marzo 5, 2025

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Iniciamos una nueva década, y en los pocos días que han transcurrido del presente enero ya han sucedido hechos más que históricos, por ejemplo, el intento de toma violenta del capitolio de Estados Unidos para impedir la certificación del presidente electo Joe Biden, o el ejercicio del poder del lobby del Valle del Silicio nada menos que contra Donald Trump, presidente de Estados Unidos aún en funciones.

Llegamos a esta década inmersos completamente en un fenómeno que, al menos no en el corto plazo, parece irreversible; la opinión de cualquiera, de quien sea, por más carente de sustento, por más equivocada e irreal que sea, aún si es una abierta y descarada mentira, es aceptada por grandes grupos sociales como un hecho verídico, irrefutable e incontrovertible. Como la verdad.

Recordando, la opinión es el juicio que se forma sobre una idea, un hecho, un concepto, que se ejerce sobre todo desde lo individual, pero que se suma en lo colectivo para los asuntos de interés y relevancia sociales. La opinión se construye desde la perspectiva personal y por lo tanto es de origen subjetiva.

Una persona para confiar en una idea, la que sea, no es necesario que sea real, basta que sea concordante a sus supuestos, ideas y creencias preexistentes, lo que además refuerza su propia percepción e identidad, y la aceptará sin cuestionar.

Y sucede lo contrario. La desconfianza inicia cuando una idea le parece opuesta o discordante a sus supuestos, ideas y creencias preexistentes, por lo que la cuestionará con tendencia a rechazarla por no darla como válida.

El ser humano tiende a confiar, es decir, a aceptar sin resistencia las ideas que le son concordantes, aunque no sean reales, pero le parezcan verdaderas. Y el humano tiende a desconfiar, o sea, limitar y rechazar las ideas que le son discordantes, aunque sí sean reales, pero no le parezcan verdaderas.

Llegamos a este inicio de una nueva década con grupos sociales validando algo, lo que sea, sólo por la confianza, identificación y afinidad con quien o quienes lo dicen, que por la validez, certeza o veracidad, de lo dicho. Grupos sociales que validan el mensaje por compartir rasgos de afinidad y simpatía con el emisor, no por el valor del mensaje emitido.

Tal vez aún en este momento lo arriba expuesto parezca exagerado y se vea con escepticismo. La realidad es que las consecuencias ya son palpables y más allá de las pantallas. Para un régimen, más sí es de corte populista autoritario, no solo es ideal, es mucho más, es necesario, para avanzar en la ruta de destruir la confianza en todo y en todos quienes puedan manifestarse de cualquier forma en su contra.

Primero y antes que nada, la forma de llevar a un replanteamiento del acuerdo social es justificarlo y así a la vez justificar que se preserven en el poder. Para ese fin estorba la confianza en todas las voces, medios, u opiniones, que les son opuestos. El objetivo amplio de los regímenes es la desmovilización y destruir la confianza en todo y todos. Instituciones, académicos, medios, e incluso el prójimo.

Es la época donde avanzará el ataque a la percepción mediante narrativas que sirvan para sustentar nada más que la opinión de las audiencias, no sólo en las redes sociales, pero sin duda será donde más claramente se pueda ver este fenómeno.

Los medios masivos tradicionales, por más afines que sean a un movimiento, ideología o postura política o social, no tienen el alcance ni la capacidad por disponibilidad y volumen, para que esa dinámica de destrucción de la confianza suceda.

Por eso no debería ser tan difícil encontrar el fondo detrás del golpeo sistemático, reiterado, desproporcionado, contra académicos, instituciones, medios y periodistas. Y ahora además, por sorprendente que pueda parecer, contra el conocimiento, la ciencia y la tecnología.

El objetivo amplio es utilizar información como arma para confrontar, causar confusión y destruir la confianza en ciertas fuentes y reforzarla en otras, según convenga.

Se basa en ganar la confianza al convencer a una audiencia en que algo es verdad, aunque no lo sea, presentándole una narrativa que la asimile desde sus propios sesgos cognitivos, porque de antemano es propensa a aceptarla y creerla. O en su caso, en destruir la confianza de todo aquello que les exhiba sus carencias y falencias.

El principio de la propaganda lo dice con claridad; mentirán tanto, una y otra vez, lo suficiente hasta que sus mentiras, sus medias verdades, se confundan y no se distingan de lo que es real.

Pero no sólo eso, también en esa comunicación, en medio de ese estruendo, fluirán ataques, denuestos, descalificaciones, suficientes para que no se pueda confiar en nada ni en nadie. Bueno, sí, sólo en alguien. En el líder oportunista, manipulador y carismático. El caudillo salvador. No sólo concentrara el poder, sino que se intenta darle además el monopolio de la verdad y la confianza.

El alcance de este proceso de constante destrucción de la confianza avanza por todo el mundo. Donald John Trump posiblemente hasta el último de sus días, reclamará que la elección del pasado noviembre le fue robada. Y aún más, una parte bastante considerable de quienes simpatizan con él y lo apoyan, creen y confían en esa extrañísima cosa, entre narrativa, culto, teoría de conspiración, y ahora casi secta, llamada QAnon. Tan creen y confían, que son capaces de obedecer la convocatoria e intentar tomar violentamente el capitolio de los Estados Unidos, aunque en eso les vaya la vida. Y no creen, desconfían, en sus instituciones electorales, sus medios masivos, en las empresas dueñas de las redes sociales. No creen y desconfían hasta de su prójimo, sólo porque no creen ni confían en lo mismo que ellos.

Hagamos red, sigamos conectados.

Autor

  • Leo García

    Diseño y coaching de estrategias para manejo de redes sociales. Experiencia en análisis de tendencias en línea.

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