Muchos años después, frente al crucial mensaje por WhatsApp, yo había de recordar aquella tarde remota en que mi padre me llevó a conocer a su amante. Era en ese entonces una niña sin ideas sobre el sexo, carente de la más mínima distinción entre el bien y el mal, más allá de hadas y brujas de los cuentos, sin embargo algo no olía bien, una sensación de malestar y traición se agolpó en mi pecho. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Para ser justos, el hombre que me llevó a conocer a su amante también me dio a leer Cien años de soledad o en un desayuno en las Mañanitas de Cuernavaca me llevó a estrechar la mano de un poeta, se llamaba Octavio Paz y el incidente, la reverencia con la que mi padre lo miraba, cambió mi vida. Creo que el suceso se quedó añejando en la memoria mientras leía las historias de la biblioteca que eran todas las paredes de la casa; mientras cada domingo mi papá nos hacía elegir un cuento nuevo de la librería Gandhi.
El mensaje de Whats daba respuesta a la pregunta con la que cerré el texto anterior que habla sobre la mente. El monstruo no despertó, la vida misericordiosa con ambos se apresuró a dar respuesta y tan sólo 8 horas después mi sobrina Alejandra me comunicaría la noticia. El corazón delator se apresuró para colmar la sonata, me recordó todo el amor y todo el desprecio, en su batir podía distinguir la danza de recuerdos fantasmales y fantásticos, amorosos y violentos. Escribo una novela inmediata una mezcla de presente con pasado una aspiración de futuro que entra por la ventana con el olor del huele de noche.
El poeta no es un mago dice Paz; y es que el poema como nuestra existencia, no es hechizo ni conjuro, ni ensalmo ni sortilegios, la vida es ritmo, ese que late en el pecho para marcar cada respiro, cada segundo.
Nos cuenta Bill Bryson que el corazón es un órgano focalizado, no le alcanza el ritmo para fijarse en los afectos y aunque lo hemos hecho el lugar que aloja, como cofre del tesoro, nuestros amores, realmente es una válvula o más bien dos, corrige Bryson, que se encargan de que la sangre circule en un ir y venir; sístole y diástole; sujeto y predicado. Bum Bum Bum Bum. Uno puede imaginar por qué se convirtió en metáfora de los afectos. Es claro que el corazón nos delata, traiciona todo control para latir acelerado cuando las pasiones insisten en circular como la sangre. La mayoría del tiempo es un trabajador silencioso, el órgano más discreto quizás, bate alrededor de 100,000 veces en un día. Cuando dejamos de latir morimos irremediablemente. Los unicelulares para reproducirse se dividían, al hacerlo morían y daban paso a su “descendencia”, cada orgasmo humano parece rendir tributo a esa historia, así, el momento de placer modifica el pulso y es posible morir en el intento.
La vida es ritmo y es silencio; paz y guerra. Mi tía Laura me llama para preguntar cómo me siento ante la muerte de mi padre. La respuesta es simple y complicada, siento alivio. La paz de no perder una noche más especulando sobre su vida, sobre nuestro mutuo abandono. Más el mío, el de ahora. Le contesto que me siento aliviada pero muy cansada. Me siento el topo del juego de Waca Mole; ese jueguito en donde con un martillo hay que aporrear la cabeza del animal tan pronto se asoma. Bom Bom, con cierto ritmo. Y de pronto me conduelo de la hermana de los suicidas, de la hija del indigente, de que me falta una vacuna y de que odio lo que sucede en mi país con un presidente que me indigna. PARA YA me digo enérgica porque la vida como el corazón hace que la sagre vaya y vuelva, trae y quita con el ritmo del Waca Mole, con la dulzura de los poemas de Paz y mientras esto digo, una marcha de recuerdos se presentan en comitiva. La amante de mi padre mandando Cempasúchil para insultar a mi madre; mi padre haciéndonos sus trivias mañaneras para que aprendamos cultura general, o siendo el buen abuelo con Andrea. Mi hermana y yo en San Miguel Allende jugando a ser sirenas por todas las fuentes o Tomás y yo en la ópera de Verona.
Diez años de pérdidas y ganancias, sístole y diástole. El corazón pesa menos de una libra y se divide en cuatro cámaras. Así, eran cuatro los cubículos en la oficina de la Universidad cuando comencé a dar clases. En uno estaba Maricruz, en otro Julia y había dos más: el de Luis y el de Héctor. Elegí la cámara de Héctor, me gustó la luz que entraba por la ventana, me gustó la sonrisa que me recibió. Mi matrimonio adolecía de bradicardia y el suyo también. Acababa de llegar a trabajar a la Universidad tras haber concluido la maestría, no tenía amigos y me sentía sola. Entré a su despacho y le dije: oye ¿quieres ser mi amigo?
Desde entonces reconozco mil coincidencias que hicieron posible que nos consolidáramos como el hueso de su húmero que después de su intempestivo accidente, se partió en dos y espera quietecito, así dialogando como lo hicimos por varios años. Él y yo fuimos confidentes, amigos, amantes y hoy me late en el pecho e irriga sangre nutriente para un corazón con sobresalto. Quizás fue por ello que su propio corazón tuvo angina, una palabra latina que quiere decir angustia o angosto (uff qué feo verso) que además rima con Regina. Todavía en el siglo XX muchos médicos creían que la presión arterial alta era indicador de vigor, a veces pienso que lo es, aunque sea peligroso, porque Héctor es como una especie de McGyver o Indiana Jones que ama ser un sobreviviente y me ha enseñado. Eso no exime que en este tiempo Waca Mole hemos parado en el hospital dos veces y que su corazón es más parecido al del hombre biónico que al que secretamente pinté en un árbol del bosque donde íbamos a besarnos de forma clandestina. Once son los stens que le ensanchan las venas para que fluya la sangre, sus ríos internos, sus acueductos, hacen posible que su geografía y la mía sigan latiendo.
Todavía recuerdo la tarde en una playa de Ixtapa, mi tía, mi madre y Rodrí ya habían muerto. Ese día le presenté a Héctor a mi hermana, a su esposo, a mi papá y a Ale mi sobrina. Mi papá y yo nos peleábamos intermitentemente desde mi adolescencia. Desde aquella vez que descubrió que mi madre había tenido una aventura de viaje. El muy cínico, el que me llevó a los 8 a conocer a su amante; quien se ufanaba de haber tenido miles de mujeres y le reprochaba a mi hermano su falta de “pericia” “No se te da la dama, hijo”.
Tendría cerca de 12 años cuando me despertó de madrugada: hija quiero que veas cómo voy a matar a tu mamá. Me sentó en un sillón de su cuarto y la encañonó. Todos los jinetes del apocalipsis se soltaron ese día y hasta su muerte. Lo cierto es que nunca pude convivir con él igual, un revolotear en el estómago, como volcán en erupción, anunciaba nuestras reuniones. Pero Héctor me insistió mil veces, obligado por sus propias historias a recuperar mi relación con él. Así que cuando estaba dispuesta a dejar mi matrimonio y admitir mi relación, o claudicar y volver a él, le escribí (seguramente él comprendería un problema del corazón) y esta fue su respuesta:
Muy querida Regían (nunca me decía así, supongo que se trata de un error de dedo):
Estoy más que de acuerdo en poner atrás en relación a ti y a mí todo lo pasado. Ojalá y el control de daños nos lo conceda la vida a los dos.
En cuanto al planteamiento en tu correo, quiero decirte antes que nada, que estoy contigo de forma incondicional, sea para llorar si sufres o pierdes o para reír y festejar si todo saliera bien.
Las decisiones sobre el tema son profundamente personalizadas, no admiten intromisiones y lo único que permiten son opciones a tomar en cuenta.
Cuando eras niña, ahora te lo recuerdo, te enseñé un verso de Elizabeth Barret Browning que dice:
A menos que pienses, terminada la canción,
que otra no quedó en el ritmo;
A menos que sientas, al dejarte un hombre
que todos los demas se fueron con él.
A menos que sepas, cuando su aliento te ensalce,
que tu belleza quiere comprobarse,
A menos que jures “¡Para la vida y la muerte!”
Duda en llamarlo amor
Dentro de esas opciones que la vida y las circunstancias imponen y que no siempre son justas para nadie, esta la de aceptar o luchar en vano contra el desamor. Ésta para mí, es una lucha perdida porque sería más que una victoria pírrica el retener algo o alguien, que si no iba a ser para ti, no lo sería nunca.
Me entristece como no imaginas el saber que sufres, me encantaría poder tener la solución a un problema por el que, en algún momento de la vida, hemos pasado todos, sobre todo, me resulta doloroso el que estés, quizá, en el umbral, como decían los versos de Whittier:
“De todas las tristes palabras pronunciadas o escritas, las mas dolorosas son estas: “Hubiera sido posible”.
Estoy seguro que por tu inteligencia y valor sabrás resolver pragmaticamente esta situación que ahora, quiza, tambien te parezca insalvable.
Si de otra suerte esto tuviera otro destino y hubiera posibilidades y responde a tu pasión de vivir, sin hacerte daño, ¡no lo pierdas! peléalo hasta el nivel de tus fuerzas o mas allá.
Tuyo siempre,
Tu padre
Angor animi, o angustia del corazón es una suerte de premonición que anuncia a los cardiacos que van a morir. Muchas cosas se desataron en esa playa, la marea y los vientos nos sorprendieron a todos, a ella volveré muchas veces hasta que ese libro de arena apacigüe la corriente.
Lo cierto es que la última vez que vi a mi papá fue en una comida por su cumpleaños y en su departamento. No cejó de molestar a Tomás o a mí con amargura, ya habíamos perdido a Paty y a mi tía, ya se había convencido de que la vida ahora no le permitiría seguir alterando las “reglas” con sus “encantos”. Intentó usurpar el nombre de Tomás para obtener un crédito, y mil “travesuras” más que iré contando. Por lo pronto quiero volver presurosa como el corazón a dónde está la sangre que bate al ritmo de Alejandra.
Esa chiquilla perdió a su hermano, a su madre y se perdió a sí misma. Pero su entereza la ha llevado a reescribir la historia. Siempre me cautivó desde muy niña, su inteligencia era notable y su gracia más. Era capaz de poner en jaque a su madre misma con su agudeza de ingenio. No nos veíamos mucho pero siempre la admiré, era apenas una chiquita de 11 años cuando se dispuso a crear personajes en Facebook y hacer con ellos una especie de novela, con ella nos deleitaba y “engañaba” a mi mamá, mis hermanos y a mí, quién sabe a cuántos más.
He escrito sobre ella en varias ocasiones “…mi sobrina Alejandra, ya consagrada como la primera novelista facebookera de México, me revivirá como amante de Pancho Perules, novio de Esthercita de la Mar, aquel que la plantó en el altar, perfiles inexistentes que creó a los once años y que se volvieron ejemplo de mi clase de narrativa para demostrar que los nuevos medios privilegian la creación, que una niña era leída por muchos, sin saber ortografía, ni sintaxis, sin conocer técnicas narrativas, sin contar más que con los recursos de su precoz imaginación, su acervo de historias de telenovelas y cuentos de hadas, pero, sobre todo, su casi simultáneo nacimiento en la realidad y la virtualidad”.
“En Facebook uno nunca muere”.
Lo cierto es que justo fue por Facebook, tras cuatro años de no querer ver a mi papá, que a ambas nos mandaron un mensaje, algo así como: “El señor Tomás no se baña, su departamento es un asco, pide comida de puerta en puerta y hasta limosna en las esquinas, los vecinos le quieren quitar el departamento porque se ha convertido en un baldío, no se me hace justo, por ello acudo a ustedes”. Mi reacción fue de espanto, no era sorpresa, sabía que esto pasaría, era el precio que venía pagando en abonos, intenté la relación, luego, enviarle una despensa de vez en cuando, pero un día dije ¡basta! y lo abandoné. Enloquecí de rabia, cómo podía terminar así, rabia porque duele, dolor de rabia. Decidí no acudir.
Una semana más tarde me llamó Alejandra. Tía, no quiero que te involucres pero salvaré a mi abuelo. Así fue como comenzó, Alejandra le dio muerte digna al abuelo, se volvió en la esperanza de su madre y me regresó la sangre.
Un ataque cardíaco ocurre cuando la sangre oxigenada no puede llegar al músculo cardíaco debido a un bloqueo en una arteria coronaria. Los ataques cardíacos suelen ser repentinos, por eso se denominan ataques, mientras que cuando el corazón deja de bombear, el cerebro se ve privado de oxígeno y la inconsciencia lo sigue rápidamente. Quiero pensar finalmente que el corazón de mi padre dejó de latir mientras el mío, temeroso y asustado, escucha batir el vals de Alejandra:
Eres tú
Reina de mi amor
Como un sueño azul
Que a mi vida llegóOye mi cantar
Mi corazón llamar al tuyo
Te quiero, Alejandra