De la democracia (I). La falacia de la popularidad

El 2 de julio de 2018, Genaro Lozano tuiteó:

Politólogo que se emociona con la popularidad no es politólogo. Los políticos populares no son hechos excepcionales en la historia política. Ni en la internacional ni en la mexicana. En el México contemporáneo han sido populares el bienintencionado Lázaro Cárdenas y el frívolo represor Adolfo López Mateos; también, en distintas medidas y duraciones, Carlos Madrazo, Cuauhtémoc Cárdenas, Manuel Clouthier y Carlos Salinas, entre otros. No sólo López Obrador. Pero Lozano es un comentócrata superficial que quiso creer en AMLO y ayudarlo, y que en ese tuit no explicó nada sino le dio una connotación positiva a la popularidad obradorista. No obstante las lozanas boberías, el tema de la popularidad es importante, e “ideal” para malinterpretar la democracia, por lo que se justifica empezar por ahí.

Hoy, en muchos y diferentes medios, se repite la consigna: Claudia Sheinbaum es “popular”, o tiene mucha popularidad, porque tiene mucha aceptación en las encuestas. Es lo mismo que unos dijeron sobre AMLO, dicho por Lozano (vea también el segundo volumen del libro Los farsantes de la 4T) o por Juan Carlos Monedero (lea este artículo). Es lo que otros dijeron sobre Trump y Milei. Lo que dicen literalmente ¿es todo lo que quieren decir? No. Lo que quieren decir es también que Sheinbaum o AMLO –o Trump y Milei- son democráticos y buenos gobernantes, sólo por el hecho de ser “populares”. Este es el mensaje tras la literalidad del dicho “es muy popular/sale muy bien en las encuestas”: “entonces con ellos hay democracia y buen gobierno”. Pero es una estafa. Popularidad, democracia y buen gobierno son tres cosas distintas, incluso muy distintas, que pueden tener vínculos, y vínculos muy variados.

La popularidad de la que hablamos está muy cerca de equivaler a celebridad social y política, específicamente electoral. Ahora bien, la popularidad también puede ser definida como la situación en que algo o alguien está dentro del pueblo y el pueblo se lo ha apropiado. Es una definición apegada a la palabra, a “pueblo”, pero no es una mejor definición, no es más sino menos precisa, porque ¿qué es el pueblo? Sin vaguedad ni ambigüedad, ¿quiénes son el pueblo en una sociedad compleja? Como se verá después, ése no es un asunto pequeño ni sencillo. La otra definición es realista, ya que habla de una realidad que se relaciona con la palabra pueblo sin ocupar toda la literalidad, y es clara e intersubjetiva: todos la entendemos, básicamente. Esta definición es la implícita en el uso obradorista. El problema no es ella ni que la usen los obradoristas, el problema es que ellos identifican, es decir, igualan esa popularidad a dos conceptos y realidades que no son sus iguales: la democracia y el buen gobierno –la democracia como régimen político y el buen gobierno como bueno por su moralidad democrática o por sus resultados materiales.

Ni siquiera popularidad y aceptación en encuestas son la misma cosa. La popularidad implica aceptación pero no hay viceversa necesaria. La aceptación puede estar divorciada de la popularidad y ésta es polígama: está siempre casada tanto con la aceptación como con el gusto y la admiración temporales. Es aceptación pero más que aceptación. Alguien o algo no es popular sólo y simplemente por ser aceptado sino por ser gustado y admirado por muchos, en grado masa, no por una pequeña y estática minoría ni una minoría absoluta, en un determinado momento. Si hay mayorías absolutas y relativas, hay minorías absolutas y relativas, y la popularidad puede moverse en el espacio entre una mayoría absoluta y las minorías no-absolutas… Asimismo, esa popularidad puede estar unida a la democracia y el buen gobierno, en sentido moral o técnico, pero también puede estar separada de ambas cosas. Puede ocurrir en un contexto autoritario y/o a pesar de resultados gubernamentales malos o mediocres; puede estar basada en meras percepciones estimuladas desde el poder o tener cierta construcción individual independiente, etcétera. Lo que se dijo: popularidad, democracia y buen gobierno son cosas diferentes; son cosas separadas en significado esencial que pueden unirse o mantenerse separadas en la producción de otras realidades. Por consiguiente, aprobación en encuestas tampoco es su sinónimo necesario.

Yo no encuentro la popularidad de Sheinbaum. Veo que las encuestas (o los encuestadores, a veces, como muchos comentócratas) dicen que tiene aceptación o aprobación mayoritaria en este momento. Y la tendría, sobre todo, a causa de AMLO: una mayoría juzga así a Sheinbaum como efecto de la popularidad de AMLO, por verla como extensión y representación de él, hecho en el que intervienen factores como la cultura autoritaria, la preferencia por los programas sociales y la barroca lealtad partidista. Entonces: Sheinbaum es aceptada por muchos, aprobada por un tipo de mayoría en un momento particular, pero no es popular, no es ella quien tiene la popularidad. Y si fuera popular no por eso sería integralmente democrática y buena gobernante, lo que no es.

Hay muchos tipos de gobernantes. Por ejemplo, gobernantes populares y antidemocráticos, como AMLO, quien fue eficaz para lo autoritario pero no fue eficaz contra los verdaderos problemas nacionales, como desigualdad y corrupción. También hay gobernantes populares y democráticos, momentáneamente, como Vicente Fox. Y gobernantes ineficaces desde la perspectiva democrática –buen gobierno como democrático y eficaz-, de los que el mismo Fox es un ejemplo. Otros gobernantes son populares, democráticos y muy buenos en resultados, como Willy Brandt, o populares y democráticos y menos eficaces que los Brandt, como Barack Obama o Raúl Alfonsín; Obama menos eficaz en lo legislativo y Alfonsín en lo económico. Por último, hay gobernantes democráticos y eficaces pero impopulares o poco populares, como Lyndon Johnson; quitando la guerra de Vietnam, Johnson fue extraordinariamente eficaz, legislativa y económicamente, pero dejó la presidencia siendo bastante impopular.

La popularidad de AMLO no decía nada positivo sobre el estado real de la democracia en México, la supuesta popularidad de Sheinbaum tampoco. Pero que eso no se entienda salvo minoritariamente nos dice algo más: que no se entiende mayoritariamente qué es la democracia. Tampoco suele entenderse qué es el buen gobierno en un sentido no totalmente subjetivo. Es culpa de la educación pública y privada, de las universidades, de los comentócratas como Lozano, de los partidos mismos. ¿La democracia es simplemente el gobierno de la mayoría? No, no lo es. ¿Democracia es garantía de buen gobierno? No. Así como popularidad no es sinónimo, equivalente, garantía ni condición necesaria de buen gobierno y democracia. Es una batalla casi perdida pero no queda más que intentar e intentaremos en entregas siguientes: explicar tanto como se pueda sobre la democracia real. Había que empezar por lo más “sencillo”, la diferencia básica entre la democracia y la popularidad. En otras palabras, había que tirar contra esos lastres mentales que son la exageración sobre el valor de la popularidad y la incomprensión sobre su significado social. Son, como demuestran los casos de Lozano o Monedero, inclinaciones de fan o subterfugios de mercachifle, vestigios de mente groupie o desprestigios de la mente que le vende a un clan. Vea usted: Hitler también era muy popular, pero no presidía una democracia y destruyó a su país tras arrastrarlo con propaganda a una guerra:


En esa foto vemos todo lo que impresionó a Genaro Lozano…

Para terminar, lo dejo con una “hipótesis” que ahora, creo, le será más diáfana: mientras más se insiste en la defensa de un político o gobernante con base en la sola popularidad, no sólo hay ignorancia por lo que se cree o se omite sino que 1) el proyecto de ese político es menos democrático, o 2) los efectos de su gobierno son peores para la democracia verdadera y real.

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