reagan en 1980. Trump pagó su campaña electoral con sus propios recursos y aportó frescura a una contienda donde Hillary Clinton pagó el precio de una sobreexposición mediática, inicialmente como Primera Dama, luego como Senadora suplente por Nueva York y más tarde como Secretaria de Estado. Donald Trump era una cara nueva en el espectro político y claro, la intervención de Rusia en los comicios presidenciales le ayudó un poco. De nuevo, el mapa electoral se vio fragmentado y polarizado. En el Colegio Electoral, de 538 votos posibles, Trump se embolsó 304 frente a 227 para Hillary Clinton.
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Elecciones presidenciales en EEUU de 2016
Para los comicios más recientes de 2020, Estados Unidos, muy dividido, votó por Joe Biden, evitando la reelección de Donald Trump. Biden, conocido por los electores por haber tenido una senaduría por Delaware y luego haber sido el vice presidente de Barack Obama, se impuso ante el polémico republicano en parte, por los errores cometidos por éste durante la pandemia, pero también de cara a su postura anti-aborto, anti-ambiental y por echar abajo el acta de cuidados de la era de Obama -también denominado Obamacare. Aquí se revirtió lo visto en 2016. De 538 votos posibles del Colegio Electoral, Joe Biden obtuvo 306 contra 232 para Trump.
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Elecciones presidenciales en EEUU de 2020
En Cómo se vende un presidente un clásico sobre la estrategia publicitaria de Nixon para ganar las elecciones presidenciales, John McGuinnis cuenta en su libro cómo es que el controvertido republicano tuvo que cumplir con cinco tomas completas de una especie de documental político. Luego hizo dos para un segundo cortometraje y dos adicionales para un tercero. Esto que para los lectores de McGuinnis es tedioso, revela la importancia del marketing político. Los políticos son presentados como un producto que hay que adaptar a las características del mercado -en este sentido, de los electores. Obama lo entendió perfectamente al igual que Trump. Nixon se había enfrentado al demócrata John F. Kennedy en los comicios de 1960 y perdió, dicen, porque en el primer debate entre candidatos presidenciales transmitido por la televisión, Kennedy se veía fresco y jovial en tanto Nixon aparecía sudando y con el problema de su barba que cada tres horas le crecía y lo hacía aparecer sucio dado que no quiso que lo maquillaran. Asimismo, recién había salido del hospital debido a que se había lastimado la rodilla y padeció una infección, por lo que lucía desvalido, delgado y por momentos, con la mirada perdida. Kennedy, cuentan, ganó el debate a los ojos de quienes lo vieron en la televisión. Nixon ganó el debate para quienes lo escucharon en la radio. Los contendientes tuvieron otros tres debates y se dice que Nixon ganó el segundo, Kennedy el tercero y que el cuarto fue un empate porque ambos lucieron bien. Los debates televisados cambiaron el marketing político para siempre y sin querer echar más limón a la herida en el momento actual, la decisión de Biden de renunciar a la carrera por la reelección está directamente vinculada con su pobre desempeño en el debate que sostuvo con Donald Trump el pasado 27 de junio. No es que Trump haya brillado en el debate: la lista de mentiras que brotaron de su boca fue abrumadora. El tema es que Biden simplemente ya no podía enfrentarlo.
Un candidato presidencial, especialmente en una democracia como la estadunidense, independientemente de las fortalezas personales que posea requiere presentarse como un producto atractivo que las personas necesitan y que es distinto de los demás productos. En este sentido, la racionalidad ideológica pasaría a un segundo plano -claro, con la excepción del llamado “voto duro” de cada partido.
Si esto es así, no todo estaría perdido para los demócratas. Un escenario como el de Carter en los años 80 del siglo pasado, ciertamente no se producirá. Trump ha tenido, como en su momento le pasó a Hillary Clinton, una sobreexposición mediática, en parte por todos los escándalos y juicios que, en consecuencia, enfrenta. Dichos escándalos, no sólo lo han mantenido en el ojo público, sino que, además, han posibilitado que se presente como mártir, como un perseguido político de los demócratas y de Joe Biden. Asimismo, Biden ha tenido los reflectores en los últimos días, diluyendo al menos en parte el efecto que ha tenido el intento de asesinato contra Trump. En los siguientes días se hablará sobre todo de los demócratas, sus decisiones y posibilidades: la pelota está en su cancha. Claro que si los demócratas pretenden remontar la debacle en que se encuentran, no sólo deberán cerra filas, presumiblemente en torno a Kamala Harris, de 60 años, quien ha tenido menor exposición mediática y, por lo mismo, podría encabezar la remontada. El otros tema es la vicepresidencia, el o la “número dos”, que deberá traer a bordo a alguien que atraiga a los electores y que sea un producto al que el público decida darle el beneficio de la duda. Son tiempos desafiantes para un Estados Unidos, polarizado, dividido y en declive. Pero también es momento de la renovación.