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miércoles 09 octubre 2024

“Callo y Molécula, dos focas memorables”

por Marco Levario Turcott

El zoológico “La Chingada” es uno de los más concurridos del país. Situado en la región del mismo nombre, en el estado de Tabasco, es uno de los lugares emblemáticos para la concurrencia familiar, en especial, los domingos al mediodía cuando presentan su espectáculo dos focas de mediana edad. Una se llama “Callo” y la otra “Molécula”. La primera debe su nombre a sus primeros captores españoles que le llaman con ese sustantivo a las cosas o a los seres vivos feos; la segunda remite a la parte más pequeña de una sustancia y aludía al tamaño insignificante de ese mamífero.

“Callo” es la foca más bailarina y locuaz. Muy pronto aprendió a hacer trucos y aplaudir para lograr los favores de sus dueños. Se arrastra por el suelo, con la mirada baja y cuando toma el micrófono, siempre habla de su epidermis oscura y su fealdad como método de chantaje, en un mundo cruel y racista, y entonces cacha los pescaditos que las personas le avientan enjugándose las lágrimas. “Pobre Callito”, dicen los niños palabras más o menos, “sufre tanto, pero siempre está listo para divertirnos”. Es muy feo y torpe, es cierto, dicen otros, pero lo importante es su actitud.

“Molécula”, en cambio, era más astuta. Dibujó su apariencia como la de un caballero inglés enfundado en una hamburguesa, usando lentes y un extraño bigotito, además del traje de frac que le queda chico y un chistoso moño rojo. Pero esta foquita no se dirige al respetable sino a Andrés Manuel, el dueño del zoológico. “Usted es el más sabio y poderoso de la comarca”, le dice, y se inclina para besarle la mano. Sonrojado de gusto, el empresario reía mientras el público lo aclama y le lanza pescados a la foquita. Otros, los menos, sienten pena y lástima por el animalito que se zambulle en el agua donde se disuelven los papeles del guion que le escribe el gato de Andrés Manuel.

“Callo” y “Molécula” hacen una mancuerna cómica divertida. Callo es un hacha para lanzar discursos contra Enrique Peña, dueño del zoológico “Miraflores”, en el Estado de México, y la competencia del dueño de “La Chingada”. Lo hace sin contemplaciones, es decir, a pesar de que pocos años atrás la foca trabajó para don Enrique a cambio de varias bodegas de pescado. A propósito, por actitudes como esas “Callo” cree que todos los animales aplauden, maúllan y mueven la cola o bailaban a cambio de comida. Ninguno es libre de acuerdo con su pequeño cerebro. “Molécula” es más prudente aunque más estrafalario en su apariencia, también es más práctico y agradecido con la vida. Sabe que antes no era nadie y que ahora sigue siendo nadie, pero entiende que es famoso y le saca jugo vendiendo artículos oficiales “Caballero Molécula” le llama a tanques de oxígeno, aletas y jaulas que comercia su familia a las afueras del zoológico.

Ambas focas saben que están atrapadas. Nunca nadarán libres por aguas costeras ni tendrán aventuras surcando bahías, estuarios y áreas intermareales. No escucharán el graznido de la gaviota ni mirarán al pelícano desvaneciéndose por el horizonte. Temen a la libertad. Su hogar es un tanque de agua turbia, rodeado de paredes de concreto y barrotes de metal. A veces la única luz que entra es la de los reflectores que iluminan el escenario donde se llevaban a cabo sus presentaciones. “Callo” y “Molécula” están atrapadas en un ciclo de dependencia y sumisión.

Ahí las tienen cada domingo, en el culmen de la humillación. Las focas saltan, nada en el estanque, sus acrobacias entretienen a los visitantes que las ovacionan y le lanzan mariscos, pescados y moluscos. En una esquina, sonríe satisfecho el gato de Andrés Manuel. Más tarde, “Callo” y “Molécula” se arrastran de vuelta al tanque, exhaustas y hambrientas. Esta es su rutina cotidiana: se miran entre sí, sin decir palabras, sumergidas en el agua turbia, hallando refugio en la oscuridad. Así quedan suspendidas como dos sombras esperando el día siguiente.

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