
Algunos amigos preguntan mi opinión sobre el “Che” Guevara, hoy que se cumplen 50 años de su muerte. En primer lugar, me deslindo de dos extremos; el de la derecha para quien el “Che” sólo es, o principalmente, “el asesino de La Cabaña”; y el de la izquierda intemporal, chaira y ayuna de autocrítica, para quien el “Che” es la personificación de “el hombre nuevo”. Ni lo uno ni lo otro. El “Che” no puede ser juzgado, creo, por encima ni al margen del tiempo histórico que le tocó vivir y, en cierto sentido, transformar. Los excesos de la revolución cubana, y su contrapartida en la furia desatada del gobierno de los Estados Unidos. La escalada por la cual cada golpe de mano de la revolución era replicado por los EU doblando la apuesta, hasta llegar a Bahía de Cochinos, el embargo de medicinas contra Cuba, los intermitentes intentos de asesinato de Fidel y la crisis de los misiles rusos, que puso al mundo en vilo.
El contexto era de “guerra a muerte”. En su discurso de 1964 ante la Asamblea de la ONU, el “Che” pronunció aquellas palabras fatales sobre los fusilamientos: “Sí, hemos fusilado, y seguiremos fusilando mientras sea necesario, porque esta es una lucha a muerte”, dijo entonces. Ahí mismo exhibió la incongruencia y seguidismo de la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos, “en la órbita de los EU” (OEA), así como el cinismo o la hipocresía de portavoces como Adlai Stevenson, que se tuvo que tragar su prestigio y su empaque liberal cuando, después de negar a rajatabla la intervención gringa en la fallida invasión de Bahía de Cochinos, apenas un par de días después, el presidente Kennedy asumía “toda la responsabilidad” de la flagrante y fallida estrategia imperial.
El “Che” fue un personaje central de un drama histórico que se desarrollaba principalmente en América pero que abarcaba toda la relación mundial de fuerzas, en el contexto de la guerra fría. En éste, el “Che” fue de algún modo el representante epónimo de ese “milenarismo religioso de las ideas sin dudas, autosuficientes y perfectas, que queman generaciones y generaciones de hombres voluntariamente remitidos a la prueba del porvenir…” (Alfonso Gatto). Fue consecuente hasta el fin y pagó por ver. Y creo que si pudiera, se levantaría de su tumba encabronado al ver su nombre y efigie convertida en objeto de un culto tan epidérmico como ignorante. Es cuanto comendatore…