Así como una botella de The Macallan 25 es muy distinta a una de Passport, aunque los dos sean whiskies, “The boys” y “Arrow” pertenecen al mismo género televisivo de superhéroes, aunque uno sea un producto exquisito y el otro sepa a rayos.
Sin mostrar spoilers, se puede adelantar que “The boys” presenta una visión realista de algo fantástico: un universo donde los superpoderes se corrompen supremamente y se convierten en personajes de farándula, en una mercancía más para el consumo masivo. El mundo de “The boys” es donde Lord Acton y Adam Smith se reúnen con P.T. Barnum.
Incluso los lectores del desafiante cómic de Garth Ennis y Darick Robertson tendrán sorpresas, ya que la serie de televisión de Amazon hizo cambios sustanciales respecto al material original —el capítulo final de la primera temporada rompe con todo lo publicado—. Más allá de la novedad, la serie es sobresaliente por disruptiva, por prescindir de los lugares comunes para mostrar algo mejor, incomparable.
Los superhéroes de la serie, “Los Siete”, mantienen oculta su naturaleza perversa, son administrados por una empresa que, entre otras cosas, oculta su mugre bajo el tapete, con una combinación de gestión de crisis, relaciones públicas y conductas indudablemente criminales. El lenguaje corporativo hipócrita, el televangelismo y los reality shows se entremezclan con los negocios al amparo del poder y las operaciones políticas más despreciables, en las que los héroes son beneficiados subsidiariamente: los favorecidos principales son los accionistas y directivos de una sociedad resguardada por la opacidad corporativa.
La situación descrita en “The boys” hace pensar en cuál sería la conducta de Disney o Warner si sus actores tuvieran superpoderes… o en cómo serían Northrop Grumman o Loockheed Martin si, en lugar de buques de guerra, aviones caza o misiles, pudieran ofrecer personas de destrucción masiva —como las denomina Mark Millar—.
“Los Siete” no son como el Crime Syndicate of America: mientras estos son malhechores ocultos, los de DC eran facinerosos cínicos. Hacer que una Liga de la Justicia siniestra tenga como antagonistas a seres humanos sin poderes —y con taras significativas— no sólo implica invertir la ética de los personajes, sino trastocar una fórmula trillada y poco creíble, para sustituirla con un elegante enfoque nietzscheano: los dioses pueden ser combatidos por los humanos.
“The boys” deconstruye el género televisivo de superhéroes y, si bien tiene un casting genial, una gran dirección, efectos especiales de calidad cinematográfica y una producción soberbia, su mayor mérito son los libretos. A pesar de tratar sobre seres con talentos irreales, las historias se sienten verosímiles y llenas de sentido común, su maquiavelismo hace pensar en Enron y no en entidades de cuento. Frente a los argumentos telenovelescos y francamente chabacanos de media docena de teleseries como Arrow o Inhumans, The boys demuestra que existe larga vida para los contenidos que no pretenden repetir una receta roída por la simplonería.
Cada uno de los personajes, que tienen excelentes actuaciones, refrenda el valor de la televisión que se toma en serio a sí misma. Sin embargo, el que escribe tiene uno de sus favoritos en el Patriota —Homelander en inglés, alguien tuvo la mala idea de traducirlo como Vengador—: como un buen Martini, tiene una mezcla adecuada de Superman, Captain America y —como una pizca de amargo de Angostura— del Captain Nazi de Fawcett, tan bien caracterizado, que sería genial que Anthony Starr lo interpretara en alguna secuela cinematográfica de Shazam.
Otro intérprete fuera de serie es Karl Urban en el papel de Billy Butcher: a su físico que parece una ilustración de David Finch, Urban le agrega su marca única de cinismo, intensidad y carisma. Si la saga de Star Trek lo aprovecha en el rol del doctor McCoy, The boys les saca más jugo y demuestra que el neozelandés está llamado a protagonizar sus propios blockbusters.
“The boys” también se parece a un buen vaso neat de The Macallan 25 en que se lamenta mucho cuando se acaba: con ocho episodios en su primera temporada, ya se antoja bastante la segunda, cuya producción Amazon confirmó desde antes del estreno de la serie. Como audiencias, vale la pena que externemos que no queremos más mejunjes malhechos, porque es evidente que, en su lugar, se pueden ofrecer elixires superiores: “The boys” es uno de esos finos líquidos que funcionan como bálsamo para la mente.